Sábado, 01 de Noviembre de 2025

Redacción
Martes, 13 de Julio de 2021
HABLEMOS

La verdadera herencia del franquismo

Carlos Domínguez

[Img #55003]   En su momento las clases medias españolas saludaron el triunfo del aznarismo, juzgándolo proyecto modernizador orientado a desmontar no ya lo que pudiera sobrevivir del franquismo en lo político, sino fundamentalmente en el terreno económico y social, como rémora y obstáculo de una necesaria liberalización, acompañada del efectivo protagonismo de la sociedad civil.

 

   Esperanza frustrada, pues al final el aznarismo se reveló gran fiasco de nuestra democracia, incapaz de reformas fuera de tijeretazos presupuestarios que tampoco tenían mayor misterio, y de la venta al por mayor de medio país a golpe de especulación urbanística, todo aderezado con un frenesí viario y ferroviario al que subyacía la vieja receta de la obra pública ahora con dinero europeo, como forma de enmascarar graves deficiencias estructurales.

 

   La demagogia de la izquierda, señoreando la práctica totalidad de los medios de comunicación, ha propalado la falsedad de una supuesta herencia política franquista, con el fin de estigmatizar a una derecha antes liberal que conservadora, y esto en el mejor de los casos. Sin embargo, el bagaje del franquismo en lo que tuvo de fórmula incompatible con la democracia parlamentaria fue y es algo mucho más profundo, enraizado en la entraña de nuestra sociedad. Se trata de la mentalidad estatista e intervencionista fruto de la lógica del régimen, que supo ganarse el apoyo de unas frágiles clases medias mediante un paraguas protector, en forma de garantía de futuro personal y familiar asociado por vía meritocrática a la función pública. Y de modo tangencial, al ejercicio de profesiones liberales, empleos cualificados o actividades empresariales.

 

   La receta: ¡Todos funcionarios!, con lo que supone de trabajo seguro, nómina pasable y jubilación a los sesenta, pudo valer para una situación excepcional como la vivida en el régimen franquista, y mal que bien durante el democrático dominado por una izquierda política, sindical e ideológica, que ha sido la gran beneficiaria de la herencia estatista de la dictadura, camuflada bajo la demagogia del mal llamado Bienestar. Pero no tiene cabida en momentos en que el Estado y la Seguridad Social se hallan en quiebra y, peor aún, cuando la anhelada plaza de funcionario se ha convertido para los hijos de la clase media en fantasmal entelequia, sin la menor garantía tanto por la senda de la manga ancha o interina, como por la de una esforzada y justísima meritocracia.

 

   En realidad, con nuestras clases medias el franquismo creó una sociedad funcionarial de subsidiados, desde la fascinación por un futuro cómodo, si bien mediocre y falto de horizontes. El paro insostenible de nuestra juventud, junto a la crisis vital, laboral y familiar de las nuevas generaciones, endeudadas por sus padres y abuelos a perpetuidad, es su verdadera herencia, agravada por la inercia y las prácticas intervencionistas del Estado “democrático”; o partitocracia a secas, en la versión degenerada de socialburocracia.

  

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