Viernes, 21 de Noviembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Viernes, 26 de Noviembre de 2021
ZAMORANA

El olor de mi pueblo

[Img #59429]Huele a leña y a matanza en mi pueblo –me dicen-. Casi puedo sentir esas fragancias desde la distancia si cierro los ojos y me posiciono mentalmente en cualquier calle desierta. Yo añadiría que también hay aroma de establo y de paja seca cuyas emanaciones salen por los ventanucos de las cuadras o se expanden al aire libre en los corrales.

 

En este pre-invierno, cuando los cardos de la villa están oscuros, feos y sin vida, el Valderaduey discurre con sus aguas heladas bajo el puente; cruzan los tractores con sus cabinas bien cerradas, pertrechando a los agricultores del frio ancestral que sufrieron sus padres, porque en esta modernidad que vivimos, afortunadamente los nuevos campesinos viven en condiciones menos precarias, lo cual es de agradecer. 

 

El pueblo está cerrado a cal y canto, los moradores de las casas enormes y desangeladas han de velar porque se calienten y pasen estos fríos de la forma más cómoda posible. Aún hay braseros en las mesas camilla vestidas con gruesos manteos, y alrededor muchas mujeres y hombres mayores se sientan a pasar las largas tardes acompañados por el ruido del televisor o mirando a través de la ventana para curiosear quien va o viene; porque la gente de mi pueblo habla poco, lo justo, y son de la opinión de que para no decir algo importante, es mejor callar la boca.

 

En el bar, punto de encuentro del pueblo para muchos hombres después de comer, con la excusa de tomar el café y echar la partida; alargan la tarde hasta que oscurece y entonces, regresan a casa, mientras sus mujeres continúan donde las dejaron. Ellas apenas se reúnen entre sí porque cuesta salir de casa si no es para comprar el pan o algunas viandas en el comercio y luego regresar apresuradamente al abrigo del hogar.

 

En mi pueblo la mayoría de la gente es mayor, viven con algún hijo y no piensan salir ya de allí; y los que viven solos se arreglan con el comedor comunitario que les soluciona la comida principal y no necesitan mucho más. Pasan los días sin apenas hacer nada; si alguno se encuentra con fuerzas y ganas, sale a caminar alrededor de sus casas, huyendo de ser visto, como si fuera un pecado exponerse a los ojos ajenos en un pueblo donde el qué dirán ha constituido más que una máxima, una sentencia.

 

Huele a soledad en mi pueblo, una villa zamorana que antaño gozó de un esplendor del que ahora carece. Las campanas de la iglesia llaman al rosario o a la vigilia de la Inmaculada y entonces, algunos hombres y mujeres acuden bien abrigados al oficio que imparte un sacerdote que ha de sacar tiempo para oficiar en varios pueblos más, por eso se nota un cierto apremio por acabar cuanto antes; pero para los files es suficiente la excusa de salir de casa en estos días helados y verse entre ellos un momento antes de regresar a casa.   

 

Mª Soledad Martín Turiño

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