NOCTURNOS
Mi amor no vale nada
No necesito mirarme al espejo cuando me despierta el alba ni autoanalizarme para considerar que soy muy poco para esa mujer. Sé que mi oferta de amor ya no posee demanda, más cuando el tiempo me fue devorando epidermis, carne y tuétano, y se tomó como postre unas cuantas neuronas que residían en mi cerebro sin pagar alquiler. Soy un amante en edad de jubilarse. Mi amor ya no vale nada. Está viejo. No cotiza en la bolsa del deseo. Hay un tiempo para amar sin seso, con lujuria, sin sentido, con agresividad, sin juicio.
Después, cuando Cronos te siembra de años, y te doctoras en el arte de amar, ni una sola alumna pretende que impartas unas cuantas lecciones de erotismo sobre su cuerpo perfecto. Y, con tristeza, te convences que el único amor del que acaso disfrutas reside en la memoria. Buscas recuerdos de besos, aromas de nirvanas, perfumes de gineceo en la bodega del tiempo para consolarte de la pasión perdida, de la belleza evaporada, de la atracción secuestrada.
Y ya dudas de si te amaron, si te miraron a los ojos sin pestañear, sin temblaron cuando les susurrabas palabras de amor en sus oídos Y maldices no haber conocido a esa dama, la del Solsticio, una década antes, para haber hecho del amor una obra de arte, para haber convertido su cuerpo en un canto a la belleza.
Y sabes que ella reúne todas las virtudes y alguno de los defectos que te exigiste a ti mismo para sublimar el amor, para sentirlo como una experiencia mística, una unión espiritual a través de la cópula de los cuerpos sobre el lecho del universo.
Eugenio-Jesús de Ávila
No necesito mirarme al espejo cuando me despierta el alba ni autoanalizarme para considerar que soy muy poco para esa mujer. Sé que mi oferta de amor ya no posee demanda, más cuando el tiempo me fue devorando epidermis, carne y tuétano, y se tomó como postre unas cuantas neuronas que residían en mi cerebro sin pagar alquiler. Soy un amante en edad de jubilarse. Mi amor ya no vale nada. Está viejo. No cotiza en la bolsa del deseo. Hay un tiempo para amar sin seso, con lujuria, sin sentido, con agresividad, sin juicio.
Después, cuando Cronos te siembra de años, y te doctoras en el arte de amar, ni una sola alumna pretende que impartas unas cuantas lecciones de erotismo sobre su cuerpo perfecto. Y, con tristeza, te convences que el único amor del que acaso disfrutas reside en la memoria. Buscas recuerdos de besos, aromas de nirvanas, perfumes de gineceo en la bodega del tiempo para consolarte de la pasión perdida, de la belleza evaporada, de la atracción secuestrada.
Y ya dudas de si te amaron, si te miraron a los ojos sin pestañear, sin temblaron cuando les susurrabas palabras de amor en sus oídos Y maldices no haber conocido a esa dama, la del Solsticio, una década antes, para haber hecho del amor una obra de arte, para haber convertido su cuerpo en un canto a la belleza.
Y sabes que ella reúne todas las virtudes y alguno de los defectos que te exigiste a ti mismo para sublimar el amor, para sentirlo como una experiencia mística, una unión espiritual a través de la cópula de los cuerpos sobre el lecho del universo.
Eugenio-Jesús de Ávila

















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