CON LOS CINCO SENTIDOS
En el andén
La vida te sorprende a veces con giros inesperados, bruscos, cortantes o paralizantes. Has de adaptarte a ellos y continuar o no saldrás del bucle tedioso en el que te encuentres en ese momento, si es que el tedio es el lugar en el que habitas. Nunca se sabe, igual eres tan feliz que te envidian las copas de los árboles y las gaviotas de la playa mientras picotean a otros y se comen sus migajas y a ti ni se te acercan. Puede que tampoco te haya picado nunca una medusa y la única que conozcas sea la de los libros de mitología griega, esa a la que si osabas mirar al rostro, te convertía en piedra. Me encanta divagar cuando tengo tiempo y mi cabeza está ociosa, ahora demasiado… Así que divago.
Ser feliz está sobrevalorado. No creo que sea una obligatoria tendencia a la que todos hayamos de perseguir como a las quimeras o buscar como si fuera el brebaje que te otorga la eterna juventud. Yo qué sé. Yo no sé si soy feliz. Es una pregunta que me he hecho alguna que otra vez sin resultados satisfactorios, ni para mí, ni para mis interlocutores cuando la formulo en grupo. Hay quien me responde que es feliz con poco, con lo justo, mientras tenga salud para disfrutarlo. Otros, en cambio, aseveran de manera cuasi absoluta que prefieren vivir poco, pero exprimir esos años como si de los últimos se tratasen, como si no supieran si mañana amanecerá de nuevo en sus rostros o les iluminará el sol en la siguiente jornada. No les importa demasiado, beben, hablan, fornican en cuanto pueden y casi les da igual con quién, mientras sea perecedera y pasajera la relación (si es que se puede dar esa denominación a tal comportamiento de depredación sexual) y atractivo el objeto de su “caza”. Viven al día. Y los ves bien, con una gran sonrisa de oreja a oreja, como si con ellos no fueran los problemas de este mundo y sólo nos afectaran al resto. Son los que te dicen que piensas demasiado, que trabajas demasiado, que tomas demasiado en serio las cosas que pasan por tu mundo y que tienes la sana obligación de mandarlo todo al carajo y disfrutar porque vives de prestado todos y cada uno de los días. Que después no hay nada. Aunque la nada ya es algo…
A veces entiendo esa forma de pensar, aunque no la comparta en todos sus extremos, pero visto lo visto y vivido lo vivido, creo que podría adaptarme a la perfección al desenfreno vital y que las señoras de la guadaña, si es que existen y no son una puñetera leyenda urbana, me llevasen luego presa a una celda para todo lo que me reste de eternidad. No me daría miedo, he mirado a la muerte cara a cara varias veces y no tenía rostro, era negra, vacía. No me asusta ya.
Pero estábamos hablando de la felicidad, ese concepto tan subjetivo que todos perseguimos de un modo u otro, cada cual a su manera. Para mí la felicidad es encontrarme en una especie de estado de gracia, aunque sea pasajero, en el que te sientes a gusto contigo mismo sin arrepentimientos ni reproches. En paz, más que con los demás, con el máximo detractor de tu propia persona, tú mismo. Es mirarte al espejo y ver cada día una persona sin envés, tranquila porque hace lo que puede por los demás y lo que quiere y desea para consigo misma.
Quizá también ser feliz, además de todo lo antedicho, sea sentirse amado, querido, apreciado, por varias personas. Que tus huellas en el camino se noten para otros, aunque esa no sea tu principal pretensión. Pero considero que, si eres querido por muchos, algo bueno tuviste que hacer en la vida.
Para mí es un lujo tener tantos amigos como los que tengo, es un lujo poder ser yo misma con todos y que todos y cada uno de ellos sepan que, a veces, mi mente divaga y se va a otros mundos, o se estresa porque vivo bajo el yugo del perfeccionismo, que me impide que la sencillez que me caracteriza se haga más patente aún y se manifieste libre y derrochadora. Pero lo intento. Intento ser feliz, pero ya no de manera denodada, no. Me dejo llevar por la marea hacia donde ésta me lleve. Me adapto porque no me queda otra opción. Para que cuando el tren se pare en seco o se estropee y hayas de apearte, no te sorprenda y puedas sobrellevarlo con dignidad. Esperando en el andén, reposando tus piernas cansadas y rezando al dios de los ateos para que algún amigo recoja tus pedazos y los recomponga con la intención de que vuelvas a poder mirarte al espejo y ver a una persona sencilla que te gusta y con la que has de convivir hasta el fin de tus días.
A veces, cuando me miro al espejo por las mañanas, me veo a mí misma y me reconozco, hasta me gusto un poco. Creo que eso es lo más cercano a la felicidad que lograré estar jamás.
Nélida L. del Estal Sastre
La vida te sorprende a veces con giros inesperados, bruscos, cortantes o paralizantes. Has de adaptarte a ellos y continuar o no saldrás del bucle tedioso en el que te encuentres en ese momento, si es que el tedio es el lugar en el que habitas. Nunca se sabe, igual eres tan feliz que te envidian las copas de los árboles y las gaviotas de la playa mientras picotean a otros y se comen sus migajas y a ti ni se te acercan. Puede que tampoco te haya picado nunca una medusa y la única que conozcas sea la de los libros de mitología griega, esa a la que si osabas mirar al rostro, te convertía en piedra. Me encanta divagar cuando tengo tiempo y mi cabeza está ociosa, ahora demasiado… Así que divago.
Ser feliz está sobrevalorado. No creo que sea una obligatoria tendencia a la que todos hayamos de perseguir como a las quimeras o buscar como si fuera el brebaje que te otorga la eterna juventud. Yo qué sé. Yo no sé si soy feliz. Es una pregunta que me he hecho alguna que otra vez sin resultados satisfactorios, ni para mí, ni para mis interlocutores cuando la formulo en grupo. Hay quien me responde que es feliz con poco, con lo justo, mientras tenga salud para disfrutarlo. Otros, en cambio, aseveran de manera cuasi absoluta que prefieren vivir poco, pero exprimir esos años como si de los últimos se tratasen, como si no supieran si mañana amanecerá de nuevo en sus rostros o les iluminará el sol en la siguiente jornada. No les importa demasiado, beben, hablan, fornican en cuanto pueden y casi les da igual con quién, mientras sea perecedera y pasajera la relación (si es que se puede dar esa denominación a tal comportamiento de depredación sexual) y atractivo el objeto de su “caza”. Viven al día. Y los ves bien, con una gran sonrisa de oreja a oreja, como si con ellos no fueran los problemas de este mundo y sólo nos afectaran al resto. Son los que te dicen que piensas demasiado, que trabajas demasiado, que tomas demasiado en serio las cosas que pasan por tu mundo y que tienes la sana obligación de mandarlo todo al carajo y disfrutar porque vives de prestado todos y cada uno de los días. Que después no hay nada. Aunque la nada ya es algo…
A veces entiendo esa forma de pensar, aunque no la comparta en todos sus extremos, pero visto lo visto y vivido lo vivido, creo que podría adaptarme a la perfección al desenfreno vital y que las señoras de la guadaña, si es que existen y no son una puñetera leyenda urbana, me llevasen luego presa a una celda para todo lo que me reste de eternidad. No me daría miedo, he mirado a la muerte cara a cara varias veces y no tenía rostro, era negra, vacía. No me asusta ya.
Pero estábamos hablando de la felicidad, ese concepto tan subjetivo que todos perseguimos de un modo u otro, cada cual a su manera. Para mí la felicidad es encontrarme en una especie de estado de gracia, aunque sea pasajero, en el que te sientes a gusto contigo mismo sin arrepentimientos ni reproches. En paz, más que con los demás, con el máximo detractor de tu propia persona, tú mismo. Es mirarte al espejo y ver cada día una persona sin envés, tranquila porque hace lo que puede por los demás y lo que quiere y desea para consigo misma.
Quizá también ser feliz, además de todo lo antedicho, sea sentirse amado, querido, apreciado, por varias personas. Que tus huellas en el camino se noten para otros, aunque esa no sea tu principal pretensión. Pero considero que, si eres querido por muchos, algo bueno tuviste que hacer en la vida.
Para mí es un lujo tener tantos amigos como los que tengo, es un lujo poder ser yo misma con todos y que todos y cada uno de ellos sepan que, a veces, mi mente divaga y se va a otros mundos, o se estresa porque vivo bajo el yugo del perfeccionismo, que me impide que la sencillez que me caracteriza se haga más patente aún y se manifieste libre y derrochadora. Pero lo intento. Intento ser feliz, pero ya no de manera denodada, no. Me dejo llevar por la marea hacia donde ésta me lleve. Me adapto porque no me queda otra opción. Para que cuando el tren se pare en seco o se estropee y hayas de apearte, no te sorprenda y puedas sobrellevarlo con dignidad. Esperando en el andén, reposando tus piernas cansadas y rezando al dios de los ateos para que algún amigo recoja tus pedazos y los recomponga con la intención de que vuelvas a poder mirarte al espejo y ver a una persona sencilla que te gusta y con la que has de convivir hasta el fin de tus días.
A veces, cuando me miro al espejo por las mañanas, me veo a mí misma y me reconozco, hasta me gusto un poco. Creo que eso es lo más cercano a la felicidad que lograré estar jamás.
Nélida L. del Estal Sastre




















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