Martes, 23 de Septiembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Sábado, 02 de Octubre de 2021
ZAMORANA

Tiempos convulsos

[Img #57378]En otro tiempo y otras circunstancias, se diría que padecemos un castigo divino, nos humillaríamos apesadumbrados ante la magnitud de los acontecimientos y acaso un momento incluso nos detendríamos a pensar en la culpa personal de cada uno para que tan graves sucesos nos persigan sin tregua, y me refiero tan solo a nuestro país y a los acontecimientos más recientes: primero fue la pandemia, luego Filomena, después las incontables DANAS que han asolado con virulencia desmedida en forma de riadas e inundaciones gran parte de la península, o los incendios que han devorado miles de hectáreas y, cuando creíamos que se instalaría por fin esa cotidianidad que tanto anhelamos, resurge otro drama esta vez en forma de erupción volcánica en la isla de la Palma; y nos preguntamos ¿qué será lo siguiente?.

 

Además de todo esto, ha surgido un fenómeno ya conocido pero que está alcanzando un nivel alarmante; me refiero a los llamados “botellones” en los que infinidad de jóvenes se desfogan bebiendo en plena calle, juntándose miles de ellos, sin ninguna medida de seguridad como si fueran inmunes y la pandemia cosa de los demás; pero no se conforman con beber; saquean, destrozan, pelean, se hieren… es un bochorno visionar las imágenes que nos ofrecen los medios informativos y una vergüenza que tengamos una parte de la juventud (afortunadamente hay muchos otros que no pertenecen a este grupo), sin mayores alicientes. Desconozco de quien es la culpa y por qué y cómo se ha llegado a esta situación tan aberrante; imagino que todos somos culpables: la sociedad, empezando por padres permisivos; los colegios, que no educan en disciplina; unos profesores a los que se les ha perdido el respeto; el tipo de vida que llevamos, donde prima la inmediatez y la rápida satisfacción de los caprichos; el ocio como leitmotiv; la falta de inquietudes y compromiso; la ausencia de un futuro laboral para muchos jóvenes que les empuja a la desmotivación…

 

Todos estos podrían ser motivos suficientes para cambiar la sociedad, para que el gobierno tomara nota en una doble vertiente: reforzando las instituciones, castigando a los culpables, obligando a los jóvenes que destrozan a pagar los daños mediante trabajos sociales que les eduquen en el civismo y, al mismo tiempo, estableciendo unas normas legales que protejan al ciudadano que ha de sufrir los descalabros de estos muchachos, así como buscando una solución definitiva que erradique esta lacra cada vez más numerosa y destructiva que nos regalan cada semana un grupo de niñatos sin nada mejor que hacer.

 

No me vale el argumento de que la pandemia les ha afectado en una edad especial de su crecimiento; no me vale, porque a todos nosotros nos ha perjudicado: hemos perdido seres queridos, hemos sufrido la enfermedad, también se nos ha disipado un año de vida y eso, sobre todo en personas mayores, constituye una cuantiosa merma cuando cada día cuenta porque se hallan al borde de un final cercano…. No me vale que no tengan motivación; eso se pelea, se busca y se encuentra. La vida no es fácil para casi nadie, pero la solución no se encuentra ni permaneciendo estático y quejumbroso, ni tampoco desfogándose de una manera incivilizada.

 

Como vemos, la propia naturaleza, la situación económica, política y social nos regalan a diario cambios y problemas suficientes como para que se añadan más de forma gratuita.

 

Emplazo a los políticos para que el orden regrese a la vida cotidiana, el respeto y el esfuerzo a las aulas, el trabajo a los jóvenes, con el fin de que tengan esperanza en un futuro donde puedan desarrollarse; y me gustaría también que no se demonizara a toda la juventud por los actos de unos pocos –aunque sean muchos-, porque no sería justo. Existe, por fortuna, un sector importante en este país de adolescentes y jóvenes ejemplares, que se preocupan por estudiar, trabajar, innovar, abrir caminos y saben dar más de una lección a muchos adultos; de ellos también debería hablarse.

 

Quiero terminar en el punto donde empecé, porque con tantos desastres naturales provocando estragos, quizá habría que reflexionar como sociedad, parar un momento y pensar hacia dónde vamos, cuestionarse conceptos, desterrar ideas, adquirir compromisos, o cambiar pautas de comportamiento. En esta sociedad materialista, consumista en exceso, donde el objetivo es la satisfacción rápida de un empeño, quizá haya que modificar esas sensaciones cuando un cataclismo natural, sin previo aviso, deja a las familias en la calle, sin recuerdos, sin un techo, sin nada y ser precavidos a la hora de establecer las prioridades de la vida para afrontar cualquier situación perniciosa que pueda llegar. Reforzar los valores individuales, meditar y adquirir compromisos con uno mismo, descartando lo materialista, lo superfluo, lo frívolo o la simple acumulación de bienes innecesarios puede ser el inicio de un camino hacia esa paz interior que otros llaman felicidad, y que, una vez lograda, ni el peor de los desastres puede arrebatar.

 

 

Mª Soledad Martín Turiño

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