NOCTURNOS
Lo que me queda por vivir
No me asusta la muerte. Me acojona el dolor que pudiera acompañar en presencia de las parcas. Quiero disfrutar de lo que me quede de vida con quien me desee, me quiera acompañar y amar, compartir éxitos y fracasos, palabras y silencio, miradas y delicadas caricias hechas con las pestañas.
Huiré de quién busque broncas, grescas y alboroto. De aquí al finiquito, solo quiero amar y que me mimen, debatir y sonreír, ternura y cosquillas, dar lo bueno que aún guarde en el baúl de mi alma y recoger talento, inteligencia y clase.
No quiero hacer más daño a nadie. Criticaré a los amorales. A los jetas. A los que se ríen del prójimo e ignoran que ellos se han convertido en imagen de la sorna, la carcajada, lo ridículo.
Anhelo transformar el amor en una obra de arte; la cópula con la dama que deseo, en un poema; un mimo, en la arquitectura del hedonismo. Buscaré en el volcán silente de su ombligo el génesis de la luz que emiten sus ojos. Y entre sus ingles, rezaré oraciones de alabanza a su sexo, al seso de una diosa.
En los años que me quedan, enterraré la discordia, el odio, la calumnia, la disputa. Sembraré su boca de besos; cultivaré sus senos, como el campesino su huerta, de nubes y sol, charlando con Eolo sobre el viento del septentrión y con las recias berzas de las heladas de otoño.
Permíteme, Carlota, que humedezca con mis labios los dedos de tus pies, que cure tu alma con el fármaco de mi sonrisa, que me muera enamorado de tu voz, de tu rostro, de tus piernas, de su seso, de tu talento, de tu clase. Hazme creer que me quisiste un poquito, que me consideraste algo más que un buen amigo. ¡Engáñame antes de que expire y susúrrame al oído que me amaste!
Eugenio-Jesús de Ávila
No me asusta la muerte. Me acojona el dolor que pudiera acompañar en presencia de las parcas. Quiero disfrutar de lo que me quede de vida con quien me desee, me quiera acompañar y amar, compartir éxitos y fracasos, palabras y silencio, miradas y delicadas caricias hechas con las pestañas.
Huiré de quién busque broncas, grescas y alboroto. De aquí al finiquito, solo quiero amar y que me mimen, debatir y sonreír, ternura y cosquillas, dar lo bueno que aún guarde en el baúl de mi alma y recoger talento, inteligencia y clase.
No quiero hacer más daño a nadie. Criticaré a los amorales. A los jetas. A los que se ríen del prójimo e ignoran que ellos se han convertido en imagen de la sorna, la carcajada, lo ridículo.
Anhelo transformar el amor en una obra de arte; la cópula con la dama que deseo, en un poema; un mimo, en la arquitectura del hedonismo. Buscaré en el volcán silente de su ombligo el génesis de la luz que emiten sus ojos. Y entre sus ingles, rezaré oraciones de alabanza a su sexo, al seso de una diosa.
En los años que me quedan, enterraré la discordia, el odio, la calumnia, la disputa. Sembraré su boca de besos; cultivaré sus senos, como el campesino su huerta, de nubes y sol, charlando con Eolo sobre el viento del septentrión y con las recias berzas de las heladas de otoño.
Permíteme, Carlota, que humedezca con mis labios los dedos de tus pies, que cure tu alma con el fármaco de mi sonrisa, que me muera enamorado de tu voz, de tu rostro, de tus piernas, de su seso, de tu talento, de tu clase. Hazme creer que me quisiste un poquito, que me consideraste algo más que un buen amigo. ¡Engáñame antes de que expire y susúrrame al oído que me amaste!
Eugenio-Jesús de Ávila


















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