DECISIÓN
Ridícula idea (2): Vida y muerte
Llegó a mi móvil uno de esos wasap con “videos de…”. Últimamente “todo lo que llega” lo hace por wasap. Éste me lo envió una persona, un amigo, Dr. Salami, del que tendré que escribir algo en algún momento y que siempre “acierta en sus envíos”, al igual que con sus palabras de apoyo, explicación y complemento del momento. Éste reproducía el discurso de Leonard Cohen al recibir en 2011 el Premio Príncipe de Asturias en Oviedo. Yo no lo recordaba, lo cual tampoco es decir mucho. Animo a recuperarlo al que pueda sentir el más mínimo interés. Se sentirá recompensado.
El maestro Cohen contó una historia tan bonita, muy a su pesar, como acorde y en concordancia al reconocimiento que se le hacía.
En algún momento en los comienzos de su carrera —comenzó a relatar con su voz tan sugerente— con unos 30 años, tropezó/coincidió con un músico callejero que tocaba flamenco con su guitarra, en su ciudad de nacimiento, Montreal, en la que vivía su madre. Declara Leonard que se sintió atraído por su música y forma de tocar, al igual que unos pocos jóvenes que lo escuchaban en aquella pista, de aquel parque, de aquella ciudad…
Le preguntó si accedía a enseñarle a tocar la guitarra. Que si le podría dar unas clases: Aceptó.
El primer día —este músico-maestro callejero— le enseñó que la guitarra estaba desafinada. Le tocó unos acordes flamencos…y le propuso que los tocara él. Ante su incapacidad, lo tomó en su regazo, le posicionó los dedos en los trastes…y le guió.
Quedaron para el día siguiente.
El segundo día, Leonard había aprendido los acordes, los seis acordes que el día anterior le había enseñado el desconocido. Le ayudó a seguir perfeccionándolos…al igual que hizo en la tercera de sus clases.
Al cuarto día no apareció por casa de su madre. No asistió a su compromiso de enseñarle a tocar.
Nos sigue contando en su discurso de aceptación del “Príncipe de Asturias”, (con todo el auditorio absolutamente absorto), llamó a la pensión en la que se hospedaba. Ya no estaba.
Se había quitado la vida. Se había suicidado.
Dejando aparte –aunque conforma lo “bonito” del vídeo— la declaración hecha por el poeta y cantante de que… “esta historia es la primera vez que la cuento en público…”, y que “…esos acordes han formado parte —están en la base— de todas mis canciones…” , o “…por ello mi música está en deuda con este País, al que pertenecería aquel músico callejero…” Dejándolo aparte, decía, quiero centrarme, —como seguramente ya se entenderá—en el hecho de que alguien capaz de transmitir felicidad y perfección a otras personas… hasta el punto y manera de cómo se lo ha transmitido tan magistralmente a L. Cohen, esta persona, como otras tantas, ha decidido que su lugar ya no estaba aquí… tal vez que su momento estaba en otro sitio. Y decidió irse; Sin más; Sin despedirse; Tal vez nadie esperaba su despedida… o a nadie tenía que decir adiós.
Yo lo respeto. Yo lo entiendo. Me parece LA DECISIÓN por antonomasia. La ÚNICA que podemos tomar. Que muy pocas personas toman. El resto de las decisiones… o las toman por nosotros, (nacer, dónde debemos vivir, hasta cuándo podemos trabajar…), o las tomamos nosotros, pero de entre un reducido número de opciones que… por supuesto, tampoco nosotros elegimos.
Esta persona, al igual que le resto que han tomado la DECISIÓN de irse, de dejarnos, de cambiar de sitio…de ESTADO, es respetable y la debemos respetar…entre otras cosas, por si el/ellos estuviesen en lo cierto.
Gonzalo Juliàn
Llegó a mi móvil uno de esos wasap con “videos de…”. Últimamente “todo lo que llega” lo hace por wasap. Éste me lo envió una persona, un amigo, Dr. Salami, del que tendré que escribir algo en algún momento y que siempre “acierta en sus envíos”, al igual que con sus palabras de apoyo, explicación y complemento del momento. Éste reproducía el discurso de Leonard Cohen al recibir en 2011 el Premio Príncipe de Asturias en Oviedo. Yo no lo recordaba, lo cual tampoco es decir mucho. Animo a recuperarlo al que pueda sentir el más mínimo interés. Se sentirá recompensado.
El maestro Cohen contó una historia tan bonita, muy a su pesar, como acorde y en concordancia al reconocimiento que se le hacía.
En algún momento en los comienzos de su carrera —comenzó a relatar con su voz tan sugerente— con unos 30 años, tropezó/coincidió con un músico callejero que tocaba flamenco con su guitarra, en su ciudad de nacimiento, Montreal, en la que vivía su madre. Declara Leonard que se sintió atraído por su música y forma de tocar, al igual que unos pocos jóvenes que lo escuchaban en aquella pista, de aquel parque, de aquella ciudad…
Le preguntó si accedía a enseñarle a tocar la guitarra. Que si le podría dar unas clases: Aceptó.
El primer día —este músico-maestro callejero— le enseñó que la guitarra estaba desafinada. Le tocó unos acordes flamencos…y le propuso que los tocara él. Ante su incapacidad, lo tomó en su regazo, le posicionó los dedos en los trastes…y le guió.
Quedaron para el día siguiente.
El segundo día, Leonard había aprendido los acordes, los seis acordes que el día anterior le había enseñado el desconocido. Le ayudó a seguir perfeccionándolos…al igual que hizo en la tercera de sus clases.
Al cuarto día no apareció por casa de su madre. No asistió a su compromiso de enseñarle a tocar.
Nos sigue contando en su discurso de aceptación del “Príncipe de Asturias”, (con todo el auditorio absolutamente absorto), llamó a la pensión en la que se hospedaba. Ya no estaba.
Se había quitado la vida. Se había suicidado.
Dejando aparte –aunque conforma lo “bonito” del vídeo— la declaración hecha por el poeta y cantante de que… “esta historia es la primera vez que la cuento en público…”, y que “…esos acordes han formado parte —están en la base— de todas mis canciones…” , o “…por ello mi música está en deuda con este País, al que pertenecería aquel músico callejero…” Dejándolo aparte, decía, quiero centrarme, —como seguramente ya se entenderá—en el hecho de que alguien capaz de transmitir felicidad y perfección a otras personas… hasta el punto y manera de cómo se lo ha transmitido tan magistralmente a L. Cohen, esta persona, como otras tantas, ha decidido que su lugar ya no estaba aquí… tal vez que su momento estaba en otro sitio. Y decidió irse; Sin más; Sin despedirse; Tal vez nadie esperaba su despedida… o a nadie tenía que decir adiós.
Yo lo respeto. Yo lo entiendo. Me parece LA DECISIÓN por antonomasia. La ÚNICA que podemos tomar. Que muy pocas personas toman. El resto de las decisiones… o las toman por nosotros, (nacer, dónde debemos vivir, hasta cuándo podemos trabajar…), o las tomamos nosotros, pero de entre un reducido número de opciones que… por supuesto, tampoco nosotros elegimos.
Esta persona, al igual que le resto que han tomado la DECISIÓN de irse, de dejarnos, de cambiar de sitio…de ESTADO, es respetable y la debemos respetar…entre otras cosas, por si el/ellos estuviesen en lo cierto.
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