Seis pájaros se posan sobre las cuerdas

Seis pájaros se balancean al son del aire sobre las cuerdas de mi ventana. Al mismo tiempo, al mismo ritmo, unísonos, como si de una canción bien calibrada se tratara;  como si de esos versos que concuerdan fueran. Pájaros que se funden en el aire, en la fina brisa de verano que muchas veces tiene por característica un temblor que al cuerpo le sale. Me obsesiono mirándolos sin parar, día tras día, mientras su movimiento tan perfecto me deja ahí quieta sin poder hacer nada más. Los miro. Los miro. Los miro. Y entonces me encuentro que los vuelvo a mirar. Quiero que hagan algo más, ya me aburro de tanta monotonía, que, aunque preciosa en algún instante, calmada y relajada, necesito algo más. Algo que me haga creer que esos seis pájaros han aguantado todos esos días sobre esas cuerdas por algún motivo; algo que me haga sentir que yo he estado mirándolos día tras día por algo.

Pasan los días, ahí siguen y yo no encuentro motivos. La cuerda ahora parece que se afloja; es mucho peso, quizás, para todo ese tiempo que llevan controlando ese equilibrio admirable ahí parados. El tiempo sigue sucediendo y la luna sale, mientras el sol se esconde uno, dos, tres... días, y quizás me doy cuenta – solamente quizás- de que la cuerda no puede más. Es demasiado tiempo. Necesitan volar. Un soplo de aire aparece por el fondo del cielo y decido acompañarlo con mi boca: entonces exhalo y un viento de oriente parece crecer dentro de mí, y decido expulsarlo sobre aquellos seis pájaros que no pueden más. Alas veo volar ahora sobre el cielo azul 56 días después desde que se posaron sobre las cuerdas de mi ventana. Alas veo y libertad siento sobre mi cuerpo, sobre mi mente y sobre los seis colibríes que han permanecido atrapados por no serles de ayuda.