PASIÓN POR ZAMORA
Todos somos culpables de la decadencia de nuestra tierra
Yo me acuso de ser culpable de la decadencia económica y social de Zamora ciudad y de su provincia, por haberme cruzado de brazos cuando políticos, empresarios y medios de comunicación, siempre tan cercanos al poder constituido, iniciaron el derrumbe de nuestra sociedad. Y usted y aquel, y la prensa, y los políticos de todos los colores que se jactaron de representar a nuestro pueblo en las cámaras legislativas de Castilla y León, autonomía sin sentido, innecesaria e injusta, con la que nadie cabal, racional, cuerdo, se siente identificado, y en el Congreso de los Diputados y Senado.
Yo, como periodista, pude hacer más en el desaparecido El Correo de Zamora, ninguneada su cabecera centenaria por el capital foráneo-; también en TVE, por supuesto en aquel caos ridículo de La Prensa de Zamora, después en La Voz de Zamora, del que fui director, hasta destituirme porque me negué a obedecer al capitalista, y, desde hace once años, en este El Día de Zamora.
Pero ustedes también son culpables del declive de nuestra tierra, porque, aun reconociendo quiénes eran los reos de este ocaso, se limitaron a criticar a unos y otros en bares, cafeterías y espacios de ocio, y siguieron votando a los que nos hundieron, a los felones de la política, y comulgando con las mentiras, intencionadas de la prensa, al servicio del poder, ya en manos del PP, PSOE o IU. Y Zamora despide aroma a muerte social, y usted y aquel mantienen su actitud apática e indolente. Y usted y aquel y todos contemplaron la manifestación de los hombres y de las mujeres del agro, pero ni se movieron de su clásico estatismo; los vieron pasar, comentaron y poco más. Y usted, y aquel, y todos comemos porque los agricultores miman, labran, cuidan sus tierras, para extraer el néctar de la historia, del que nos alimentamos, del que vivimos.
Y usted, y ese, y aquel se acercan a mí para loarme, para apoyar mi bizarría al escribir artículos diarios, siempre críticos, pero también creativos, proponiendo ideas, proyectos, futuro. Y recibo con gusto, y una cierta vanidad, tantas alabanzas. Pero, si sirven a mi ego, no valen para transformar Zamora. No me festejen. Luchen por su tierra. Yo no soy nadie, un editor que vive de su empresa, que da trabajo a otras personas y que me devorará la historia más pronto que tarde.
Vayan a la guerra, incruenta, por esta ciudad y esta provincia. ¿Cómo? Distingan, como diría Antonio Machado, las voces de los ecos, y obren en consecuencia. No se crean a los políticos. Mienten. Ya lo esculpió aquel sociópata, llamada Vladimir Illich Uliánov: “La mentira es un arma revolucionaria”, y subrayó, tiempo después, el ínclito socialista secesionista –oxímoron político- Pascual Maragall: “Un político nunca debe decir la verdad”. Y no compre mentiras, no lea embustes, premie la verdad. Vote no en contra de, sino a favor de. Y si nadie merece su elección, absténgase. Crítique y construya. Denuncie y cree. No se oculte tras un café o un cubata, un buen vino de Toro y un queso de oveja de la tierra. Si hay que morir, que sea con las botas puestas, no como los dictadores, en el lecho, cubierto de sábanas.
Usted, ese y aquel, yo, en esa jerarquía pusilánime, somos reos del crespúsculo de Zamora.
Lo que queda del Monasterio de Moreruela, conjunto arquitectónico portentoso, resulta una metáfora de nuestra tierra: lo que fue y en lo que queda de ella. La desidia, la apatía y ese pasotismo, propio de gente pusilánime, nos condujo a nuestra ruina moral, económica y social.
Eugenio-Jesús de Ávila
Yo me acuso de ser culpable de la decadencia económica y social de Zamora ciudad y de su provincia, por haberme cruzado de brazos cuando políticos, empresarios y medios de comunicación, siempre tan cercanos al poder constituido, iniciaron el derrumbe de nuestra sociedad. Y usted y aquel, y la prensa, y los políticos de todos los colores que se jactaron de representar a nuestro pueblo en las cámaras legislativas de Castilla y León, autonomía sin sentido, innecesaria e injusta, con la que nadie cabal, racional, cuerdo, se siente identificado, y en el Congreso de los Diputados y Senado.
Yo, como periodista, pude hacer más en el desaparecido El Correo de Zamora, ninguneada su cabecera centenaria por el capital foráneo-; también en TVE, por supuesto en aquel caos ridículo de La Prensa de Zamora, después en La Voz de Zamora, del que fui director, hasta destituirme porque me negué a obedecer al capitalista, y, desde hace once años, en este El Día de Zamora.
Pero ustedes también son culpables del declive de nuestra tierra, porque, aun reconociendo quiénes eran los reos de este ocaso, se limitaron a criticar a unos y otros en bares, cafeterías y espacios de ocio, y siguieron votando a los que nos hundieron, a los felones de la política, y comulgando con las mentiras, intencionadas de la prensa, al servicio del poder, ya en manos del PP, PSOE o IU. Y Zamora despide aroma a muerte social, y usted y aquel mantienen su actitud apática e indolente. Y usted y aquel y todos contemplaron la manifestación de los hombres y de las mujeres del agro, pero ni se movieron de su clásico estatismo; los vieron pasar, comentaron y poco más. Y usted, y aquel, y todos comemos porque los agricultores miman, labran, cuidan sus tierras, para extraer el néctar de la historia, del que nos alimentamos, del que vivimos.
Y usted, y ese, y aquel se acercan a mí para loarme, para apoyar mi bizarría al escribir artículos diarios, siempre críticos, pero también creativos, proponiendo ideas, proyectos, futuro. Y recibo con gusto, y una cierta vanidad, tantas alabanzas. Pero, si sirven a mi ego, no valen para transformar Zamora. No me festejen. Luchen por su tierra. Yo no soy nadie, un editor que vive de su empresa, que da trabajo a otras personas y que me devorará la historia más pronto que tarde.
Vayan a la guerra, incruenta, por esta ciudad y esta provincia. ¿Cómo? Distingan, como diría Antonio Machado, las voces de los ecos, y obren en consecuencia. No se crean a los políticos. Mienten. Ya lo esculpió aquel sociópata, llamada Vladimir Illich Uliánov: “La mentira es un arma revolucionaria”, y subrayó, tiempo después, el ínclito socialista secesionista –oxímoron político- Pascual Maragall: “Un político nunca debe decir la verdad”. Y no compre mentiras, no lea embustes, premie la verdad. Vote no en contra de, sino a favor de. Y si nadie merece su elección, absténgase. Crítique y construya. Denuncie y cree. No se oculte tras un café o un cubata, un buen vino de Toro y un queso de oveja de la tierra. Si hay que morir, que sea con las botas puestas, no como los dictadores, en el lecho, cubierto de sábanas.
Usted, ese y aquel, yo, en esa jerarquía pusilánime, somos reos del crespúsculo de Zamora.
Lo que queda del Monasterio de Moreruela, conjunto arquitectónico portentoso, resulta una metáfora de nuestra tierra: lo que fue y en lo que queda de ella. La desidia, la apatía y ese pasotismo, propio de gente pusilánime, nos condujo a nuestra ruina moral, económica y social.
Eugenio-Jesús de Ávila
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