HABLEMOS
Francia, au revoir (y II)
Carlos Domínguez
El reciente corte de mangas protagonizado a modo de peineta comercial por USA, RU y Australia, a la Francia que nunca dejó de ser napoleónica y gaullista, desde la aspiración a tener bajo su batuta a gran parte de la Europa continental, Alemania especialmente pero también España, va mucho más allá del valor económico de un contrato incumplido. Supone reconocer que Europa, en manos hace décadas del totalitarismo marxista-comunista gracias al tinglado socialdemócrata, deja de contar dentro de un eje que rebasa el papel de la OTAN, como primera alianza occidental garante de los valores democráticos.
Pero da razón asimismo de la histeria que se ha adueñado de los círculos mediáticos y políticos de una izquierda difusa: liberalismo y progresismo con sus coloristas banderas: feminismo, ecologismo, antirracismo y demás, desde la percepción de que, en un contexto sumamente inestable, y pese al monopolio de los media como gigantesca herramienta de manipulación, están perdiendo su ascendiente en forma de pensamiento único. Porque una Francia ninguneada significa no ya que Europa nada cuenta y nada vale, dentro del nuevo panorama internacional. Significa también que el eurocentrismo, como fuente de la dictadura ideológica que se impuso desde la era buenista de la Enciclopedia y la Ilustración (francesas), comienza a declinar como sistema de valores a exportar e imponer arbitrariamente a toda raza, cultura, nación o civilización. Para muestra, el retal de Afganistán.
Decadencia cuyo alcance ha de ser medido en términos de dominio ideológico, superestructura de ir a la dogmática marxista, que en principio no sería decisivo para alcanzar la meta de toda forma de socialismo: el poder total sobre la masa. Pero lo cierto es que la creciente contestación a los preceptos hipostasiados de la igualdad, la humanidad o el progreso visto por el lado de la subordinación del individuo al Estado y sus burocracias, conlleva una grave amenaza para el establishment de lo correcto porque, a falta de los instrumentos despóticos de los regímenes ruso y chino, la izquierda en Occidente necesita para hacer valer su proyecto liberticida colonizar y dominar de modo absoluto mentes y conciencias, con miras a la creación de una sociedad gregaria, sumisa a los dictados del poder. Y ahí habrá de reconocerse que Francia, con su insultante supremacismo político y ante todo ideológico ejercido sobre Europa va ya para más de dos siglos, se halla siempre en el origen, por mera propaganda o interés, de los subproductos ideológicos que de forma calculada se quieren imponer como evangelio indiscutido al conjunto de Occidente.
Cualquier pérdida de influencia del país que predicó con intención aviesa la bondad universal de su revolucionaria Declaración de derechos del hombre y del ciudadano, para luego practicar la barbarie en la Indochina colonial, y más aún en la Argelia pied-noir durante la independencia, es magnífica noticia particularmente si viene de una iniciativa atlántica y anglosajona.
El reciente corte de mangas protagonizado a modo de peineta comercial por USA, RU y Australia, a la Francia que nunca dejó de ser napoleónica y gaullista, desde la aspiración a tener bajo su batuta a gran parte de la Europa continental, Alemania especialmente pero también España, va mucho más allá del valor económico de un contrato incumplido. Supone reconocer que Europa, en manos hace décadas del totalitarismo marxista-comunista gracias al tinglado socialdemócrata, deja de contar dentro de un eje que rebasa el papel de la OTAN, como primera alianza occidental garante de los valores democráticos.
Pero da razón asimismo de la histeria que se ha adueñado de los círculos mediáticos y políticos de una izquierda difusa: liberalismo y progresismo con sus coloristas banderas: feminismo, ecologismo, antirracismo y demás, desde la percepción de que, en un contexto sumamente inestable, y pese al monopolio de los media como gigantesca herramienta de manipulación, están perdiendo su ascendiente en forma de pensamiento único. Porque una Francia ninguneada significa no ya que Europa nada cuenta y nada vale, dentro del nuevo panorama internacional. Significa también que el eurocentrismo, como fuente de la dictadura ideológica que se impuso desde la era buenista de la Enciclopedia y la Ilustración (francesas), comienza a declinar como sistema de valores a exportar e imponer arbitrariamente a toda raza, cultura, nación o civilización. Para muestra, el retal de Afganistán.
Decadencia cuyo alcance ha de ser medido en términos de dominio ideológico, superestructura de ir a la dogmática marxista, que en principio no sería decisivo para alcanzar la meta de toda forma de socialismo: el poder total sobre la masa. Pero lo cierto es que la creciente contestación a los preceptos hipostasiados de la igualdad, la humanidad o el progreso visto por el lado de la subordinación del individuo al Estado y sus burocracias, conlleva una grave amenaza para el establishment de lo correcto porque, a falta de los instrumentos despóticos de los regímenes ruso y chino, la izquierda en Occidente necesita para hacer valer su proyecto liberticida colonizar y dominar de modo absoluto mentes y conciencias, con miras a la creación de una sociedad gregaria, sumisa a los dictados del poder. Y ahí habrá de reconocerse que Francia, con su insultante supremacismo político y ante todo ideológico ejercido sobre Europa va ya para más de dos siglos, se halla siempre en el origen, por mera propaganda o interés, de los subproductos ideológicos que de forma calculada se quieren imponer como evangelio indiscutido al conjunto de Occidente.
Cualquier pérdida de influencia del país que predicó con intención aviesa la bondad universal de su revolucionaria Declaración de derechos del hombre y del ciudadano, para luego practicar la barbarie en la Indochina colonial, y más aún en la Argelia pied-noir durante la independencia, es magnífica noticia particularmente si viene de una iniciativa atlántica y anglosajona.
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