¿Soy un hombre con peligro?

Hubo mujeres que hallé en la encrucijada de mi vida y caminaron durante un tiempo a mi vera, y, tuvieron a bien, confesarme que yo tenía mucho peligro. Sí, que yo fui y soy un hombre con el que se corren riesgos si se enamoran de mí. Pregunté. Nunca me lo explicaron. Nunca he matado a nadie. Solo moscas, por pesadas; incluso salvé lombrices de tierra, cuando la lluvias las expulsó de su morada, y caracoles, sorprendidos por la meteorología o enloquecidos, que abandonaron la hierba. Tampoco he robado. He mentido muy poco. Quizá por piedad. Soy persona generosa. Poseo una seriedad risueña, una simpatía irónica, una alegría seca. ¡No sé cuál es mi peligro! No soy un “miura”, en La Maestranza. Ni un “vitorino”, en Las Ventas.

Solo sé que amo a una mujer como si ella fuera la última dama a la que yo mimase, adulase, idolatrase, adorase. Es cierto que amo como escribo. Y si a una fémina le encanta mi manera de traducir en palabras el pensamiento que fabrica mi cerebro, no necesita buscarme, porque me habrá encontrado entre mis verbos y sustantivos, entre mis oraciones, en mi sintaxis. Solo deberá leerme si procura mi amor. Su vida nunca estará en peligro. Yo sí me colocaré al borde del abismo de su alma, porque querré precipitarme en su esencia a riesgo de perderme de mí mismo.

Yo amo a lo bestia. No sé qué es eso de estar a gusto con Rosa o Marisa, Mercedes o Lorena. Yo doy todo. Pero no pido nada. Quizá ser único. Quizá que me extraigan todo el zumo de mi apasionada naranja. Quizá que me vacíen por dentro, hasta quedar de mi físico solo la momia. 

No me temas, mujer. Nunca seré abeja que libe tu néctar para extraer toda tu feminidad; porque, cuando me vaya, mantendrás la belleza de tus pétalos, el aroma de tus ingles y el polen entre tus senos.  

Eugenio-Jesús de Ávila