NOCTURNOS
Aroma a Dios
Hueles a Dios. Tú piel exhala un perfume divino. Eres mujer. Creaste vida, Carlota. Alumbraste belleza: tu parto fue arte. La amarán. Perpetuará la vida. ¡Cómo no saborear tu epidermis si me lo permitieses! Bebería esencia de fragancia en cada poro de tu piel. Infiero que tu sudor, cuando amas, emana aroma a pasión, a sexo de ángel. La humedad de la fontana que guardan tus ingles colijo que desprende olor a colonia con la que desearía proteger mis labios del desamor; mi lengua, de la soledad; mi boca, de las calumnias.
Soy ateo de dioses masculinos. Mantengo una fe racional en ti, mujer; en vuesa merced, Carlota. Rezo un poema al alba y antes de que mi visite Morfeo para que no me arranques la pasión radical que siento por ti; ni esta clase de amor que viene vaciando el alma desde que, por primera vez, escuché tu voz, a veces sequía; casi siempre lluvia; te miré a los ojos, y encontré un arco iris de deseos; soñé con acariciar tu paladar con la humedad de mi lengua y morder tu mamola con la fruición del bebé cuando succiona vida del pezón de la vía láctea.
Sé que no soy nada para ti, como mucho una distracción en tiempos de tedio, una sonrisa en una sociedad que no sabe llorar, unas palabras que anhelan besarte, beberte, gozarte. Y unos cuantos encuentros entre mi amor y tu distancia. Pero el aroma de tu gineceo de diosa me ha hecho sentir que si no te quisiera amar, si no te amase, si no me inspirases, las palabras desertarían de mis oraciones y me olvidaría de cómo se conjuga el subjuntivo del verbo amar.
Tú, Carlota, me hueles a Dios, como escribí en el génesis de este escrito. No me ames, princesidad, porque no sabría morir si me quisieras con una miaja de seso y el polen de tu sexo.
Eugenio-Jesús de Ávila
Hueles a Dios. Tú piel exhala un perfume divino. Eres mujer. Creaste vida, Carlota. Alumbraste belleza: tu parto fue arte. La amarán. Perpetuará la vida. ¡Cómo no saborear tu epidermis si me lo permitieses! Bebería esencia de fragancia en cada poro de tu piel. Infiero que tu sudor, cuando amas, emana aroma a pasión, a sexo de ángel. La humedad de la fontana que guardan tus ingles colijo que desprende olor a colonia con la que desearía proteger mis labios del desamor; mi lengua, de la soledad; mi boca, de las calumnias.
Soy ateo de dioses masculinos. Mantengo una fe racional en ti, mujer; en vuesa merced, Carlota. Rezo un poema al alba y antes de que mi visite Morfeo para que no me arranques la pasión radical que siento por ti; ni esta clase de amor que viene vaciando el alma desde que, por primera vez, escuché tu voz, a veces sequía; casi siempre lluvia; te miré a los ojos, y encontré un arco iris de deseos; soñé con acariciar tu paladar con la humedad de mi lengua y morder tu mamola con la fruición del bebé cuando succiona vida del pezón de la vía láctea.
Sé que no soy nada para ti, como mucho una distracción en tiempos de tedio, una sonrisa en una sociedad que no sabe llorar, unas palabras que anhelan besarte, beberte, gozarte. Y unos cuantos encuentros entre mi amor y tu distancia. Pero el aroma de tu gineceo de diosa me ha hecho sentir que si no te quisiera amar, si no te amase, si no me inspirases, las palabras desertarían de mis oraciones y me olvidaría de cómo se conjuga el subjuntivo del verbo amar.
Tú, Carlota, me hueles a Dios, como escribí en el génesis de este escrito. No me ames, princesidad, porque no sabría morir si me quisieras con una miaja de seso y el polen de tu sexo.
Eugenio-Jesús de Ávila


















Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.122