ZAMORANA
La palabra, los valores, la ética y otros conceptos trasnochados
Cuanto mayor soy, más echo de menos el valor de la palabra. En esta España nuestra huérfana de valores y ahíta de populismos, donde la demagogia campa a sus anchas, se ha llegado al más absoluto de los descréditos.
La palabra, en tiempo atrás fue la mejor arma, la que sellaba un pacto sin necesidad de firmas, convenios o escritos. Asimismo, se definía como “una persona de palabra” a aquella que cumplía lo dicho, que profesaba valores, que era respetable; una persona decente.
Hoy en día muchos de esos valores se han perdido para una gran mayoría de gente. Los jóvenes carecen de referentes donde apoyarse, la decencia no está de moda, los principios tampoco. Ya lo decía Groucho Marx: “estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros” y así es, porque todo es susceptible de cambio. Vivimos en una sociedad dirigida por los impulsos, por la satisfacción inmediata de los deseos, por un consumismo desatado donde no cabe pensar en quienes lo están pasando mal y careciendo de lo básico. Sin embargo, es ahora cuando la pandemia ha sacado la cara más realista y dramática de una parte de la sociedad en nuestro país, cuando ha resultado palmario e innegable que en España se pasa hambre, no hay más que visitar un centro de reparto de alimentos y ver las filas interminables de personas esperando recibir comida para subsistir; muchas familias han agotado sus ahorros, subsisten gracias a la caridad ajena y pasan necesidades que ya ni siquiera son noticia en los informativos.
Este hecho, que debería ser reparado con urgencia, facilitando la posibilidad de empleos dignos, se obvia porque ahora lo importante es pensar en vacacionar y salir de fiesta, que llevamos mucho tiempo encerrados. El Artículo 35 de la Constitución Española dice: “Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo…”, y yo me pregunto: ¿No debería ser la prioridad de este gobierno remediar una situación de precariedad laboral que nos está dejando al borde de la indigencia? ¿Dónde está la ética, la sensibilidad o la empatía con todas las personas que viven en precario?
Por otro lado, la clase política gobernante, que debería ser un referente de honor y cumplir su palabra, nos tiene acostumbrados a decir ayer una cosa y la contraria mañana, y la hemeroteca, que es el chivato más implacable contra el que no cabe réplica, dispone de innumerables ejemplos, lo que los convierte en dirigentes poco creíbles, muy distraídos con la ética, que no tienen en cuenta el cumplimiento de sus promesas y que no saben ni siquiera rectificar o reconocer sus contrariedades. En la mente de todos hay mil y un ejemplos.
En los últimos años la sociedad española se ha visto sacudida por escándalos financieros, corrupción, fraude y todo tipo de bataholas en el sector económico y político de casi todas las ideologías; pocos se han salvado sin salpicarse. Hoy duermen en la cárcel personas ayer respetables, que caminaban con arrogancia porque se consideraban los dueños del mundo; mintieron, engañaron y robaron, pero un día saldrán de la prisión, escribirán un libro y se habrán redimido de sus vergonzantes actos. A veces me pregunto con qué cara esas mismas personas, ahora entre rejas, se enfrentarán al portero de su casa o al conocido de turno, si sentirán vergüenza o, tal vez, sea un sentimiento que ni siquiera conozcan.
Esto tiene mucho que ver con la dignidad, con el decoro, con la decencia, la ética, e incluso con otro concepto trasnochado: el honor, que define la RAE como “cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”. Me gustan estos conceptos que saben a añejo pero que, sobre sus pilares, formaron a toda una generación; en una época donde era habitual escuchar el dicho “espíritu de sacrificio”, algo impensable hoy en día.
Por desgracia, son conceptos que suelen asociarse a un determinado sector de la sociedad, casi siempre denostado por arcaico y facha cuando, en realidad, son ideas intemporales que no deben atender a momentos puntuales o grupos concretos.
Hemos avanzado en tecnología, se ha atenuado considerablemente el esfuerzo humano con maquinaria, tenemos al alcance de un clic todo un mundo de conocimiento para quien quiera formarse, conocer o investigar sin moverse de casa. Es innegable que la sociedad actual se ha abierto a nuevas ideologías, culturas, religiones y razas, conviviendo todos en un mismo espacio; eso nos enriquece y nos hace crecer como personas. Las fronteras no existen, las distancias tampoco; se viaja de manera habitual y en unas cuantas horas podemos estar en la otra parte del mundo…. Son ventajas impensables hace tan solo unos pocos años; sin embargo, en esta vorágine de cambios y progresos, nos hemos dejado por el camino esos sentimientos que deberían ser esenciales en la educación de las escuelas, formando al ser humano desde niño para que arraiguen en sus mentes los principios que luego les servirán en su vida de adultos.
Tal vez sea que, con la edad, nos volvemos melancólicos y echamos en falta un ayer irrecuperable, quizá se trate simplemente de que lo más valioso es aquello que no cuesta dinero, pero que conforma la esencia vital de uno mismo; por eso quisiera pensar en que los conceptos que he mencionado: respeto, ética, dignidad, palabra, honor… nunca dejen de estar de moda.
Mª Soledad Martín Turiño
Cuanto mayor soy, más echo de menos el valor de la palabra. En esta España nuestra huérfana de valores y ahíta de populismos, donde la demagogia campa a sus anchas, se ha llegado al más absoluto de los descréditos.
La palabra, en tiempo atrás fue la mejor arma, la que sellaba un pacto sin necesidad de firmas, convenios o escritos. Asimismo, se definía como “una persona de palabra” a aquella que cumplía lo dicho, que profesaba valores, que era respetable; una persona decente.
Hoy en día muchos de esos valores se han perdido para una gran mayoría de gente. Los jóvenes carecen de referentes donde apoyarse, la decencia no está de moda, los principios tampoco. Ya lo decía Groucho Marx: “estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros” y así es, porque todo es susceptible de cambio. Vivimos en una sociedad dirigida por los impulsos, por la satisfacción inmediata de los deseos, por un consumismo desatado donde no cabe pensar en quienes lo están pasando mal y careciendo de lo básico. Sin embargo, es ahora cuando la pandemia ha sacado la cara más realista y dramática de una parte de la sociedad en nuestro país, cuando ha resultado palmario e innegable que en España se pasa hambre, no hay más que visitar un centro de reparto de alimentos y ver las filas interminables de personas esperando recibir comida para subsistir; muchas familias han agotado sus ahorros, subsisten gracias a la caridad ajena y pasan necesidades que ya ni siquiera son noticia en los informativos.
Este hecho, que debería ser reparado con urgencia, facilitando la posibilidad de empleos dignos, se obvia porque ahora lo importante es pensar en vacacionar y salir de fiesta, que llevamos mucho tiempo encerrados. El Artículo 35 de la Constitución Española dice: “Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo…”, y yo me pregunto: ¿No debería ser la prioridad de este gobierno remediar una situación de precariedad laboral que nos está dejando al borde de la indigencia? ¿Dónde está la ética, la sensibilidad o la empatía con todas las personas que viven en precario?
Por otro lado, la clase política gobernante, que debería ser un referente de honor y cumplir su palabra, nos tiene acostumbrados a decir ayer una cosa y la contraria mañana, y la hemeroteca, que es el chivato más implacable contra el que no cabe réplica, dispone de innumerables ejemplos, lo que los convierte en dirigentes poco creíbles, muy distraídos con la ética, que no tienen en cuenta el cumplimiento de sus promesas y que no saben ni siquiera rectificar o reconocer sus contrariedades. En la mente de todos hay mil y un ejemplos.
En los últimos años la sociedad española se ha visto sacudida por escándalos financieros, corrupción, fraude y todo tipo de bataholas en el sector económico y político de casi todas las ideologías; pocos se han salvado sin salpicarse. Hoy duermen en la cárcel personas ayer respetables, que caminaban con arrogancia porque se consideraban los dueños del mundo; mintieron, engañaron y robaron, pero un día saldrán de la prisión, escribirán un libro y se habrán redimido de sus vergonzantes actos. A veces me pregunto con qué cara esas mismas personas, ahora entre rejas, se enfrentarán al portero de su casa o al conocido de turno, si sentirán vergüenza o, tal vez, sea un sentimiento que ni siquiera conozcan.
Esto tiene mucho que ver con la dignidad, con el decoro, con la decencia, la ética, e incluso con otro concepto trasnochado: el honor, que define la RAE como “cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”. Me gustan estos conceptos que saben a añejo pero que, sobre sus pilares, formaron a toda una generación; en una época donde era habitual escuchar el dicho “espíritu de sacrificio”, algo impensable hoy en día.
Por desgracia, son conceptos que suelen asociarse a un determinado sector de la sociedad, casi siempre denostado por arcaico y facha cuando, en realidad, son ideas intemporales que no deben atender a momentos puntuales o grupos concretos.
Hemos avanzado en tecnología, se ha atenuado considerablemente el esfuerzo humano con maquinaria, tenemos al alcance de un clic todo un mundo de conocimiento para quien quiera formarse, conocer o investigar sin moverse de casa. Es innegable que la sociedad actual se ha abierto a nuevas ideologías, culturas, religiones y razas, conviviendo todos en un mismo espacio; eso nos enriquece y nos hace crecer como personas. Las fronteras no existen, las distancias tampoco; se viaja de manera habitual y en unas cuantas horas podemos estar en la otra parte del mundo…. Son ventajas impensables hace tan solo unos pocos años; sin embargo, en esta vorágine de cambios y progresos, nos hemos dejado por el camino esos sentimientos que deberían ser esenciales en la educación de las escuelas, formando al ser humano desde niño para que arraiguen en sus mentes los principios que luego les servirán en su vida de adultos.
Tal vez sea que, con la edad, nos volvemos melancólicos y echamos en falta un ayer irrecuperable, quizá se trate simplemente de que lo más valioso es aquello que no cuesta dinero, pero que conforma la esencia vital de uno mismo; por eso quisiera pensar en que los conceptos que he mencionado: respeto, ética, dignidad, palabra, honor… nunca dejen de estar de moda.
Mª Soledad Martín Turiño





















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