Domingo, 14 de Septiembre de 2025

Eugenio de Ávila
Jueves, 25 de Noviembre de 2021
NOCTURNOS

Sensualidad masculina

[Img #59378]Hoy  escribo sobre mí. Perdóname. Sucedió ha tiempo. Una amiga íntima me confesó, así, a bocajarro, que le parecía un  hombre muy sensual. No la entendí. Porque ignoraba qué significaba esa definición, que, como todas, determina, encaja, encadena. Años después, otra mujer, pareja de un buen amigo, incidió en que un servidor era el prototipo del seductor, un varón en extremo sensual. Contesté que, a mi edad, la capacidad de seducción se pierde, se evapora, se transforma en nube de recuerdo, en ucronía del deseo. Los sentidos también se pierden en el reloj de Cronos.

 

Al parecer, desde las afueras de mi cuerpo, se observa que soy un tipo que sabe poner en el juego de la vida sus sentidos. En mi caso, el tacto, en principio, lo obvio.  No soy un sobón. Después, en la confianza erótica, acaricio como si escribiera sobre la epidermis de esa señorita que amo. El gusto tampoco lo disfruto. Pero coincido en que respiro diferente, que huelo el aroma que exhala el espíritu de una mujer deseada y deseante; me encanta oler la piel de una dama; me fastidia que mi perfume, a veces, evite gozar por completo del perfume que emana por los poros de una fémina que anhelo. La mujer hermosa no deja de ser una fragancia que  contiene el olor del Edén. Durante la cópula, una dama fabrica gotas de sudor que son como la esencia del perfume femenino más delicado. Yo me empapo de colonia de pasión. Huelo a amor.

 

No sé cómo miro a una mujer. Pero sé que algo sucede en mis ojos cuando una dama me encanta, porque se me ha dicho, casi con miedo: “No me mires así, porque me estás poniendo nerviosa” Y cuando miro, no hablo. Quizá mis pupilas se expresan mejor que mi voz. Una mirada se dirige al alma, la susurra sentimientos reales, nunca se pierde entre adjetivos y verbos. Se puede mentir con las palabras, jamás con el iris, que no cambia de color, una forma de ser y sentir. Las pupilas no dejan de amar nunca.

 

Dicen que los hombres seducimos con la voz. Quizá. Una voz poco agradable apenas mueve el tímpano de una fémina. Se dice por ahí que me encanta “comer” orejitas del sexo opuesto. Nunca lo he pretendido. Prefiero escuchar voces de mujer más hermosas que la mía, tonos que me sosieguen, me mezan el alma, me inviten a la caricia, me seduzcan hasta perderme a mí mismo y hallarme en los adentros de la mujer que amo.

 

Mi sensualidad devora el arte, la belleza femenina, el talento, la buena literatura, la música, la naturaleza, la amistad. No sabría vivir sin beber cada día el zumo de amar, libar el néctar de la pasión, mancharme de vivir. Solo sé que escribo como amo y amo como escribo. Ya sabes, Princesidad, cómo te querría si me desearas. Nada más.

 

Perdón. ¡Se me olvidaba!: la sensualidad es patrimonio del cuerpo y la seducción pertenece al alma.

Eugenio-Jesús de Ávila

 

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