NOCTURNOS
Me enamoraste, pero nunca te quise
No sé cómo explicarte que me resultó muy fácil enamorarme de ti, desearte, esculpir palabras a tu persona; pero que me parece complicadísimo quererte, porque tú eres de esas mujeres –no es una cuestión femenina solo- que no quieres a nadie, porque te amas demasiado a ti misma. Te enamoraste de tu espejo ya desde la tierna infancia. Ahora, en la madurez, cuando ya se perdieron toques de distinción en tu epidermis y cuerpo, todavía mantienes fija tu mirada sobre tu imagen, que, pese a los años, seduce a hombres tanto tontos como yo.
Un día te advertí, intenté enseñarte, que todos nacemos para que nos quieran, que no otra cosa es la vida: un camino hacia la nada que se recorre merced a la ternura, al cariño, a la belleza, al amor. Si te mueres sin ser amado, la vida habrá carecido de sentido, porque solo habrás bebido absenta para poder soportar tanta falta de poesía. La muerte solo se olvida si amas y eres amado. Tú nunca amaste. Te sentiste amada. No querías más. Las que sois tan hermosas elegís y despecháis a los varones como si fueran clínex. Los que somos más inteligentes que la media, advertimos que nunca os seduciremos y, por lo tanto, os tomamos con una incidencia más en el camino hacia la memoria del futuro.
Te confieso, no obstante, que me habría encantado conquistar tu alma para después colonizar tu carne. ¿Frustrado? En absoluto. Una ucronía más, el deseo que nunca se hará realidad. Ya decidí que solo amaré a la mujer que me ame. Pensé besarte, ensalivarte, mimar toda tu columna vertebral hasta el sacro, hollar las cimas de tus senos, empaparte del perfume del sexo, morirme entre tus ingles. Fue el sueño de un seductor acostumbrado a ser amado y creer que le amaron. The End.
Eugenio-Jesús de Ávila
No sé cómo explicarte que me resultó muy fácil enamorarme de ti, desearte, esculpir palabras a tu persona; pero que me parece complicadísimo quererte, porque tú eres de esas mujeres –no es una cuestión femenina solo- que no quieres a nadie, porque te amas demasiado a ti misma. Te enamoraste de tu espejo ya desde la tierna infancia. Ahora, en la madurez, cuando ya se perdieron toques de distinción en tu epidermis y cuerpo, todavía mantienes fija tu mirada sobre tu imagen, que, pese a los años, seduce a hombres tanto tontos como yo.
Un día te advertí, intenté enseñarte, que todos nacemos para que nos quieran, que no otra cosa es la vida: un camino hacia la nada que se recorre merced a la ternura, al cariño, a la belleza, al amor. Si te mueres sin ser amado, la vida habrá carecido de sentido, porque solo habrás bebido absenta para poder soportar tanta falta de poesía. La muerte solo se olvida si amas y eres amado. Tú nunca amaste. Te sentiste amada. No querías más. Las que sois tan hermosas elegís y despecháis a los varones como si fueran clínex. Los que somos más inteligentes que la media, advertimos que nunca os seduciremos y, por lo tanto, os tomamos con una incidencia más en el camino hacia la memoria del futuro.
Te confieso, no obstante, que me habría encantado conquistar tu alma para después colonizar tu carne. ¿Frustrado? En absoluto. Una ucronía más, el deseo que nunca se hará realidad. Ya decidí que solo amaré a la mujer que me ame. Pensé besarte, ensalivarte, mimar toda tu columna vertebral hasta el sacro, hollar las cimas de tus senos, empaparte del perfume del sexo, morirme entre tus ingles. Fue el sueño de un seductor acostumbrado a ser amado y creer que le amaron. The End.
Eugenio-Jesús de Ávila

















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