ZAMORANA
¡Estamos hartos!
¡Estamos hartos! Esta frase parece ser recurrente y circula cada vez más por todas partes. La gente está desorientada, molesta, encrespada… y motivos no faltan para sentirse así.
Estamos hartos de una pandemia que lleva más de un año cercenándonos la vida, enviando a muchos a la muerte sin poder escapar de esa enfermedad con el denominador común de un bicho que no vemos, pero que invade y destruye; y también hastiados de que los hospitales no puedan tratar patologías diferentes al Covid, porque son muchos aún los enfermos que priman en las salas de urgencias y UVI con profesionales de la salud agotados, continuando su labor en un silencioso día a día en el que ya no hay aplausos en las ventanas para homenajearlos y sí un trabajo poco reconocido y mal recompensado.
Estamos hartos de no poder abrazar a nuestros seres queridos, de no gozar de una comida en un restaurante, de no reunirnos con amigos para tomar unas cañas, unos vinos, un café o lo que sea.
Da rabia que nos hayan robado la libertad de viajar, de hacer excursiones, de movernos entre las diferentes provincias de España, siempre con restricciones; estamos hartos de los toques de queda, a distintas horas dependiendo de cada comunidad autónoma, y de salir con el correspondiente salvoconducto que justifique nuestros movimientos.
Estamos hartos de que en las ciudades proliferen carteles de “se vende” o “se traspasa” en esos comercios de toda la vida donde entrábamos para echar un vistazo a sus productos y hablar con los dependientes a los que conocíamos de siempre, porque sabían aconsejarnos a la hora de comprar, con un trato personal y agradable, muy diferente a las grandes superficies donde prima el autoservicio y la impersonalidad.
Y a todo este hartazgo, yo sumo otro más que es la falta de memoria de la gente. No hemos superado todavía las consecuencias de la Navidad y se están planteando “salvar” la Semana Santa. Hemos aprendido la importancia de las medidas de higiene y distancia social, pero si hay unas elecciones en Cataluña pueden bajar las personas infectadas a votar y no pasa nada. Cada día vemos cómo la policía tiene que perseguir a los que, desoyendo las recomendaciones, hacen botellón, fiestas privadas etc. saltándose las normas de seguridad, y hay quien ya está pensando en asistir a la manifestación del 8 de marzo que fue, precisamente, el foco inicial de un contagio masivo hace apenas un año… y así suma y sigue.
Estos hechos son los que me hartan, esta doble vara de medir, esta incongruencia moral y política, este sinsentido que nos va a obligar a instalarnos en la siguiente ola, ya desconozco el número: ¿tercera, cuarta? a la que, inevitablemente, seguirán otras más.
Muchas de esas personas hartas ponen su esperanza en que la vacuna les salvará de males mayores y salen eufóricas en los medios de comunicación diciendo que ¡por fin podrán abrazar a su familia! ¡No lo comprendo! La vacuna, si bien mejorará algo la situación, no va a ser la panacea, máxime cuando cada día se están comprobando nuevas mutaciones del virus; por lo tanto, hemos de seguir luchando sin bajar la guardia.
En cuanto a la situación política, estoy más que harta de que este gobierno haya hecho tan poca cosa por la gente que ha sufrido en la pandemia: no se ha visto muestra alguna de solidaridad con los miles de familias que han perdido a un ser querido, ni tampoco ningún político se ha personado en un solo hospital para apoyar a los trabajadores que han estado -y así continúan- en la brecha de una situación sanitaria tan crítica. Han estado ausentes también en las colas del hambre, cada vez más largas y para las que no han puesto ningún remedio. Este gobierno bicéfalo, Pedro-Pablo, ha demostrado una insensibilidad indigna, una falta de interés por la ciudadanía vergonzosa y, con sus actos, han confirmado no estar a la altura de la responsabilidad que de ellos se esperaba: se tomaron vacaciones en verano, el Congreso ha permanecido sin actividad durante meses, estamos asistiendo a constantes desencuentros entre la coalición, las declaraciones de hoy las desmienten mañana… Desoyeron en su día las indicaciones de expertos: virólogos, epidemiólogos y demás investigadores que, con informes en la mano, les advertían de la gravedad de lo que se nos venía encima y no hicieron caso, demorando decisiones y tomándolas tarde y mal; y les desoyen ahora, cuando les advierten para frenar cada esperpentada que surge y del gobierno tampoco hay respuesta ¡su prepotencia no tiene límites!.
Estamos hartos y muchos, además, avergonzados con el desgobierno de este país que está ofreciendo una imagen patética, tanto para sus propios ciudadanos como la que proyectamos al exterior. Instalados en esta desesperanza, el futuro no se presenta halagüeño y, lo que es peor, la solución para arreglarlo tampoco.
Mª Soledad Martín Turiño
¡Estamos hartos! Esta frase parece ser recurrente y circula cada vez más por todas partes. La gente está desorientada, molesta, encrespada… y motivos no faltan para sentirse así.
Estamos hartos de una pandemia que lleva más de un año cercenándonos la vida, enviando a muchos a la muerte sin poder escapar de esa enfermedad con el denominador común de un bicho que no vemos, pero que invade y destruye; y también hastiados de que los hospitales no puedan tratar patologías diferentes al Covid, porque son muchos aún los enfermos que priman en las salas de urgencias y UVI con profesionales de la salud agotados, continuando su labor en un silencioso día a día en el que ya no hay aplausos en las ventanas para homenajearlos y sí un trabajo poco reconocido y mal recompensado.
Estamos hartos de no poder abrazar a nuestros seres queridos, de no gozar de una comida en un restaurante, de no reunirnos con amigos para tomar unas cañas, unos vinos, un café o lo que sea.
Da rabia que nos hayan robado la libertad de viajar, de hacer excursiones, de movernos entre las diferentes provincias de España, siempre con restricciones; estamos hartos de los toques de queda, a distintas horas dependiendo de cada comunidad autónoma, y de salir con el correspondiente salvoconducto que justifique nuestros movimientos.
Estamos hartos de que en las ciudades proliferen carteles de “se vende” o “se traspasa” en esos comercios de toda la vida donde entrábamos para echar un vistazo a sus productos y hablar con los dependientes a los que conocíamos de siempre, porque sabían aconsejarnos a la hora de comprar, con un trato personal y agradable, muy diferente a las grandes superficies donde prima el autoservicio y la impersonalidad.
Y a todo este hartazgo, yo sumo otro más que es la falta de memoria de la gente. No hemos superado todavía las consecuencias de la Navidad y se están planteando “salvar” la Semana Santa. Hemos aprendido la importancia de las medidas de higiene y distancia social, pero si hay unas elecciones en Cataluña pueden bajar las personas infectadas a votar y no pasa nada. Cada día vemos cómo la policía tiene que perseguir a los que, desoyendo las recomendaciones, hacen botellón, fiestas privadas etc. saltándose las normas de seguridad, y hay quien ya está pensando en asistir a la manifestación del 8 de marzo que fue, precisamente, el foco inicial de un contagio masivo hace apenas un año… y así suma y sigue.
Estos hechos son los que me hartan, esta doble vara de medir, esta incongruencia moral y política, este sinsentido que nos va a obligar a instalarnos en la siguiente ola, ya desconozco el número: ¿tercera, cuarta? a la que, inevitablemente, seguirán otras más.
Muchas de esas personas hartas ponen su esperanza en que la vacuna les salvará de males mayores y salen eufóricas en los medios de comunicación diciendo que ¡por fin podrán abrazar a su familia! ¡No lo comprendo! La vacuna, si bien mejorará algo la situación, no va a ser la panacea, máxime cuando cada día se están comprobando nuevas mutaciones del virus; por lo tanto, hemos de seguir luchando sin bajar la guardia.
En cuanto a la situación política, estoy más que harta de que este gobierno haya hecho tan poca cosa por la gente que ha sufrido en la pandemia: no se ha visto muestra alguna de solidaridad con los miles de familias que han perdido a un ser querido, ni tampoco ningún político se ha personado en un solo hospital para apoyar a los trabajadores que han estado -y así continúan- en la brecha de una situación sanitaria tan crítica. Han estado ausentes también en las colas del hambre, cada vez más largas y para las que no han puesto ningún remedio. Este gobierno bicéfalo, Pedro-Pablo, ha demostrado una insensibilidad indigna, una falta de interés por la ciudadanía vergonzosa y, con sus actos, han confirmado no estar a la altura de la responsabilidad que de ellos se esperaba: se tomaron vacaciones en verano, el Congreso ha permanecido sin actividad durante meses, estamos asistiendo a constantes desencuentros entre la coalición, las declaraciones de hoy las desmienten mañana… Desoyeron en su día las indicaciones de expertos: virólogos, epidemiólogos y demás investigadores que, con informes en la mano, les advertían de la gravedad de lo que se nos venía encima y no hicieron caso, demorando decisiones y tomándolas tarde y mal; y les desoyen ahora, cuando les advierten para frenar cada esperpentada que surge y del gobierno tampoco hay respuesta ¡su prepotencia no tiene límites!.
Estamos hartos y muchos, además, avergonzados con el desgobierno de este país que está ofreciendo una imagen patética, tanto para sus propios ciudadanos como la que proyectamos al exterior. Instalados en esta desesperanza, el futuro no se presenta halagüeño y, lo que es peor, la solución para arreglarlo tampoco.
Mª Soledad Martín Turiño


























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