RECUERDOS DE LA SEMANA SANTA: CAPAS PARDAS
Pastoreando el rebaño de Dios
Procesión portentosa. Ignoro si sobrecoge, verbo que se emplea tanto ahora, en Semana Santa, pero lo que sí sé es que, junto al Yacente, impacta en los sentidos del alma. Se podrá ser agnóstico, poco creyente, pero escuchar las notas del bombardino, mientras tu mirada se fija en los bordados de las capas alistanas o en la calavera que yace junto al Cristo, te hace volver a creer en el hombre. Solo un genio pudo diseñarla.
Ignoro si alguno de los hermanos del Cristo del Amparo, hermandad conocida entre el vulgo como Capas Pardas, tiene rebaños de ovejas o cabras. Pero la capa alistana, tan hermosa y sobria a la vez, tan pesada y ligera, oxímoron de la comarca zamorana, fue, no sé si lo es aún, prenda necesaria para no morir helado bajo el cielo azul de Aliste en los días del cruel invierno, mientras las pacíficas ovejas masticaban hierba fría, primer y único plato para animal tan sencillo.
Esas capas de una de las comarcas zamoranas más lígrimas sirvieron para que, a finales de los años 50, cuando el franquismo encontraba el elixir del progreso económico, cubriesen a los discípulos zamoranos del Cristo del Amparo, y construir una de las procesiones más hermosas que cerebro religioso español concibiese. Como antes el Yacente, la Hermandad de Penitencia embelleció nuestra Semana Santa. Un hombre excepcional, factor común a ambas cofradías, Dionisio Alba, creó una obra de arte con la Pasión de Cristo. Si Dios existe, si el Dios verdadero es el de los católicos, el maestro joyero zamorano recibió la inspiración del Cielo para plasmar semejante cumbre de la estética religiosa en su versión procesional.
Y, tal cual sucede con el Yacente, los hermanos del Cristo del Amparo, seducidos por la belleza, parecen creer más en Dios esa medianoche del Miércoles Santo; todos, que son pocos, interiorizan sus creencias, más allá de cierto elitismo social que alguien criticó en un momento determinado de nuestra historia semanasantera. No obstante, aunque así fuere, nuestros ojos y oídos reciben tanta poesía durante esa noche cerrada de Olivares, que hasta el Duero levanta su cabeza de agua para beberse la belleza de esa hermandad de penitencia, de penar por haber hecho de Zamora un escenario digno de la Jerusalén del Nazareno.
Aunque uno ya no crea en nada, ¡benditos sean los hombres que crearon tanta lírica con un Cristo de madera, unas capas de pastores alistanos y unos faroles toscos en una ciudad que se siente distinta.
Eugenio-Jesús de Ávila
Procesión portentosa. Ignoro si sobrecoge, verbo que se emplea tanto ahora, en Semana Santa, pero lo que sí sé es que, junto al Yacente, impacta en los sentidos del alma. Se podrá ser agnóstico, poco creyente, pero escuchar las notas del bombardino, mientras tu mirada se fija en los bordados de las capas alistanas o en la calavera que yace junto al Cristo, te hace volver a creer en el hombre. Solo un genio pudo diseñarla.
Ignoro si alguno de los hermanos del Cristo del Amparo, hermandad conocida entre el vulgo como Capas Pardas, tiene rebaños de ovejas o cabras. Pero la capa alistana, tan hermosa y sobria a la vez, tan pesada y ligera, oxímoron de la comarca zamorana, fue, no sé si lo es aún, prenda necesaria para no morir helado bajo el cielo azul de Aliste en los días del cruel invierno, mientras las pacíficas ovejas masticaban hierba fría, primer y único plato para animal tan sencillo.
Esas capas de una de las comarcas zamoranas más lígrimas sirvieron para que, a finales de los años 50, cuando el franquismo encontraba el elixir del progreso económico, cubriesen a los discípulos zamoranos del Cristo del Amparo, y construir una de las procesiones más hermosas que cerebro religioso español concibiese. Como antes el Yacente, la Hermandad de Penitencia embelleció nuestra Semana Santa. Un hombre excepcional, factor común a ambas cofradías, Dionisio Alba, creó una obra de arte con la Pasión de Cristo. Si Dios existe, si el Dios verdadero es el de los católicos, el maestro joyero zamorano recibió la inspiración del Cielo para plasmar semejante cumbre de la estética religiosa en su versión procesional.
Y, tal cual sucede con el Yacente, los hermanos del Cristo del Amparo, seducidos por la belleza, parecen creer más en Dios esa medianoche del Miércoles Santo; todos, que son pocos, interiorizan sus creencias, más allá de cierto elitismo social que alguien criticó en un momento determinado de nuestra historia semanasantera. No obstante, aunque así fuere, nuestros ojos y oídos reciben tanta poesía durante esa noche cerrada de Olivares, que hasta el Duero levanta su cabeza de agua para beberse la belleza de esa hermandad de penitencia, de penar por haber hecho de Zamora un escenario digno de la Jerusalén del Nazareno.
Aunque uno ya no crea en nada, ¡benditos sean los hombres que crearon tanta lírica con un Cristo de madera, unas capas de pastores alistanos y unos faroles toscos en una ciudad que se siente distinta.
Eugenio-Jesús de Ávila




















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