PARCAS
Nuestros difuntos
Fueron en interminable hilera de coches hacia los confines del paisaje, donde moraba el pueblo y a donde acudían cada año a honrar a sus ancestros. Llovía, la noche crecía en esa época, como una nada que devorase la luz, pero llegaron a la localidad, cenaron, se encontraron con la familia. Misas por los difuntos hubo en los funerales y en los aniversarios; en el cementerio hallaron a no pocos vecinos. Algunos habían fallecido con la pandemia e iban a honrarles ahora; lágrimas heridas de vacío empapaban por fuera las prendas, mientras caía desde las nubes inmensa llorera, como si los ángeles se compadecieran de ellos, de nosotros: mortales. Unas plegarias al cielo, esperando hallar a quienes se fueron en un mundo mejor que el nuestro, allí donde Dios nos espera en abrazo eterno, más allá del espacio y el tiempo. Pese a las dudas de algunos hijos de nuestra época, allí acudieron todos.
Desde el origen de la historia vemos que se ha honrado a los difuntos, lo hacían en Atapuerca, lo hacían egipcios, griegos y romanos, y era sagrado el deber de sepultar y venerar a quienes al más allá pasaron. Pocas certezas tenemos más firmes que la propia muerte. Llegará. Conviene estar preparados. Vivir tapándose los ojos no impide que la sombra nos trague, pues nos persigue con forma de calavera y carcajada desdentada, siniestra para quien de ella se burla. Muchos gritan el motivo de Horacio, carpe diem, quam minimum credula postera... Aprovecha el momento, vive al día, "el muerto al hoyo y el vivo al bollo"... Pero no podemos habitar el mundo de un modo tan superficial, porque la muerte es asunto serio, aunque se evita mirar de frente, por miedo. ç
Cobardía es vivir en el vientre y hacer como que no existe. Para quien apenas cree en la posteridad, triste es pensarlo. Pero quien obra bien, quien deja en el rastro de la existencia hermosa huella, no ha de temer un juicio por sus obras cuando termine el camino: "al atardecer de la vida nos examinarán en el amor", cantan parafraseando a San Juan de la Cruz.
Unos niños entraron en el cementerio disfrazados de jalogüines, como zombies, monstruos, esqueletos, simulados heridos... Acompañaban a los abuelos, humillados de tener que llevar así a esos "hijos del pato Donald", aunque hijos de sus hijos, con maneras que cubren de superficialidad lo más profundo, cual trampa dispuesta a devorarnos en cuanto se pise. Tiempos de calabazas de plástico, tiempos que ya no honran a sus mayores y a sus muertos. La celebración de todos los santos, como un memorial del destino al que hemos de aspirar, de perfección, se diluye en un mundo centrado en el ombligo, en la panza, ciego ante nuestro destino. Las flores quedaron, como cada año, rezando sobre la tumba.
Ilia Galán
Fueron en interminable hilera de coches hacia los confines del paisaje, donde moraba el pueblo y a donde acudían cada año a honrar a sus ancestros. Llovía, la noche crecía en esa época, como una nada que devorase la luz, pero llegaron a la localidad, cenaron, se encontraron con la familia. Misas por los difuntos hubo en los funerales y en los aniversarios; en el cementerio hallaron a no pocos vecinos. Algunos habían fallecido con la pandemia e iban a honrarles ahora; lágrimas heridas de vacío empapaban por fuera las prendas, mientras caía desde las nubes inmensa llorera, como si los ángeles se compadecieran de ellos, de nosotros: mortales. Unas plegarias al cielo, esperando hallar a quienes se fueron en un mundo mejor que el nuestro, allí donde Dios nos espera en abrazo eterno, más allá del espacio y el tiempo. Pese a las dudas de algunos hijos de nuestra época, allí acudieron todos.
Desde el origen de la historia vemos que se ha honrado a los difuntos, lo hacían en Atapuerca, lo hacían egipcios, griegos y romanos, y era sagrado el deber de sepultar y venerar a quienes al más allá pasaron. Pocas certezas tenemos más firmes que la propia muerte. Llegará. Conviene estar preparados. Vivir tapándose los ojos no impide que la sombra nos trague, pues nos persigue con forma de calavera y carcajada desdentada, siniestra para quien de ella se burla. Muchos gritan el motivo de Horacio, carpe diem, quam minimum credula postera... Aprovecha el momento, vive al día, "el muerto al hoyo y el vivo al bollo"... Pero no podemos habitar el mundo de un modo tan superficial, porque la muerte es asunto serio, aunque se evita mirar de frente, por miedo. ç
Cobardía es vivir en el vientre y hacer como que no existe. Para quien apenas cree en la posteridad, triste es pensarlo. Pero quien obra bien, quien deja en el rastro de la existencia hermosa huella, no ha de temer un juicio por sus obras cuando termine el camino: "al atardecer de la vida nos examinarán en el amor", cantan parafraseando a San Juan de la Cruz.
Unos niños entraron en el cementerio disfrazados de jalogüines, como zombies, monstruos, esqueletos, simulados heridos... Acompañaban a los abuelos, humillados de tener que llevar así a esos "hijos del pato Donald", aunque hijos de sus hijos, con maneras que cubren de superficialidad lo más profundo, cual trampa dispuesta a devorarnos en cuanto se pise. Tiempos de calabazas de plástico, tiempos que ya no honran a sus mayores y a sus muertos. La celebración de todos los santos, como un memorial del destino al que hemos de aspirar, de perfección, se diluye en un mundo centrado en el ombligo, en la panza, ciego ante nuestro destino. Las flores quedaron, como cada año, rezando sobre la tumba.
Ilia Galán






















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