Madre de madres

No hace mucho, mantenía yo una conversación con el padre de una niña que aún se mantiene en su más tierna edad. Le hacía partícipe de mi preocupación por las influencias externas que puede tener uno en la adolescencia, momento en que cada día creemos que nos vamos a comer el mundo, cuando, en realidad, somos más vulnerables. Al final, ambos llegamos a la conclusión de que, en esa época, parece que uno está diseñado genéticamente para pensar todo lo contrario a lo que digan nuestros padres. Sin embargo, unos pocos años más tarde, nos damos cuenta de que ellos tenían, tienen y tendrán razón en todo o casi todo y nace un sentimiento de empatía hasta ahora desconocido.

Como digo, desde que empecé a ser adulto, entiendo hasta dónde puedo comprender, sin tener descendencia, el dolor por el que puede pasar una madre o un padre al ver que su hijo se equivoca o que le hacen daño. Por eso, creo que el dolor de la Virgen María, teniendo que entender que estaba destinada a sobrevivir al fruto de su vientre, me parece algo inhumano. Entiendo que no existe dolor más grande que ver morir a un hijo, no creo que se pueda sobrevivir a eso. Pienso que, cuando esto sucede, los padres quedan muertos en vida y, cuando llega el día de ver la luz al final del túnel, mueren de amor, de no haber podido disfrutar de ese amor paterno filial.

No me pregunto, sé con certeza que cuando una madre ve la procesión del Viernes Santo por la noche siente esa misma empatía. Y eso me hace pensar que este desfile tiene un nombre muy adecuado, pues, según dice cierto libro, María es madre de todos, pero, a mi entender, es Madre de todas las madres y afirmo que son solo ellas, con ese hilo que las une, las que pueden comprender cómo su cuerpo se rasga con su llanto.

MED