Miércoles, 12 de Noviembre de 2025

Nélida L. Del Estal Sastre
Domingo, 18 de Julio de 2021
CON LOS CINCO SENTIDOS

Lo soñé

[Img #55162]Sí, lo soñé.  Os lo prometo, que yo no juro. Estábamos tú y yo en un lecho blanco con sábanas de raso y aroma de violetas, freesias y bergamota,   iluminados por velas para vernos en una especie de penumbra clarividente, de esa que resalta las virtudes y disimula los defectos. Esa en la que te veo como a un animal mitológico, a un dios hecho carne, que me subyuga hasta el límite de perder la noción del tiempo con tus caricias y la humedad de tus más recónditos huecos. Tú me ves, a la luz de esas velas, como a una mujer sobrenatural, de cuerpo pétreo, perfecto, esculpido a cincel y martillo, pero ardiendo en llamas vivas.

   Mi boca te sabía a caramelo y mis senos, desafiando la gravedad, se mostraban ante ti como la perfecta versión de la querencia infantil por el  sustento para poder sobrevivir. Una necesidad total. Una fotografía de la vida latiendo al son del mi cimbreante cintura de avispa. Nos sentíamos como la melodía que no se te va de la cabeza, como el tatuaje que, o te arrancas la piel a tiras, o no saldrá jamás de su sitio encajado en el mapa que escribe nuestra historia en la superficie de la piel que nos envuelve y que se aja con los años. Pero no vemos los años, no los vemos, no los sentimos porque nos sentimos el uno al otro en toda la magnífica extensión de la pasión y el deleite.

   Después de hacernos el amor salvajemente, comemos algo, conversamos de esto y aquello, nos reímos con los avatares de una vida que no nos corresponde, o con los de la vida de otros…Nos sentimos superiores, pero en realidad somos humildes porque estamos desnudos e iluminados por velas. Desnudos de todo, de miembros, de sexo, de ideales, de locuras,  de vicios, de virtudes. Vaciados de nosotros mismos. Volcados en el otro. Somos uno.

   Volvemos a hacer el amor con tal fruición, con tal ansiedad por temor a no tenernos más,  que nos agotamos en nosotros mismos durante horas. Entre besos, caricias, sudor, risas, gemidos, fluidos y hasta el mismo llanto alcanzado el orgasmo. Uno de tantos. La noche nos alcanza.

   Al amanecer, cuando los tonos anaranjados de los rayos del sol empiezan a iluminar la estancia, filtrados por los recovecos de la persiana entreabierta, nos encontraron lívidos. Estábamos inertes, pero felices, con una sonrisa en los labios, entrelazados y abrazados como dos amantes eternos.

   Sí, lo soñé.  Os lo prometo, que yo no juro. Fallecimos de muerte natural. Un deceso de amor.

Nélida L. del Estal Sastre

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