Zamora única

Zamora bella, hermosa siempre, en estos días engalanada con la celebración del Mercado Romano, animada y exultante de forasteros y autóctonos que acuden a la llamada de cualquier acontecimiento que les saque de la rutina. La Zamora pequeña, ciudad con encanto y un cielo azul inigualable, la perla del Duero, la de las veintiséis iglesias, todas románicas excepto dos; la Zamora que no quieren elevar a la categoría de Patrimonio de la Humanidad, no porque carezca de atributos –que le sobran- sino por la inercia y el desinterés de quienes no saben pelear con la insistencia suficiente para lograrlo, aunque tiren por la puerta de atrás para intentar el galardón justificando naturaleza, ecosistema y entorno paisajístico; cuando una cosa no quita a la otra.

Los zamoranos –o, al menos, muchos de los que ostentan el poder- para nuestra desgracia, sufren un mal muy parecido a la vergüenza, a la cobardía y al apocamiento a la hora de pedir o de demostrar las bondades de nuestra provincia. Es como si se conformaran con la primera negativa que reciben y ahí se acaba la lucha; por eso nos ignoran, por eso no contamos a la hora de asignarnos merecidos estipendios desde el gobierno central, el autonómico o el europeo. Saben que nos contentaremos con cuatro migajas, que no vamos a llenar los medios de comunicación haciéndonos notar, que no somos reivindicativos ni extremistas, no hacemos huelgas, ni quemamos banderas y, a pesar de disponer en la provincia de tres dialectos propios derivados del leonés, en público no tienen que subtitularnos en las televisiones porque hablamos todos en castellano, que es y debería ser la lengua vehicular para el país, independientemente de que cada una de las comunidades autónomas siga manteniendo su propia lengua.

A pesar de todo, hay zamoranos muy hartos de esta situación de pasividad ancestral, de resignación extrema que peleamos de manera insistente para que nuestras voces retumben hasta que alguien con sensibilidad y poder las escuche y haga algo en favor de lo que reclamamos; conscientes, por desgracia, de que las palabras de los políticos son humo, dialéctica que queda bien ante un público entregado, arenga de púlpito, palabrería inconsistente no respaldada con hechos.

Hemos de escuchar y apoyar a aquellos que conocen la provincia, a los que tienen el poder y las ganas de hacer algo en favor de ella, siendo conscientes de que les pondrán impedimentos: los propios zamoranos en primer lugar con ese fatalismo que les viene de serie, y los de fuera también; así que la lucha será doble y será preciso tener las espaldas muy anchas para que resbalen improperios y ofensas que, seguro, llegarán.

Zamora, la bien cercada, la del romance de doña Urraca, reina de León durante diecisiete años y señora de Zamora, continúa intramuros habitando un espacio de luchas ancestrales que ha constituido la historia de lo que es hoy en día; una Zamora con grandes encantos que ofrecer a los visitantes, con una historia y una cultura que se palpa en cada piedra; en los preciosos edificios de sus calles donde se hermanan el modernismo y el románico, en sus comarcas diferentes y definidas, y en todas las fortalezas que hacen de esta provincia un lugar perfecto para visitar, vivir, retirarse a descansar o recorrerla en la seguridad de que no va a defraudar las expectativas de nadie que sepa apreciar belleza e historia.

Mª Soledad Martín