SEMANA SANTA
Una Pasión que dejé de sentir
Los niños zamoranos de familias pequeñoburguesas y católicas conocen ya, en la tierna infancia, que la Semana Santa es la fiesta más importante de la ciudad. Las personas que tenemos más pasado que futuro, vivimos en nuestra niñez una pasión muy religiosa, muy sentida, muy hacia adentro. Algunos, recorrida más de la mitad del camino, dejamos de apasionarnos con la Pasión, perdimos fe y ganamos escepticismo. Ya solo nos queda memoria del tiempo
En verdad, cada año siento menos Pasión por la Semana Santa; solo la memoria me vincula con cofradías y hermandades durante estos días especiales, tan celebrados, festejados y divertidos para la mayor parte de los zamoranos; convencidos ya de que nos encontramos más ante una tradición que frente a unas celebraciones religiosas. Y no me parece mal: que cada cual sienta el Lunes o el Viernes Santo a su manera, que se divierta o flagele, ni voy a reír ni a convertir mis ojos en mares de lágrimas. Allá cada cual con su conciencia, con su fe, con su razón. Como diría Manuel Machado: “Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme, lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí...”
Hubo un momento en mi vida, cuando la razón venció al corazón, en el que me dije que no era coherente vestir túnica de estameña y terciopelo y cubrir mi rostro con caperuz, más portando farol, crucecita o hachón, si había perdido todo vínculo con la fe, ya tan solo patrimonio de mis mayores. Y, entonces, dejé de acudir a mis hermandades y cofradías y de salir a las rúas viejas de mi ciudad del alma a contemplar esa particular visión de la Semana Santa que tiene la gente de mi patria chica.
Ya lo he visto todo, ya me conozco todas las marchas y ya me sé todos los combates internos, personalistas, vanidosos, poco católicos, que se declaran entre cofradías y hermandades, entre montescos y capuletos. Yo lucharía por causas superiores, por ser cada vez más culto y mejor persona, más honrado y honesto, menos envidioso y puñetero, más hombre y menos bestia, pero, por llevar una vara seca o un trozo de metal barato para dirigir miles de ¿hermanos? tres o cuatro horas o por presidir una cofradía o hermandad, no pierdo el tiempo ni conjugo un solo verbo.
Ha tiempo que me produce más placer leer el hermoso poema que escribe Eolo con los árboles, escuchar la sinfonía que componen las nubes con el violín del cielo u observar el lento discurrir del Duero que enfrentarme al vecino por estas zarandajas, estas tonterías de niños viejos, impropias de gente que se dice católica, apostólica y romana.
Ahora bien, si mi Zamora necesita su Semana Santa para no morir en el Calvario, crucificada sobre el madero del olvido, yo prestaré mi pluma para pregonar que nuestra Pasión es una bellísima demostración de austeridad, fervor religioso, de estética y ética vinculadas a unos desfiles procesionales singulares, únicos, eternos. Nada más. Todo sea por Zamora.
Eugenio-Jesús de Ávila
Los niños zamoranos de familias pequeñoburguesas y católicas conocen ya, en la tierna infancia, que la Semana Santa es la fiesta más importante de la ciudad. Las personas que tenemos más pasado que futuro, vivimos en nuestra niñez una pasión muy religiosa, muy sentida, muy hacia adentro. Algunos, recorrida más de la mitad del camino, dejamos de apasionarnos con la Pasión, perdimos fe y ganamos escepticismo. Ya solo nos queda memoria del tiempo
En verdad, cada año siento menos Pasión por la Semana Santa; solo la memoria me vincula con cofradías y hermandades durante estos días especiales, tan celebrados, festejados y divertidos para la mayor parte de los zamoranos; convencidos ya de que nos encontramos más ante una tradición que frente a unas celebraciones religiosas. Y no me parece mal: que cada cual sienta el Lunes o el Viernes Santo a su manera, que se divierta o flagele, ni voy a reír ni a convertir mis ojos en mares de lágrimas. Allá cada cual con su conciencia, con su fe, con su razón. Como diría Manuel Machado: “Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme, lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí...”
Hubo un momento en mi vida, cuando la razón venció al corazón, en el que me dije que no era coherente vestir túnica de estameña y terciopelo y cubrir mi rostro con caperuz, más portando farol, crucecita o hachón, si había perdido todo vínculo con la fe, ya tan solo patrimonio de mis mayores. Y, entonces, dejé de acudir a mis hermandades y cofradías y de salir a las rúas viejas de mi ciudad del alma a contemplar esa particular visión de la Semana Santa que tiene la gente de mi patria chica.
Ya lo he visto todo, ya me conozco todas las marchas y ya me sé todos los combates internos, personalistas, vanidosos, poco católicos, que se declaran entre cofradías y hermandades, entre montescos y capuletos. Yo lucharía por causas superiores, por ser cada vez más culto y mejor persona, más honrado y honesto, menos envidioso y puñetero, más hombre y menos bestia, pero, por llevar una vara seca o un trozo de metal barato para dirigir miles de ¿hermanos? tres o cuatro horas o por presidir una cofradía o hermandad, no pierdo el tiempo ni conjugo un solo verbo.
Ha tiempo que me produce más placer leer el hermoso poema que escribe Eolo con los árboles, escuchar la sinfonía que componen las nubes con el violín del cielo u observar el lento discurrir del Duero que enfrentarme al vecino por estas zarandajas, estas tonterías de niños viejos, impropias de gente que se dice católica, apostólica y romana.
Ahora bien, si mi Zamora necesita su Semana Santa para no morir en el Calvario, crucificada sobre el madero del olvido, yo prestaré mi pluma para pregonar que nuestra Pasión es una bellísima demostración de austeridad, fervor religioso, de estética y ética vinculadas a unos desfiles procesionales singulares, únicos, eternos. Nada más. Todo sea por Zamora.
Eugenio-Jesús de Ávila



















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