NOCTURNOS
Amar y llorar
Ya que no me permites que bese tus labios, entiende que todo detalle que tengo contigo busca besarte el alma. Te respeto tanto, que no te beso ni en las mejillas. Evito incluso esos besos que se dan al aire. Resignado, quiero dejar de pensar en ti, olvidarte, convencerme de que nunca podré ni ser tu amante, ni tu pareja, ni, tan si quiera, el doble de tu sombra.
¡Cómo dejar de amarte, si todavía existo porque te amo! Hasta que te apareciste, como un arcángel en los Evangelios, vivía por inercia. Desde que me acariciaste con tu voz, me sonreíste con tu boca de Nefertiti, vivo por ti, por el deleite que me produce una obra de arte en un cuerpo de mujer.
Ese Dios en el que no creo, te trajo a la vida para que yo, un seductor empedernido, me enamorase tanto que la última célula de mi organismo sonriera cuando te acercaras a mí. Eres una tentación divina para mi inteligencia. No puedo evitar que la mitad de mi cerebro la ocupe tu talento, mientras lo que queda entre sus circunvalaciones lo tomaste con tu hermosura.
Y me moriré recordando la primera vez que contemple tu bello rostro, tu presencia física, tan helena, tan cara para Pericles, tan deseada por Zeus. Sin aún conservo un hilo de voz antes de que las parcas me inviten a partir con ellas para yacer en el lecho de la nada, pronunciaré tu nombre, amor, mientras una lágrima que se olvidó de su oficio, llorar, humedecerá mis pestañas.
Amar duele. Llorar reconforta. Lágrimas y besos: esencia de la pasión.
Eugenio-Jesús de Ávila
Ya que no me permites que bese tus labios, entiende que todo detalle que tengo contigo busca besarte el alma. Te respeto tanto, que no te beso ni en las mejillas. Evito incluso esos besos que se dan al aire. Resignado, quiero dejar de pensar en ti, olvidarte, convencerme de que nunca podré ni ser tu amante, ni tu pareja, ni, tan si quiera, el doble de tu sombra.
¡Cómo dejar de amarte, si todavía existo porque te amo! Hasta que te apareciste, como un arcángel en los Evangelios, vivía por inercia. Desde que me acariciaste con tu voz, me sonreíste con tu boca de Nefertiti, vivo por ti, por el deleite que me produce una obra de arte en un cuerpo de mujer.
Ese Dios en el que no creo, te trajo a la vida para que yo, un seductor empedernido, me enamorase tanto que la última célula de mi organismo sonriera cuando te acercaras a mí. Eres una tentación divina para mi inteligencia. No puedo evitar que la mitad de mi cerebro la ocupe tu talento, mientras lo que queda entre sus circunvalaciones lo tomaste con tu hermosura.
Y me moriré recordando la primera vez que contemple tu bello rostro, tu presencia física, tan helena, tan cara para Pericles, tan deseada por Zeus. Sin aún conservo un hilo de voz antes de que las parcas me inviten a partir con ellas para yacer en el lecho de la nada, pronunciaré tu nombre, amor, mientras una lágrima que se olvidó de su oficio, llorar, humedecerá mis pestañas.
Amar duele. Llorar reconforta. Lágrimas y besos: esencia de la pasión.
Eugenio-Jesús de Ávila


















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