Viernes, 12 de Septiembre de 2025

Eugenio de Ávila
Domingo, 22 de Agosto de 2021
COSAS MÍAS

A tal sociedad, tales políticos

[Img #56074]Sé que mis artículos molestan a la diestra y a la siniestra, a los de que se colocan, sin marihuana, más allá del bien y del mal y acierto intelectualoide orgánico, de ideología conservadora, del sistema, que, como carece de argumentos, busca el insulto en las tildes. Pero, a esta edad que viste uno, todavía con cierta elegancia, que, como afirmaba Manuel Machado, en su poema Adelfos, como el blasón, no se gana, se hereda. Voy, por lo tanto, a escribir lo que me dé la real gana, incluso me permitiré el lujo de poner una tilde de más o de menos. Entendido.

 

Escribía cuando fue menester, como casi siempre, menos cuando desvío mi mala leche hacia la actualidad nacional, sobre Zamora, sociedad que defino como amorfa, además de pusilánime, conservadora, no ya en lo político, sino más bien en su psique, en su mentalidad, en su forma de pensar y reflexionar, dos verbos que suelen dar miedo a la gente sencilla, que ha permitido que los caciques, algunos metidos a políticos, piensen por ello. Recuerdo que, ha tiempo, un diputado provincial, ya fallecido, en medio de un barullo verbal extraordinario, voceo y ordenó callar, porque en aquella estancia institucional solo pensaba él. Cosas veredes.

 

Me encanta hacer pensar a los zamoranos. No me gusta que sean solo los políticos los que se pronuncian, los que crean y destruyen; ni tampoco los periodistas, los que esconden lo que no le interesa al poder, y dan luz a lo que viene bien al poderoso. Hay que ir desmontando, deconstruir, en término que empleaba Derrida, el entramado de intereses políticos y económicos del sistema, en el que abrevan todos los partidos, incluso Podemos, que nació para acabar con esta trama político-empresarial, y que fue engullido por la ballena de esta democracia de pacotilla.

 

Sostengo que, si nuestros políticos muestran una falta de talento absoluta, una mediocridad intolerable, una orfandad ideológica sublime y una carencia total  de proyectos, se debe a que nuestra sociedad, de la que yo también formo parte, pues no soy un ET, posee esos mismos defectos. Los zamoranos tenemos los políticos que nos merecemos. A una sociedad cobarde, corresponden políticos pusilánimes, que se arrodillan ante el jerarca de turno, preparados para perpetuarse en el cargo a través de darle coba al que mande. A una sociedad que no cree en nada, aquí solo en santos, cristos y vírgenes, la representan diputados, senadores y procuradores sin fe, sin ideas, sin proyectos.

 

Zamora habla, pero solo en bares y cafeterías, en cenas y almuerzos. Zamora guarda silencio ante el político y el cacique. Ciudad silente, pero que critica a todo quisque, más al que muestra una actitud valiente, bizarra y determinante, que al gallina, cobardica y enclenque moral. Nadie la cara, pero al que se la parten, se le calumnia, se la azuza, se le pone a parir. Nadie se mueve porque siempre se espera a un prójimo que se lance al albero a lidiar al toro de la injusticia por los demás. Si resulta corneado, el morlaco le parte la femoral de su trabajo, labor, profesión, alguien acuñará la estúpida frase de: “¡Ya se lo advertimos!”.

 

Aquí, insisto, lo que más gusta, lo que conduce al orgasmo mental a muchas criaturas de nuestra sociedad, consiste en comprobar el fracaso del prójimo, del inteligente, del osado, del idealista. Toda ciudad pequeña cría hipócritas, siempre cercanos en el éxito, felones ante el fracaso. Lo he vivido. Lo he sentido. Empírico. Aquí se gestó la estire de Caín.

 

Solo escribo porque me gusta, descargo el alma de impotencia y hay personas que me siguen y coordinan sus ideas como las mías. Yo doy formas a las reflexiones que suelen ser comunes a los más sensibles. Solo eso. También me deleita que, de cuando en cuando, un hermanísimo de política prescindible y olvidable, o algún intelectualoide orgánico,  conservador de un tiempo pretérito momificado, me insulte, me falte, me intente frenar con tildes, cuando todavía, en su vejez, no aprendió a puntuar.  Dime con quién andas y te diré quién eres. Mis amigos son buena gente. No me trato con ningún corrupto. Me repugnan los malandrines. Amo al Quijote.

 

Para concluir, pensamiento de Pessoa: “El deleite del odio no puede compararse al deleite de ser odiado”. Nada más. Mañana sigo en la trinchera.

Eugenio-Jesús de Ávila

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