NOCTURNOS
La belleza que no me enamora
Me faltó una miaja de candidez para enamorarme de ella, y a esta bella mujer le sobraron altivez, presunción y petulancia. La belleza que atrae, no siempre seduce. El amor a veces cansa, aburre y defrauda, cuando no es correspondido. Yo no la busqué, pero creo que nos encontramos. Quise quererla. Anhelaba que me amase. No le gusté. Me gustó, pero me empalagó su hermosura. Está ahí. Yo ya no tengo espacio para atenderla.
No sé amar a medias, pero sí sé que vivo por inercia. Cuando se ama se vive con intensidad. No existe el tiempo. Vives en presente. Solo piensas en la persona que amas. Te vacías por dentro, te das por fuera, te olvidas de tu ego. No te piensas, porque ese ser ocupa tu mente desde el alba a la postura del sol. No existes. No recuerdas. No ves. No miras. Comes, pero porque toca. Trabajas, porque no queda otro remedio, por aquello del pan, para que las células que te conforman amen, una a una, a esa, como fue mi caso, mujer.
Si amas, recorrerías todos los poros de tu piel con tus labios; acariciarías su columna vertebral con mimo, con delicadeza, con celo; ascenderías a las cumbres de sus senos para hollarlos de pasión y endurecerlos, y tratarlos con la delicadeza de un bebé recién nacido; descenderías hasta el cráter de su ombligo para bañarte en su lava, y dormirías en la almohada de vello de su pubis para soñar con Dios. Y te convertirías en espeleólogo para conocer la cueva que se abre entre sus ingles.
Si no te aman, olvida su nombre, su rostro, todavía hermoso; su cuerpo, una tentación; su voz, de sirenas que cantaran a Odiseo, y sus piernas, eternas como el placer. La conocí. Ahora es ya la ucronía del amor.
Eugenio-Jesús de Ávila
Me faltó una miaja de candidez para enamorarme de ella, y a esta bella mujer le sobraron altivez, presunción y petulancia. La belleza que atrae, no siempre seduce. El amor a veces cansa, aburre y defrauda, cuando no es correspondido. Yo no la busqué, pero creo que nos encontramos. Quise quererla. Anhelaba que me amase. No le gusté. Me gustó, pero me empalagó su hermosura. Está ahí. Yo ya no tengo espacio para atenderla.
No sé amar a medias, pero sí sé que vivo por inercia. Cuando se ama se vive con intensidad. No existe el tiempo. Vives en presente. Solo piensas en la persona que amas. Te vacías por dentro, te das por fuera, te olvidas de tu ego. No te piensas, porque ese ser ocupa tu mente desde el alba a la postura del sol. No existes. No recuerdas. No ves. No miras. Comes, pero porque toca. Trabajas, porque no queda otro remedio, por aquello del pan, para que las células que te conforman amen, una a una, a esa, como fue mi caso, mujer.
Si amas, recorrerías todos los poros de tu piel con tus labios; acariciarías su columna vertebral con mimo, con delicadeza, con celo; ascenderías a las cumbres de sus senos para hollarlos de pasión y endurecerlos, y tratarlos con la delicadeza de un bebé recién nacido; descenderías hasta el cráter de su ombligo para bañarte en su lava, y dormirías en la almohada de vello de su pubis para soñar con Dios. Y te convertirías en espeleólogo para conocer la cueva que se abre entre sus ingles.
Si no te aman, olvida su nombre, su rostro, todavía hermoso; su cuerpo, una tentación; su voz, de sirenas que cantaran a Odiseo, y sus piernas, eternas como el placer. La conocí. Ahora es ya la ucronía del amor.
Eugenio-Jesús de Ávila




















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