PASIÓN POR ZAMORA
La Zamora del progreso y la del bostezo
Aquí, en esta geografía de 10.500 km2, lo que es la provincia de Zamora, convivimos ya menos de 170.000 habitantes. Me temo que, cuando finalice 2021, el INE nos dará otros dos mil zamoranos menos. Y así, año tras año, porque los políticos que dicen representarnos, pero solo se portan como los comerciales de sus respectivos partidos, andan a lo suyo, a mantener el cargo, que les reporta extraordinarios sueldos, muy superiores a sus capacitaciones profesionales.
Si realizase una taxonomía del zamorano, clasificaría a un tipo al que le trae sin cuidado el futuro de nuestra tierra, y, por ende, le importa el pasado y solo le preocupa “su” presente. Se trata de un vecino, que no ciudadano, que pasa de todo, cercano al ser asocial, que aprovecha los beneficios de vivir en una ciudad, pero no aporta ni ideas, ni proyectos, ni da la cara. Suele criticar porque toque, pero sin conocimientos de nada. Suele ser hijo de papá y mamá, al que le dejaron todo hecho y que acabará por destruir.
Hay otra tipología que se distingue por estar siempre encabronada, poner a parir al que vive mejor, al más dotado intelectualmente, al que se lanza al albero a torear el morlaco de la injusticia, a lidiar el miura del futuro y a intentar parar el toro de la decadencia, templar sus envestidas y salir por la puerta grande del progreso.
Esta gente, que se pasa la vida enfadada, se distingue por su ignorancia, por su falta de solidaridad, por tirar la piedra y esconder la mano, por no haber hecho en su vida nada por la sociedad en la que vive, de la que reniega, en la que apenas gasta porque prefiere comprar en otras ciudades cercanas o lejanas. Hay una mayoría importante de esta clase de personal.
Y después hay una minoría que tomó conciencia de la deriva de Zamora hace tiempo, que intenta analizar las razones de llevaron a nuestra inactividad económica, a la pérdida galopante de población, a la huida de los jóvenes más preparados, a la denuncia ante los poderes públicas del desierto demográfico que padecemos y amenaza aún más con ocupar hasta las ciudades más importantes de la provincia: Zamora, Benavente y Toro.
Esta gente se asocia, exige, protesta, combate. Sabe, además, que el sistema político imperante en el Estado, tomado por los grandes partidos políticos, chantajeados por los independentistas, enemigos del progreso del resto de España, causa enorme daño a nuestra tierra; que no podemos seguir cruzados de brazos, guardando silencio, criticando tras los visillos, mientras nuestro pequeño comercio se desmantela, los autónomos las pasan canutas, los trabajadores, miles, se van al paro y, como mucho, reciben ayudas del Estado, una caridad totalitaria.
Yo acuso, como Zola, a los políticos zamoranos en los parlamentos nacionales, Congreso y Senado, y en las Cortes de Castilla y León, con excepción de Ana Sánchez y José Ignacio Martín Benito, por lo que respecta a su labor de oposición, aunque se olviden de criticar al Gobierno de Sánchez, de traicionar a los zamoranos, de no hablar claro en las cámaras de la situación económica y demográfica límite que padecen nuestra ciudad y provincia; de servir a los intereses de sus partidos, a sabiendas que perjudican a los zamoranos, excepción hecha de los que viven de esta bicoca de la política.
Porque la pandemia no arruinó a ningún político, pero derrotó a miles de autónomos, de comerciantes, de pequeños empresarios. Unos siguen viviendo como si el virus no hubiera existido; otros padecen todavía una tremenda pandemia económica.
Y que no se me critique –único medio de comunicación que analiza nuestros males y muestra el camino por el que salir de este laberinto de la decadencia- por dibujar en palabras la realidad de nuestra tierra y señalar a los culpables entre los que también se encuentra esa masa de zamoranos amorfos que ni sienten ni padecen, a los que les da todo igual, so que arre, que mande este o aquel. Los que destrozan mobiliario público, orina sillares de iglesias y llenan de garabatos monumentos históricos forman parte de esta caterva de gente con la que las personas con conciencia de nuestro estado jamás podrán contar para progresar, para avanzar, para prosperar; sino más bien para retroceder, padecer y morir como sociedad.
Los zamoranos que tenemos fe en una Zamora más grande, más poblada, más activa, más alegre y envidiable no nos rendiremos. Me queda la palabra. Me queda la pasión por mi tierra. Desprecio a la masa inútil que padece esa enfermedad social que defino como apatía antropológica. Desdeño a ese tipo de políticos, de personajes, de jetas que prefieren una Zamora como la actual, una Zamora sin más trabajadores, una Zamora vieja y arrugada, una ciudad de caciques, nepotismo y malandrines. Rémora de nuestra historia.
Eugenio-Jesús de Ávila
Aquí, en esta geografía de 10.500 km2, lo que es la provincia de Zamora, convivimos ya menos de 170.000 habitantes. Me temo que, cuando finalice 2021, el INE nos dará otros dos mil zamoranos menos. Y así, año tras año, porque los políticos que dicen representarnos, pero solo se portan como los comerciales de sus respectivos partidos, andan a lo suyo, a mantener el cargo, que les reporta extraordinarios sueldos, muy superiores a sus capacitaciones profesionales.
Si realizase una taxonomía del zamorano, clasificaría a un tipo al que le trae sin cuidado el futuro de nuestra tierra, y, por ende, le importa el pasado y solo le preocupa “su” presente. Se trata de un vecino, que no ciudadano, que pasa de todo, cercano al ser asocial, que aprovecha los beneficios de vivir en una ciudad, pero no aporta ni ideas, ni proyectos, ni da la cara. Suele criticar porque toque, pero sin conocimientos de nada. Suele ser hijo de papá y mamá, al que le dejaron todo hecho y que acabará por destruir.
Hay otra tipología que se distingue por estar siempre encabronada, poner a parir al que vive mejor, al más dotado intelectualmente, al que se lanza al albero a torear el morlaco de la injusticia, a lidiar el miura del futuro y a intentar parar el toro de la decadencia, templar sus envestidas y salir por la puerta grande del progreso.
Esta gente, que se pasa la vida enfadada, se distingue por su ignorancia, por su falta de solidaridad, por tirar la piedra y esconder la mano, por no haber hecho en su vida nada por la sociedad en la que vive, de la que reniega, en la que apenas gasta porque prefiere comprar en otras ciudades cercanas o lejanas. Hay una mayoría importante de esta clase de personal.
Y después hay una minoría que tomó conciencia de la deriva de Zamora hace tiempo, que intenta analizar las razones de llevaron a nuestra inactividad económica, a la pérdida galopante de población, a la huida de los jóvenes más preparados, a la denuncia ante los poderes públicas del desierto demográfico que padecemos y amenaza aún más con ocupar hasta las ciudades más importantes de la provincia: Zamora, Benavente y Toro.
Esta gente se asocia, exige, protesta, combate. Sabe, además, que el sistema político imperante en el Estado, tomado por los grandes partidos políticos, chantajeados por los independentistas, enemigos del progreso del resto de España, causa enorme daño a nuestra tierra; que no podemos seguir cruzados de brazos, guardando silencio, criticando tras los visillos, mientras nuestro pequeño comercio se desmantela, los autónomos las pasan canutas, los trabajadores, miles, se van al paro y, como mucho, reciben ayudas del Estado, una caridad totalitaria.
Yo acuso, como Zola, a los políticos zamoranos en los parlamentos nacionales, Congreso y Senado, y en las Cortes de Castilla y León, con excepción de Ana Sánchez y José Ignacio Martín Benito, por lo que respecta a su labor de oposición, aunque se olviden de criticar al Gobierno de Sánchez, de traicionar a los zamoranos, de no hablar claro en las cámaras de la situación económica y demográfica límite que padecen nuestra ciudad y provincia; de servir a los intereses de sus partidos, a sabiendas que perjudican a los zamoranos, excepción hecha de los que viven de esta bicoca de la política.
Porque la pandemia no arruinó a ningún político, pero derrotó a miles de autónomos, de comerciantes, de pequeños empresarios. Unos siguen viviendo como si el virus no hubiera existido; otros padecen todavía una tremenda pandemia económica.
Y que no se me critique –único medio de comunicación que analiza nuestros males y muestra el camino por el que salir de este laberinto de la decadencia- por dibujar en palabras la realidad de nuestra tierra y señalar a los culpables entre los que también se encuentra esa masa de zamoranos amorfos que ni sienten ni padecen, a los que les da todo igual, so que arre, que mande este o aquel. Los que destrozan mobiliario público, orina sillares de iglesias y llenan de garabatos monumentos históricos forman parte de esta caterva de gente con la que las personas con conciencia de nuestro estado jamás podrán contar para progresar, para avanzar, para prosperar; sino más bien para retroceder, padecer y morir como sociedad.
Los zamoranos que tenemos fe en una Zamora más grande, más poblada, más activa, más alegre y envidiable no nos rendiremos. Me queda la palabra. Me queda la pasión por mi tierra. Desprecio a la masa inútil que padece esa enfermedad social que defino como apatía antropológica. Desdeño a ese tipo de políticos, de personajes, de jetas que prefieren una Zamora como la actual, una Zamora sin más trabajadores, una Zamora vieja y arrugada, una ciudad de caciques, nepotismo y malandrines. Rémora de nuestra historia.
Eugenio-Jesús de Ávila
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