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Redacción
Lunes, 09 de Agosto de 2021
HABLEMOS

La prensa, o el ocaso de la libertad

Carlos Domínguez

[Img #55730]   Precisamente a partir del modelo político inspirado en la constitución británica, un David Hume siempre escéptico y no entregado por completo, a diferencia de Rousseau, al delirio de la voluntad general en forma de “democracia”, en realidad oclocracia, llegó a intuir la “muerte dulce de la libertad”. Diagnóstico coincidente con las décadas iniciales del siglo XVIII, cuando de la mano del parlamentarismo anglosajón el ciudadano común disfrutaba de la libertad de prensa e imprenta, en calidad de individuo propietario de sus bienes. Época, por lo demás, en que el Berkeley teólogo sin por ello dejar de ser empirista ejercía de polemista en Guardian, pugnando contra la vacuidad no ya de la Enciclopedia o la Ilustración francesa, sino aquella de los filósofos “minuciosos” de su misma nacionalidad, anunciando en clave empalagosa no menos que sibilina el designio totalitario del mundo de nuestro tiempo.

 

   Hume sin duda acertaba, pues la muerte de la libertad comienza cuando la original de prensa e imprenta, derecho y patrimonio del ciudadano individual, degenera en privilegio de oligopolios en manos de poderes económicos y políticos, donde la profesionalización se convierte en burocratización, abriendo las puertas a la ortodoxia de un pensamiento único. Alguien tan poco sospechoso como Galbraith, al menos para los actuales voceros de la corrección política, ya lo denunció en su crítica a los media, cierto es que desde una confianza injustificada en la independencia de la prensa escrita.

 

   El mal llamado cuarto poder jamás fue tal, reducido en su creciente burocratización a apéndice de los únicos poderes, económico y político, verdaderamente eficaces desde la prevalencia de sus aparatos. La consecuencia no puede ser otra que la muerte de la libertad, a través de un sectarismo cuya malignidad radica en el control mayoritario de la información y la opinión, a impulso de un evangelio cuyos dogmas sacralizan a diario tribunas convertidas en púlpitos de la propaganda oficial.

 

   Para un Occidente que alumbró la libertad de pensamiento, la cuestión no es si los nuevos mandamientos de la corrección política, así el cambio climático, el dominio de lo social sobre lo individual, la bondad del Estado del bienestar con sus burocracias fiscales, las ideologías de sexo y género bajo señuelo feminista, el multiculturalismo bajo paraguas ideológico de los derechos humanos, tienen de su lado la razón y la verdad. De lo que se trata es de que, en nombre precisamente de una y otra, puedan someterse a juicio crítico los axiomas de tales doctrinas, más allá de quienes pretenden hacer de las conciencias rebaño sumiso a un poder despótico, bien es cierto que con patente de corso “democrática”.

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