Soy un sueño de Dios

Cronos me ha desnudado, ya me quitó el pijama de la belleza.  Con bisturí de tiempo me ha dejado el alma al aire y el cuerpo de surcos abierto que los años sembraron con las semillas de la vida para ofrecer  una cosecha de recuerdos, hijos de la memoria, de muerte, de nada.

Aquel joven ya no es. Ni tan si quiera el que soy hoy se acuerda si acaso fue, a no ser por mis amigos, los que me conocieron en la infancia y me han ido acompañando en mi camino hacia el no ser, y por las mujeres que me amaron  y no amé, las féminas que me odiaron y yo todavía estimo. No se odiar. Quizá porque nadie me enseñó a amar a otra persona que no fuera yo mismo.

¡Qué se puede pedir a un ser que es agua, como soy yo, como eres tú, como somos todos! ¡Que nos beban, que saciemos sed, que se ahoguen en nosotros, que nos miccionen, que escriban versos, con dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno; estrofas que rimen con el cielo, poemas de tierra húmeda, poesías de niebla, amor húmedo que se desliza entre las ingles!

Cuando la noche se esconde de la luna entre las cejas, arropada por las pestañas, la mente divaga, juega, se divierte, crea. Y, ahora, en la soledad de mi estudio, mientras leía y escuchaba música de esa que pule el alma, he creído saber que soy un sueño de Dios, que se ha dormido sobre la almohada del tiempo, en la alcoba del Universo.

Y, en ese sueño divino, te soñé, y quizá tú me hayas soñado a mí. Y la muerte, la mía, no será más que el despertar de ese Dios incomprensible, inabarcable, irrazonable, que se fumará un porro de marihuana y se tomará unas gotas de absenta para volver a dormirse y soñar con otro que ya no seré yo. Solo te pido, amor que no estás, amor que sueño, que me sueñes en ese sueño divino, que me beses, que me ames antes de que la aurora desvele a la deidad.

Eugenio-Jesús de Ávila