NATURALEZA
Cabras y poesía en tierras de lobos, en la Sierra de la Culebra
Un amplio valle flanqueado por suaves relieves acoge una dehesa de fresnos mediterráneos, jarales y carrascas en un esfuerzo por recuperarse de aquel pasado habitado de usos ganaderos y lumbres con el trébede de ferro. Es San Martín de Tábara, en las estribaciones occidentales de la Sierra de la Culebra, Zamora.
Santiago, el único cabrero de la localidad, es un hombre enjuto de entonación imponente, alta talla y paso sereno, propio de la cadencia que marca los ritmos de una vida transcurrida en el rudo regazo del campo. En cambio, sus 400 cabras de raza autóctona guadarrameña no esperan, reclaman sus querencias, los recursos forrajeros y obedecen al hostigamiento ritual de los perros de carea y a la voz potente y firme que las adueña.
Desde el Neolítico, la vida del hombre que domestica para asegurar su supervivencia con leche y carne, desarrolló nuestras sociedades en ganaderas. Un pasado milenario que sólo lo atestigua quienes se resisten al destierro de la civilización endemoniada por el sistema de consumo y aceptan el demérito como valor. Así nos recuerda Santiago la importancia del cabrero, la cabra y sus productos y usos derivados: «La tradición quesera existente en la zona se remonta al alto medievo. Era cuando la cabra y sus productos se explotaban para diversas bondades. Las carnes para cecina y la leche como alimento primordial durante la niñez y, en muchos casos, como sustituta de la madre. De las pieles se sacaban los curtidos para los trabajos de carbonería, carpintería o fraguas; y también eran muy aptas como pergaminos para los beatos. El queso hecho con cabrito —dicen las crónicas— era el pago en especie a los señores de la tierra, un reconocido manjar que se preparaba ahumado para proteger la corteza y dar mejor conservación y maduración.»
Santiago es más que un hombre del pasado que en el presente ordeña, que fertiliza los pastos con sus 400 «abonadoras», que trasiega los senderos ancestrales o que atesora el conocimiento de la tierra que le sustenta, también, fue alcalde de su pueblo, asesor de escuelas ganaderas, con contactos internacionales relacionados con proyectos en defensa y revalorización del pastoralismo y la trashumancia, integrante de la Junta Directiva de la Asociación para el Desarrollo de Aliste, Tábara y Alba (ADATA), cooperativista familiar de un queso artesanal extraordinario elaborado con el lacto de sus cabras, ecológico certificado de producción limitada y sin mayor aspiración que ofrecer calidad, poeta apasionado de Miguel Hernández y, fascinado por su irreductible competidor el lobo.
LAS ABARCAS DESIERTAS
Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desierta
Miguel Hernández
Maravillosa confluencia de poetas cabreros atemporales armonizada por el tintineo y las ubres lozanas.
Somos hijos de los hijos, de aquellos hombres valientes, sin saber que ello eran, que recorrían caminos, con respeto a la tierra.
Somos hijos de la noche, de aquellos noches de estrellas, de las noches tenebrosas, de los montes de las peñas.
Somos hijos del silencio , del ladrido del mastín, del rumiar de las ovejas.
Somos hijos de la hoguera, que calentaba calderos, mientras contábamos las penas.
Somos hijos de los fríos, de los soles , de las lluvias, de la escarcha del Rocío, de la alegre primavera
Somos hijos del Olvido, de la triste soledad, de tantas noches sin hembra, sin compañera , sin hijos , sin nadie a quien contar las penas.
Somos hijos, de pastores, de cabreros , humildes, pero erguidos, que pasearon caminos con altivez manifiesta.
Cabreroslocos
La sabiduría de Santiago se alza excelsa con la aceptación, comprensión y conocimiento sobre el lobo. Como proveedor de carne localizada, estable y a gran escala, el carnívoro del Pleistoceno medio, el lobo, se cobra el tributo con cierta periodicidad por el logro evolutivo de convertirse el homo en sedentario. En la cíclica dualidad de bendición/fatalidad en la que la vida dispensa y arrebata, el hombre superior es capaz, elevándose por encima de la tiranía de la supervivencia, comprender que competir por los recursos es también aceptar que te desafíen entre la diversa colectividad que conformamos todos los seres vivos. Resulta admirable escuchar sin rencor, con cierta resignación positiva y con profundo respeto sus experiencias, algunas trágicas, otras místicas, con el ser que desorbita el complejo repertorio de emociones humanas. El lobo es otro compañero en las ávidas necesidades intelectuales de Santiago, es el intuitivo exponente que despierta la reacción y el conocimiento empírico de un oficio, superlativo como cultura.
El futuro de esta tierra y del lobo depende del ejemplo de personas como Santiago, que trabajan en proyectos de desarrollo ganaderos empoderados y respetuosos con nuestra biodiversidad, consolidando en el sector un relato contrapuesto al ejercido especialmente desde el ámbito sindical ganadero intervenido y pervertido por el capital.
Carlos Soria
Un amplio valle flanqueado por suaves relieves acoge una dehesa de fresnos mediterráneos, jarales y carrascas en un esfuerzo por recuperarse de aquel pasado habitado de usos ganaderos y lumbres con el trébede de ferro. Es San Martín de Tábara, en las estribaciones occidentales de la Sierra de la Culebra, Zamora.
Santiago, el único cabrero de la localidad, es un hombre enjuto de entonación imponente, alta talla y paso sereno, propio de la cadencia que marca los ritmos de una vida transcurrida en el rudo regazo del campo. En cambio, sus 400 cabras de raza autóctona guadarrameña no esperan, reclaman sus querencias, los recursos forrajeros y obedecen al hostigamiento ritual de los perros de carea y a la voz potente y firme que las adueña.
Desde el Neolítico, la vida del hombre que domestica para asegurar su supervivencia con leche y carne, desarrolló nuestras sociedades en ganaderas. Un pasado milenario que sólo lo atestigua quienes se resisten al destierro de la civilización endemoniada por el sistema de consumo y aceptan el demérito como valor. Así nos recuerda Santiago la importancia del cabrero, la cabra y sus productos y usos derivados: «La tradición quesera existente en la zona se remonta al alto medievo. Era cuando la cabra y sus productos se explotaban para diversas bondades. Las carnes para cecina y la leche como alimento primordial durante la niñez y, en muchos casos, como sustituta de la madre. De las pieles se sacaban los curtidos para los trabajos de carbonería, carpintería o fraguas; y también eran muy aptas como pergaminos para los beatos. El queso hecho con cabrito —dicen las crónicas— era el pago en especie a los señores de la tierra, un reconocido manjar que se preparaba ahumado para proteger la corteza y dar mejor conservación y maduración.»
Santiago es más que un hombre del pasado que en el presente ordeña, que fertiliza los pastos con sus 400 «abonadoras», que trasiega los senderos ancestrales o que atesora el conocimiento de la tierra que le sustenta, también, fue alcalde de su pueblo, asesor de escuelas ganaderas, con contactos internacionales relacionados con proyectos en defensa y revalorización del pastoralismo y la trashumancia, integrante de la Junta Directiva de la Asociación para el Desarrollo de Aliste, Tábara y Alba (ADATA), cooperativista familiar de un queso artesanal extraordinario elaborado con el lacto de sus cabras, ecológico certificado de producción limitada y sin mayor aspiración que ofrecer calidad, poeta apasionado de Miguel Hernández y, fascinado por su irreductible competidor el lobo.
LAS ABARCAS DESIERTAS
Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desierta
Miguel Hernández
Maravillosa confluencia de poetas cabreros atemporales armonizada por el tintineo y las ubres lozanas.
Somos hijos de los hijos, de aquellos hombres valientes, sin saber que ello eran, que recorrían caminos, con respeto a la tierra.
Somos hijos de la noche, de aquellos noches de estrellas, de las noches tenebrosas, de los montes de las peñas.
Somos hijos del silencio , del ladrido del mastín, del rumiar de las ovejas.
Somos hijos de la hoguera, que calentaba calderos, mientras contábamos las penas.
Somos hijos de los fríos, de los soles , de las lluvias, de la escarcha del Rocío, de la alegre primavera
Somos hijos del Olvido, de la triste soledad, de tantas noches sin hembra, sin compañera , sin hijos , sin nadie a quien contar las penas.
Somos hijos, de pastores, de cabreros , humildes, pero erguidos, que pasearon caminos con altivez manifiesta.
Cabreroslocos
La sabiduría de Santiago se alza excelsa con la aceptación, comprensión y conocimiento sobre el lobo. Como proveedor de carne localizada, estable y a gran escala, el carnívoro del Pleistoceno medio, el lobo, se cobra el tributo con cierta periodicidad por el logro evolutivo de convertirse el homo en sedentario. En la cíclica dualidad de bendición/fatalidad en la que la vida dispensa y arrebata, el hombre superior es capaz, elevándose por encima de la tiranía de la supervivencia, comprender que competir por los recursos es también aceptar que te desafíen entre la diversa colectividad que conformamos todos los seres vivos. Resulta admirable escuchar sin rencor, con cierta resignación positiva y con profundo respeto sus experiencias, algunas trágicas, otras místicas, con el ser que desorbita el complejo repertorio de emociones humanas. El lobo es otro compañero en las ávidas necesidades intelectuales de Santiago, es el intuitivo exponente que despierta la reacción y el conocimiento empírico de un oficio, superlativo como cultura.
El futuro de esta tierra y del lobo depende del ejemplo de personas como Santiago, que trabajan en proyectos de desarrollo ganaderos empoderados y respetuosos con nuestra biodiversidad, consolidando en el sector un relato contrapuesto al ejercido especialmente desde el ámbito sindical ganadero intervenido y pervertido por el capital.
Carlos Soria
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.149