NOCTURNOS
Amarte por entero
He amado a mujeres en carne y hueso. Amo ahora en cuerpo y alma a una dama. Ella me provoca un placer estético, pero también un deleite ético. La amo y la quiero. Su carne me tienta. Su bonhomía despierta en mi persona un cariño especial, ternura, delicadeza. Ella provoca en mí una doble tentación: la de su belleza física y la de esa hermosura que penetra por la retina y se aloja en tu esencia.
Nunca amé tanto, porque jamás me encontré con una dama que detrás de un rostro tan bonito, de unos senos delicados y tentadores, de unas piernas que reclaman caricias desde los tobillos a las ingles, guardase el secreto de la bondad femenina. Cuando sufre, hay lágrimas que me quieren abandonar para escaparse a la atmósfera y formar nubes y llover sobre el dolor. Cuando ríe, mis pestañas danzan con mis cejas sobre el "tablao" de mi rostro.
Sonríe si la trato como una diosa, pero la adoro, porque sustituye al dios hombre de las religiones monoteístas, creadas para convertir la vida en un castigo al hedonismo, en una persecución del gozo, en un castigo para la carne. Y, si algún día se me va, Eugenio-Jesús de Ávila considerará que mereció la pena vivir por ella, por conocerla, por escucharla y amarla en cuerpo y alma. Se abrirá entonces el capítulo final de mi estancia en la tierra, el vivir en tres dimensiones, porque habrá perdido a la dama que transformó mi forma de entender el amor.
Ahora sé que nací por ella, que me hice hombre para amarla, que, sin saberlo, he llegado hasta aquí para saber que hay diosas que sí existen.
Eugenio-Jesús de Ávila
He amado a mujeres en carne y hueso. Amo ahora en cuerpo y alma a una dama. Ella me provoca un placer estético, pero también un deleite ético. La amo y la quiero. Su carne me tienta. Su bonhomía despierta en mi persona un cariño especial, ternura, delicadeza. Ella provoca en mí una doble tentación: la de su belleza física y la de esa hermosura que penetra por la retina y se aloja en tu esencia.
Nunca amé tanto, porque jamás me encontré con una dama que detrás de un rostro tan bonito, de unos senos delicados y tentadores, de unas piernas que reclaman caricias desde los tobillos a las ingles, guardase el secreto de la bondad femenina. Cuando sufre, hay lágrimas que me quieren abandonar para escaparse a la atmósfera y formar nubes y llover sobre el dolor. Cuando ríe, mis pestañas danzan con mis cejas sobre el "tablao" de mi rostro.
Sonríe si la trato como una diosa, pero la adoro, porque sustituye al dios hombre de las religiones monoteístas, creadas para convertir la vida en un castigo al hedonismo, en una persecución del gozo, en un castigo para la carne. Y, si algún día se me va, Eugenio-Jesús de Ávila considerará que mereció la pena vivir por ella, por conocerla, por escucharla y amarla en cuerpo y alma. Se abrirá entonces el capítulo final de mi estancia en la tierra, el vivir en tres dimensiones, porque habrá perdido a la dama que transformó mi forma de entender el amor.
Ahora sé que nací por ella, que me hice hombre para amarla, que, sin saberlo, he llegado hasta aquí para saber que hay diosas que sí existen.
Eugenio-Jesús de Ávila

















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