Mª Soledad Martín
Jueves, 21 de Octubre de 2021
ZAMORANA

"Me destierro a la memoria"

[Img #58130]Me causa una cierta perplejidad escribir la siguiente frase: “me siento feliz”; y lo dice alguien que tiende a la exigencia y al inconformismo, pero, tal vez por mor de los años que pasan dejando ese poso de sabiduría con el que nos consolamos los mayores, ha aprendido a valorar esos puntitos de esperanza, esas partículas de ilusión que nos regala la vida; por eso la reacción de felicidad ante la lectura de un poema, el estremecimiento que experimenta el alma cuando otoñales rayos de sol acarician el cuerpo, el gozo al mirar un cielo intensamente azul… esos acontecimientos antes banales, ahora son una bendición porque se valoran de otra manera.

 

Pienso en Zamora y pienso en mi viejo pueblo que se prepara para adentrarse en un otoño precursor de heladas, fríos y tardes demasiado cortas de luz y largas de vacuos quehaceres; pienso en aquellas pocas gentes que se encerrarán en sus casas, en las calles vacías, en las escuelas sin niños y en la vieja iglesia cada vez más solitaria. Siempre he creído que el invierno es para vivirlo en la ciudad porque tenemos el consuelo de las luces que despiertan la oscuridad, el ruido que acalla las conciencias, y el ajetreo de la gente que, con sus idas y venidas, forman un perfecto espectáculo para cualquier mirón.

 

Sin embargo, a veces la gran metrópoli me aturde, siento que no puedo seguir su ritmo desbocado y pienso también, en mi ciudad, en una Zamora pequeña, coqueta, recogida, donde el hecho de recorrerla sin prisa es un desahogo para el cuerpo y un regalo para la vista porque, por mucho que se paseen las dos calles principales que vertebran la urbe: Santa Clara y San Torcuato ¿puede alguien cansarse de transitarlas, mientras se saluda a conocidos, vecinos o amigos con los que, inevitablemente uno se tropieza?

 

Esos paseos, ya sean matutinos o vespertinos, hasta la catedral para culminar en el castillo y sentarse a reposar en un banco de la zona ajardinada contemplando la catedral, la torre del Salvador, la incomparable cúpula gallonada, y esas esculturas de Baltasar Lobo dispersas por la fortaleza, conviviendo pacíficamente lo moderno y lo clásico, me parece una estampa de una belleza inigualable.

 

Experiencias sencillas que, sabiendo disfrutarlas, nos regalan una paz muy necesaria en estos tiempos sacudidos por noticias adversas: una naturaleza a la que hemos desatado y estalla con su furia dormida, declaraciones institucionales que avergüenza escuchar, mentiras disfrazadas de verdad, desatinos e inconveniencias con las que convivimos a diario…

 

Definitivamente, hago míos los versos que componen el poema “Me destierro a la memoria” de don Miguel de Unamuno. Conviene recordarlo y recrearse en tan magno poema.

 

Mª Soledad Martín Turiño

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