NOCTURNOS
El último beso
¡Ay mi amor, anoche, de madrugada, en el féretro de mi lecho, envuelto en el sudario de mis sábanas, me preguntaba, pensando en ti, si existe un cementerio de besos, un camposanto en el que reposen ósculos y caricias, aquellos que nunca dimos y quisimos rubricar sobre los labios de la mujer amada, de la dama deseada, soñada, perdida, ida!
¡Ay mi amor, ya me quedan muy pocos besos, escasas caricias y unos gramos ternura para entregarte, pero tu boca se convirtió en una mariposa de éter, en una cigüeña sin nido, en nube de tormenta!
¡Qué hacer con los besos que no atravesaron la frontera de mis dientes, que se secaron en mi lengua, que no encontraron el oasis de m saliva; esos besos nonatos con querencia por la comisura de tus labios!
Tengo un recuerdo de ambas orillas de tu boca, húmedas, cálidas, suaves, génesis de los verbos, inicio de las palabras que se deben al alma. Transito ya por el desierto de mi vida a la busca de los besos perdidos, como un Proust proletario y heterosexual, que recuerda tu primer beso y aún se resiste a olvidar que siempre quedará un beso por entregar, aquel que recibiré cuando haya muerto.
Sé que hay un verso sobre la lápida que guarda mi último beso, el que no di, ese que soñé para ti, amor.
Eugenio-Jesús de Ávila
¡Ay mi amor, anoche, de madrugada, en el féretro de mi lecho, envuelto en el sudario de mis sábanas, me preguntaba, pensando en ti, si existe un cementerio de besos, un camposanto en el que reposen ósculos y caricias, aquellos que nunca dimos y quisimos rubricar sobre los labios de la mujer amada, de la dama deseada, soñada, perdida, ida!
¡Ay mi amor, ya me quedan muy pocos besos, escasas caricias y unos gramos ternura para entregarte, pero tu boca se convirtió en una mariposa de éter, en una cigüeña sin nido, en nube de tormenta!
¡Qué hacer con los besos que no atravesaron la frontera de mis dientes, que se secaron en mi lengua, que no encontraron el oasis de m saliva; esos besos nonatos con querencia por la comisura de tus labios!
Tengo un recuerdo de ambas orillas de tu boca, húmedas, cálidas, suaves, génesis de los verbos, inicio de las palabras que se deben al alma. Transito ya por el desierto de mi vida a la busca de los besos perdidos, como un Proust proletario y heterosexual, que recuerda tu primer beso y aún se resiste a olvidar que siempre quedará un beso por entregar, aquel que recibiré cuando haya muerto.
Sé que hay un verso sobre la lápida que guarda mi último beso, el que no di, ese que soñé para ti, amor.
Eugenio-Jesús de Ávila

















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