Morir de amor

Prefiero morir de amor que vivir sin amar, sin ser amado. Porque vivir sin amar es muerte viva. Respiras sin querer, caminas sin andar, hablas sin palabras, comes sin saber, miras y no ves, duermes sin soñar, lees como un analfabeto, vives por inercia.

Yo amo a una mujer que me mira sin verme, que me escucha, pero no me oye; que sonríe cuando digo una tontería, pero se ríe de mi aspecto;  que me ignora sin saberme, sin querer conocerme. Yo amo a una mujer que levita cuando anda, que esculpe las palabras cuando habla, que me absorbe el alma cuando respira. La amo tanto que me olvido de que existo, que no recuerdo el futuro, que me ha destrozado mi sintaxis enamorada. La deseo tanto que mi amor me ahoga, me encarcela en la prisión de su espíritu, que quise parar el tiempo cuando me miro por última vez.

La amo del revés. La amo más allá de su sublime belleza, más acá que su intelecto sutil y superior. La amo porque es el único mandamiento que me impone la Ley de Eros. La amo ahora y la amé antes de conocerla, porque la soñé en mi juventud, porque la edifiqué verso a verso, entre estrofas y rimas. La amaría si no existiera, pero la amo en tiempo presente, la conjugo en subjuntivo y detesto el futuro si no camina a mi vera.

No le exijo un gramo de su carne, ni un milímetro cuadrado de su epidermis, ni un beso al aire, ni una caricia verbal, ni que me muestre los senos de su alma, ni el gineceo húmedo de sus ingles, ni las axilas de su esencia.

Dejé de creer en el Dios masculino, en el Dios monarca absoluto, en el Dios dictador, para adorarla a ella, mi diosa libérrima, femenina, hermosa  y profunda, mágica y enigmática, infinita y eterna. La quiero para vivir. Me moriré amándola. La amaré más allá del tiempo. Seré polvo enamorado, en metáfora barroca. Nada más. He preferido morir de amor antes que vivir sin amar.

Eugenio-Jesús de Ávila