Domingo, 21 de Septiembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Domingo, 26 de Septiembre de 2021
ZAMORANA

Un NO-DO, un pueblo

[Img #57176]Cerrar los ojos para visionar esa película de un ayer reciente en la memoria, mientras las imágenes se suceden en un escenario de campos de eterna planicie, estepas ardientes entre las que se percibe un rumor de chicharra en los calurosos atardeceres que no dan tregua, mientras en un punto apenas perceptible parece entreverse una figura pequeña que se abre paso entre hojas, tallos y mazorcas jugando a un escondite que, seguro, ganará porque a nadie más se le ocurriría internarse en esa tupida vegetación de maizales. Esa personita de pocos años llega hasta un hueco y permanece allí, quieta, en silencio, abrigada por la generosidad de la espesura y, en un momento, alza la vista al cielo y se siente muy pequeña, pero inmensamente feliz, agazapada, escondida, a salvo.

 

Después, tras un fundido de imagen, aparece un pueblo en fiestas, la gente viste sus mejores galas, atuendos humildes destinados únicamente a lucirlos en las grandes ocasiones; se recrimina a los niños para que no se manchen y cuiden vestiditos y pantalones que sus madres guardarán hasta el domingo siguiente en que hay que ir a misa con los zapatos lustrados y la ropa perfecta. Las mujeres visten de negro, llevan velos y muchas se acomodan en reclinatorios propios situados a un lado de la iglesia; aunque son parecidos, cada uno tiene su peculiar forro, o un mullido añadido para evitar el dolor de rodillas; sin embargo, todos forman parte de un espacio donde las mujeres de más edad cumplen con ese ritual de eternos rosarios o promesas que las llevan a pasar mucho tiempo reclinadas.

 

La religiosidad en estos pueblos es poderosa, las creencias firmes e incuestionables y axiomático un temor a Dios que los curas se han encargado de mantener en sus sermones o en las confesiones de cada celebración litúrgica; ellos aparecen como orondos dueños absolutos de iglesias en una época en que su poder trascendía lo meramente eclesiástico.

 

Siguiente fundido y otra escena: los niños entran en la escuela, son pequeños, con caritas despistadas, tristes, asustados. Cuando todos están en el aula, en pupitres de a dos, llega la maestra y se levantan como movidos por un resorte. Ella, alta, seria y enjuta, coge una vara, da un golpe en su mesa y enseguida se ponen a rezar un padrenuestro todos a una; después se produce un increíble mutismo que la profesora rompe con otro varazo para que los niños se sienten. La escena se completa con la orden de abrir los pupitres, sacar los pizarrines y copiar en las pizarras que lleva cada uno de los niños una cuenta sencilla que la maestra escribe en el encerado. Se percibe el miedo de unos críos a los que se enseña de memoria, sin razonamientos, en la idea de que la letra con sangre entra.

 

Ates de visionar la siguiente escena me pregunto que habrá sido de aquellos chiquillos, de aquel pueblo, de aquellas tierras, de aquellas historias que aparecen compendiadas en una pantalla en blanco y negro unos minutos antes de visionar la película que va a distraernos la tarde, mientras una voz autoritaria con la entonación marcial que se acostumbraba entonces, va relatando la vida de una parte de aquella España que ahora nos queda tan lejos, aunque muchos de nosotros la hayamos vivido.

 

Mª Soledad Martín Turiño

 

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