NOCTURNOS
La injusticia de amar
Quizá amar sea un verbo que solo saben conjugar los tontos. Podría ser que enamorarse de una mujer, que tan solo te considera un amigo, se juzgase como propio de un cretino. Yo confieso que soy un estólido y un badulaque.
Sí, llamadme tonto, porque amo a una mujer que nunca será mía, pero yo ya fui capturado por su alma, que es vaho de Dios, perfume de las Hespérides, epidermis de ángel. Pertenezco a una mujer que no me ama.
¿Cómo funciona un cerebro que quiere a quién no le quiere? No siempre amamos a quién te ama, y resulta propio despreciar a quién te quiere si no lo quieres.
El amor, más de las veces, se convierte en exaltación de la injusticia, porque no se reparte equitativamente entre los que aman con devoción, como si la amada fuese una diosa; porque se queda en polvo de nada cuanto más anhelas a esa mujer, más la distingues.
Y no te sirven las palabras bellas, ni la sintaxis enamorada para que te deseen. ¡Ay, cuántas almohadas se secan a la luz de la luna, empapadas en lágrimas! Paradojas del amor.
Eugenio-Jesús de Ávila
Quizá amar sea un verbo que solo saben conjugar los tontos. Podría ser que enamorarse de una mujer, que tan solo te considera un amigo, se juzgase como propio de un cretino. Yo confieso que soy un estólido y un badulaque.
Sí, llamadme tonto, porque amo a una mujer que nunca será mía, pero yo ya fui capturado por su alma, que es vaho de Dios, perfume de las Hespérides, epidermis de ángel. Pertenezco a una mujer que no me ama.
¿Cómo funciona un cerebro que quiere a quién no le quiere? No siempre amamos a quién te ama, y resulta propio despreciar a quién te quiere si no lo quieres.
El amor, más de las veces, se convierte en exaltación de la injusticia, porque no se reparte equitativamente entre los que aman con devoción, como si la amada fuese una diosa; porque se queda en polvo de nada cuanto más anhelas a esa mujer, más la distingues.
Y no te sirven las palabras bellas, ni la sintaxis enamorada para que te deseen. ¡Ay, cuántas almohadas se secan a la luz de la luna, empapadas en lágrimas! Paradojas del amor.
Eugenio-Jesús de Ávila

















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