CLÁSICOS
Idus de marzo: expulsión del viejo año
Ha volado un año, confuso, en el que esa otra normalidad nos arroyó, integrándose, incluso como acepción ya del término -a mi pesar me acomodaré como la RAE a tal idea- porque esto que tenemos es ya lo normal. Desde que nos alarma el gallo hasta que volvemos a encontrarnos en la paz del sueño nos cuesta recordar cómo gastábamos, antes de la pandemia, nuestro aliento.
La poesía forma parte de nuestro día a día aunque no recalemos en ello: Virgilio escribió esa sentencia célebre «…fugit irreparabile tempus…» que he rescatado para reflexionar cómo hemos sorteado esta añada, que ha ido a trompicones, en un principio de quince en quince días, luego de ola en ola y entre PCR, test de antígenos, mi vecino positivo, ahora un compañero de trabajo y cuándo me tocará a mí… Que sea leve.
Necesito compartir otro pensamiento que no nos despiste de nuestra existencia, de nuestra permanencia aquí y en este momento, de las ilusiones que debemos amamantar a pesar de cualquier contratiempo y que, por el contrario, nos desancle de este simulado recreo en la espera de tiempos ya pasados que… ¿han de volver? Así que recurro de nuevo a la cultura clásica y es Horacio quien nos anima con su “…carpe diem”.
Es ahora, y en «mi ahora» estoy en las circunstancias que no solo caen como lluvia inesperada, sin resguardo a la vista, sino que intento aprovecharlas para crecer en el sentido obligado hacia lo ideal. Quizás con algún rodeo que otro; quién sabe si el destino está precisamente en no seguirlo…
El tiempo huye irremediablemente y el futuro, sin darte cuenta, es ya presente y en este presente faltan vivencias que ya ni echamos en el saco.
Hay que hacer un esfuerzo para no soliviantarnos al ver, por ejemplo, cómo los Hermanos Marx -fase tras fase del contrato- se agolpan en un camarote y sin mascarilla, ni ventilación alguna. Qué inconscientes…
¿Cuándo fue la última vez que me sobrecogí en un teatro…? Hace ya un poco más de un año; en un teatro estremecido de gente, porque hasta de pie estaban zamoranos y foráneos, dispuestos a no perderse todo un espectáculo- música, danza, escenografía- y a dar la revancha en apasionados aplausos al diverso virtuosismo desplegado en el escenario del “Ramos Carrión”.
El martillo del recuerdo golpea el yunque de mi anhelo y por ello vuelvo a fraguar, con estas letras, las emociones fundidas con mi alma, en la presentación del último disco de Luis Antonio Pedraza, titulado Fierro. PEDRAZA! te aventura, con sus huellas sonoras inconfundibles, por el sendero de la vía norte sur en su mirada al oeste de la Península, para no olvidar la esencia de lo que nos delimita.
Un año también desde la última vez que disfruté en la calle, inmersa en una algarada de gente, del ambiente desenfadado que despliega el desfile de Carnaval en todo su esplendor y originalidad. Revivo aquel instante a cámara lenta, en la calle Príncipe de Asturias, reproduciendo esa escena típica peliculera, previa a la eclosión fatal de un desenlace trágico que acaba con lo que somos, con la humanidad.
Por eso regreso a Fierro y, con su seducción, hasta nuestras raíces, para no olvidar que, a pesar de que hoy nos toca emerger de la adversidad que nos ha sorprendido, renunciando a la parte colectiva que integra al hombre, hemos de evocar nuestra cultura en otros cauces que se han reinventado, porque somos cultura. En ella se aglutina toda la riqueza del conocimiento, las costumbres, las relaciones sociales y la sensibilidad. Por ello acentuemos el ahora, apoyando a quienes bregan por el alimento de nuestra cultura, con la benevolencia de la esperanza en recuperar su parte social: cultivando el alma, tal como lo concibió Cicerón -cultura animi.
Esther Ferreira Leonís
Ha volado un año, confuso, en el que esa otra normalidad nos arroyó, integrándose, incluso como acepción ya del término -a mi pesar me acomodaré como la RAE a tal idea- porque esto que tenemos es ya lo normal. Desde que nos alarma el gallo hasta que volvemos a encontrarnos en la paz del sueño nos cuesta recordar cómo gastábamos, antes de la pandemia, nuestro aliento.
La poesía forma parte de nuestro día a día aunque no recalemos en ello: Virgilio escribió esa sentencia célebre «…fugit irreparabile tempus…» que he rescatado para reflexionar cómo hemos sorteado esta añada, que ha ido a trompicones, en un principio de quince en quince días, luego de ola en ola y entre PCR, test de antígenos, mi vecino positivo, ahora un compañero de trabajo y cuándo me tocará a mí… Que sea leve.
Necesito compartir otro pensamiento que no nos despiste de nuestra existencia, de nuestra permanencia aquí y en este momento, de las ilusiones que debemos amamantar a pesar de cualquier contratiempo y que, por el contrario, nos desancle de este simulado recreo en la espera de tiempos ya pasados que… ¿han de volver? Así que recurro de nuevo a la cultura clásica y es Horacio quien nos anima con su “…carpe diem”.
Es ahora, y en «mi ahora» estoy en las circunstancias que no solo caen como lluvia inesperada, sin resguardo a la vista, sino que intento aprovecharlas para crecer en el sentido obligado hacia lo ideal. Quizás con algún rodeo que otro; quién sabe si el destino está precisamente en no seguirlo…
El tiempo huye irremediablemente y el futuro, sin darte cuenta, es ya presente y en este presente faltan vivencias que ya ni echamos en el saco.
Hay que hacer un esfuerzo para no soliviantarnos al ver, por ejemplo, cómo los Hermanos Marx -fase tras fase del contrato- se agolpan en un camarote y sin mascarilla, ni ventilación alguna. Qué inconscientes…
¿Cuándo fue la última vez que me sobrecogí en un teatro…? Hace ya un poco más de un año; en un teatro estremecido de gente, porque hasta de pie estaban zamoranos y foráneos, dispuestos a no perderse todo un espectáculo- música, danza, escenografía- y a dar la revancha en apasionados aplausos al diverso virtuosismo desplegado en el escenario del “Ramos Carrión”.
El martillo del recuerdo golpea el yunque de mi anhelo y por ello vuelvo a fraguar, con estas letras, las emociones fundidas con mi alma, en la presentación del último disco de Luis Antonio Pedraza, titulado Fierro. PEDRAZA! te aventura, con sus huellas sonoras inconfundibles, por el sendero de la vía norte sur en su mirada al oeste de la Península, para no olvidar la esencia de lo que nos delimita.
Un año también desde la última vez que disfruté en la calle, inmersa en una algarada de gente, del ambiente desenfadado que despliega el desfile de Carnaval en todo su esplendor y originalidad. Revivo aquel instante a cámara lenta, en la calle Príncipe de Asturias, reproduciendo esa escena típica peliculera, previa a la eclosión fatal de un desenlace trágico que acaba con lo que somos, con la humanidad.
Por eso regreso a Fierro y, con su seducción, hasta nuestras raíces, para no olvidar que, a pesar de que hoy nos toca emerger de la adversidad que nos ha sorprendido, renunciando a la parte colectiva que integra al hombre, hemos de evocar nuestra cultura en otros cauces que se han reinventado, porque somos cultura. En ella se aglutina toda la riqueza del conocimiento, las costumbres, las relaciones sociales y la sensibilidad. Por ello acentuemos el ahora, apoyando a quienes bregan por el alimento de nuestra cultura, con la benevolencia de la esperanza en recuperar su parte social: cultivando el alma, tal como lo concibió Cicerón -cultura animi.
Esther Ferreira Leonís


























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