Martes, 16 de Diciembre de 2025

Eugenio de Ávila
Miércoles, 14 de Abril de 2021
NUESTRA HISTORIA

Voces y ecos del 90 aniversario de la proclamación de la II República

[Img #51887]No me gustaría vivir en un sistema político en el que, menos de un mes de ser implantado, su Gobierno permitiese, o azuzase, a las masas para quemar alrededor de cien iglesias, la segunda biblioteca más grande de España, profanar cementerios de conventos y destruir objetos artísticos, del patrimonio nacional. Hoy, en el 90 aniversario de la proclamación de la II República, daré voz a los protagonistas de aquel régimen, para que las nuevas generaciones distingan el grano de la paja. Empezaré por uno de los padres de aquel segundo intento republicano en España, el autor del célebre artículo, clave en la caída de la Monarquía, José Ortega y Gasset: “Delenda est monarchia.”

 

Ortega y Gasset, uno de los intelectuales españoles que más contribuyó a la proclamación de la II República, escribiría, el 9 de septiembre de 1931: “Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: ¡No es esto, no es esto! La República es una cosa. El radicalismo es otra. Si no, al tiempo”.

 

El 6 de diciembre del año de la proclamación de la República, el mayor filósofo español de la historia, pronunciaba un discurso en el que lamentaba, entre otras cuestiones, el del anticlericalismo: “Lo que no se comprende es que, habiendo sobrevenido la República con tanta plenitud y tan poca discordia, sin apenas herida ni apenas dolores, hayan bastado siete meses para que empiece a cundir por el país desazón y descontento, desánimo; en suma, tristeza. ¿Por qué nos han hecho una República triste y agria bajo la joven constelación de una República naciente?”

 

Perdida toda esperanza con el régimen, al que acusó de sectario y extremista,  disolvía , en octubre de 1932, la Agrupación para la Defensa de la República, y se retiraba de la primera fila de la política, no sin antes criticar la Carta Magna republicana, de la que después escribiré: “"Constitución lamentable, sin pies ni cabeza ni el resto de materia orgánica que suele haber entre los pies y la cabeza".

 

Tras el asesinato de Calvo Sotelo  asumió que la revolución que había anunciado la izquierda se ejecutaría  y temió que los revolucionarios atentasen contra su persona, como había sucedido ya en octubre de 1934, cuando izquierdistas dispararon contra el edificio en el que vivía Besteiro, su vecino en El Viso, que había condenado el golpe del PSOE contra el gobierno, legítimo, de la República. Finalmente, en el umbral de la  Guerra Civil,  huyó a Paris, tras buscar refugio en la casa de su suegro y en la Residencia de Estudiantes.

 

Ahora toca introducir al dirigente socialista más cabal: Besteiro fue muy crítico con la deriva del régimen , máxime tras  el golpe de Estado, revolución,  de su partido en octubre de 1934, que la pareció “un absurdo imposible” y se opuso a la deriva revolucionaria del PSOE de Largo Caballero. Un año antes, en 1933, afirmó que  “hacer un movimiento para implantar el socialismo mediante la dictadura del proletariado” resultaba “un absurdo imposible en las circunstancias actuales, y el anuncio de estos propósitos, que no se realizarán y si se intentan realizar resultarán un fracaso enorme, no servirá más que para estimular la reacción.”

 

El que fuera considerado como heredero de Pablo Iglesias llegó a afirmar que había más peligro fascista en Largo Caballero que en la  CEDA, el partido conservador de la II República, un PP en la actualidad, porque ““España no es Rusia”. Y ya en 1939 confesaría, con enorme tristeza:  “Estamos derrotados por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande. La reacción contra ese error de la Republica la representan, sean los que sean sus defectos, los nacionalistas que se han batido en la gran cruzada anti komintern”.

 

Dejo a Besteiro,  un socialista ejemplar, para estudiar el carácter democrático de Largo Caballero, el Lenin español, líder socialista durante la República y abuelo político de Zapatero y Sánchez. Estas son sus confesiones ¿democráticas”: “La clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo y, como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la Revolución”. Mitin en Linares, el 20 de enero de 1936.

 

Otros dos pensamientos más para enfatizar en el “amor” por un sistema democrático de Largo Caballero: “Si no nos permiten conquistar el poder con arreglo a la Constitución, tendremos que conquistarlo de otra manera”. Febrero de 1933.

 

Y la última: “La transformación total del país no se puede hacer echando simplemente papeletas en las urnas. Estamos hartos de ensayos de democracia, que se implante en el país la nuestra”. En el Cinema Europa, el 10 de febrero de 1936.

 

Por supuesto, hay numerosos documentos históricos para afirmar que este hombre fue, ante todo, una persona con un “amor” intenso por la democracia.

 

Cierro con Azaña, el último presidente de la II República. Sus frases más rotundas. Verbigracia: “No quiero ser presidente de una República de asesinos”. “Política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta” (Sobre la política republicana de izquierdas). “Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere, pero estos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco”. «La guerra está perdida; pero si por milagro la ganáramos, en el primer barco que saliera de España tendríamos que salir los republicanos, si nos dejaban.»

 

No obstante,  para conocer más al personaje, recomiendo las lecturas de sus memorias, “Políticas” y de “Guerra”, ni “La velada de Benicarló”.

 

Corolario: la Constitución de 1978 es más democrática que la Carta Magna de la II República, sectaria, elaborada solo para un clase política, la republicana; profundamente anticlerical, no integradora; no fue práctica, sino teórica, redactada por catedráticos de Derecho Político o Constitucional, como pudo ser la de la República de Weimar, y, por supuesto, mejor redactada que la actual. Albergó una gran cantidad de contradicciones. No se buscó un texto para todos, sino que cada cual, cada partido, colocó el suyo. El gran tema del debate parlamentario fue el religioso. Se intentó condenar a la Iglesia Católica a la clandestinidad.

 

Alcalá-Zamora, su primer presidente, dijo de la Carta Magna Republicana que “se dictó sin mirar a la realidad nacional. Se procuró legislar obedeciendo a teorías, sentimientos e intereses de partido, sin pensar en esa realidad de convivencia patria, sin cuidarse apenas de que se legislaba para España". Y sentenció: "Fue una Constitución que invitaba a la guerra civil”. Lerroux tenía el mismo juicio, y Azaña, en vísperas de la guerra, confesará: "El gran problema es que no hemos hecho una Constitución para todos los españoles".

 

Afirmo, finalmente, que esta democracia, en su forma de monarquía parlamentaria,  es mucho más justa, equitativa y libre que fue la II República, pese al gravísimo problema del secesionismo de las regiones más ricas de España, la injusta Ley Electoral y la corrupción de los partidos políticos.

 

La II República llegó después de unas elecciones municipales, en las que triunfaron los partidos monárquicos, pero el éxito en las grandes ciudades perteneció a los republicanos.  Las fuerzas de izquierdas, el PSOE, ante todo,  que se irían radicalizando, bolchevizando, desde 1933; la CNT y UGT creyeron que la proclamación de la II República sería el primer paso hacia la revolución, mientras los partidos republicanos burgueses, con personalidades como Azaña y Lerroux, buscaron hacer del  nuevo régimen una democracia.  Los verdaderos republicanos, con partidos minoritarios, nunca de masas, ignoraron que las izquierdas utilizarían la II República para ir a una revolución bolchevique.

 

La división del Frente Popular, la guerra interna del PSOE, la guerra civil dentro de la guerra civil, entre estalinistas (PCE) y trotskistas (POUM) y CNT de otra; más el golpe de estado del coronel Casado, apoyado por Besteiro , Wenceslao Carrillo (padre de Santiago), el anarquista Cipriano Mera y el general Miaja, contra los comunistas y el presidente del gobierno, Negrín, bajo la obediencia de la URRS, provocaron el triunfo de las fuerzas nacionales.

 

No se puede sentir nostalgia de un régimen que conoció golpes de Estado, asesinatos políticos, tantos como 351 entre el triunfo electoral del Frente Popular y el 18 de julio, numerosas huelgas generales y falta de libertades. La II República nació como el primer intento serio, tras el de la  Restauración canovista, de que España conociera un régimen democrático. Pero había pocos republicanos sensatos, partidos de izquierdas que la utilizaron para hacer sus revoluciones, cada cual la suya, y una nación sin una clase media.

 

Esta España de 2021 es mucho más libre, justa e igualitaria que la del periodo 1931-1939. No obstante, queda mucho por construir. Hay que profundizar nuestro sistema democrático, vigilar a los políticos, castigar sus incumplimientos en las urnas y sus corrupciones, acabar con el nepotismo, con la desigualdad palmaria entre las comunidades autónomas, poner punto final al secesionismo y que el poder judicial deje de estar tutelado por los partidos políticos.

 

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