POLÉMICA
Verdades sobre el falso debate de la carne
Decía mi madre, “Quien llega tarde, ni oye misa, ni come carne” en alusión a que había que estar listo porque no todos los días se podía poner un trozo de carne en la mesa, ni siquiera en el puchero humeante del cocido que hervía cada mañana para llenar las bocas hambrientas de quienes llegábamos, los mayores del trabajo, los niños de la escuela o la calle.
La carne, en mi niñez y juventud, siempre fue un artículo de lujo y nunca estuvo, en tiempos pasados, al alcance de la mayoría. Una mayoría que, por otra parte, nos desarrollamos física y mentalmente, como correspondía, en ausencia de la proteína que ahora es tema de debate. Las declaraciones del ministro de consumo han puesto a la carne, más asequible, con diferencia, ahora que entonces, en la palestra de la crítica política, aunque sea un debate manipulado y sin fundamento.
Empezaré diciendo que el ministro Garzón, con quien coincidí en alguna manifestación de la Marea Verde en Madrid, y a quien he de agradecerle, que exhibiendo su acreditación de diputado nos salvara de algún alevoso “porrazo” de los antidisturbios de Cristina Cifuentes, no tiene, precisamente, el don de la comunicación ni de la oportunidad y se ha equivocado en sus declaraciones sobre el tema, no en el contenido, sino en la forma, ni explicadas adecuadamente, tanto las de hace unas semanas a medios españoles, como ahora al diario “The Guardian” inglés.
Que el exceso de consumo de carne es poco saludable, es algo que aseveraría cualquier dietista del mundo que se precie, incluso si hablamos de carne de la mejor calidad y sin ningún tratamiento “raro”. No entiendo, por tanto, el porqué del vapuleo que se le dio por hablar de las bondades de consumir menos carne.
Ahora sale de nuevo a la palestra por condenar, como haría cualquier persona objetiva sobre el tema, el abuso de un tipo de ganadería, el intensivo, que sólo hace ricos a los propietarios de esas explotaciones, pero son perjudiciales para todos los demás, incluidos los habitantes de esos pueblos de la España vaciada donde se instalan esas macrogranjas, por ser más barato el terreno, así como donde su inspección puede ser más flexible y hacer más la “vista gorda” respecto a normas y contaminación. Instalaciones que destruyen el ecosistema y que, lejos de crear puestos de trabajo, al estar todo el proceso demasiado automatizado, colocan, en cambio, en muchas casas el cartel de “SE VENDE”.
La ganadería intensiva convierte, digan lo que digan, la vida rural en la sensación de habitar junto a una pocilga, por el mal olor dominante de sus purines, el estiércol que producen y la contaminación continuada de todos los acuíferos locales, todo lo cual provoca más despoblación.
La calidad de vida de los animales sobreexplotados no es la mejor, encerrados sin moverse día y noche y limitada su vida, por su clausura permanente, a comer, dormir, engordar y ser sacrificados. Todos hemos visto reportajes de las granjas de gallinas ponedoras, de cerdos amontonados unos encima de otros o vacas que no se mueven por el escaso espacio disponible. Tan es así que la primera tarea del día en algunas granjas, de pollos sobre todo, es… retirar “las bajas”. Interesa sólo, a cualquier precio, que aumenten de peso y dispongan de más kilos de carne para vender.
Antiguamente, cuando se iba a vender una ternera o un cebón, se le añadía a su dieta, el día antes, sal para que bebiera mucha agua y se le daba mucho de comer, pues así daría más kilos en bascula, consiguiendo vender agua y pienso a precio de carne de primera. Una estrategia fraudulenta pero no dañina más que para el bolsillo del comprador. Desde hace un tiempo, desgraciadamente, con la aparición de ciertos tratamientos veterinarios, aparte del engaño económico, nuestros hijos y nosotros mismos, empezamos a ser sensibles a ciertos medicamentos que nunca hemos tomado, pero hemos asimilado por vía alimenticia al ser utilizada en el engorde artificial de los animales que comemos.
Alguna parte de culpa tenemos nosotros. Hace bastantes años ya, me contaba un ganadero de esta provincia que hubo de empezar a hormonar sus terneras, cosa que nunca había hecho, porque al venderlas, obtenía muchos menos beneficios porque, con la misma edad, sus terneras no tratadas, pesaban menos y, además, su carne, más pálida, no era tan apreciada por el consumidor en el mostrador de la carnicería como la tratada, mucho más roja de aspecto.
El grado de libertad del animal a consumir, sea gallina, cerdo o ternera, además de su alimentación, influye en la calidad de su carne una vez sacrificado. Los huevos mejores salen de las gallinas en libertad, los mejores jamones son de los cerdos sueltos en dehesas de encinas y la mejor carne de ternera es la de aquellas que han pastado los prados moviéndose libremente. Así que no nos vendan la moto, la carne procedente de la ganadería intensiva es de peor calidad, aunque no lo dijera el ministro de consumo.
Alberto Garzón tiene razón en lo manifestado sobre la carne, aunque sea incómodo para su gobierno, inoportunas en el tiempo e insuficientemente explicadas. La ganadería intensiva es un desastre en todos los sentidos. Produce carne más barata, pero a un precio medioambiental demasiado alto y quizás, en nuestra cocina, por el bien de todos, sea mejor cocinar más calidad que cantidad, en lo que respecta a la carne. La carne de las macrogranjas, aunque enfade la afirmación, es de peor calidad y, puesta en la sartén, a diferencia de la de Aliste, Sayago, Sanabria u otras zonas de nuestra Zamora, no se fríe sino que se cuece en un exceso de agua que no debía contener.
No sólo Garzón, diversos pueblos de esta España vaciada y, en concreto, de Zamora, se han manifestado en contra de la instalación de las macrogranjas en sus municipios, por sus escasos beneficios y por la mucha mierda que producen a cambio de… NADA.
Sí a la Ganadería extensiva, pero un NO rotundo a otra burbuja especulativa, la de las macrogranjas.
Marino Carazo Martín
Decía mi madre, “Quien llega tarde, ni oye misa, ni come carne” en alusión a que había que estar listo porque no todos los días se podía poner un trozo de carne en la mesa, ni siquiera en el puchero humeante del cocido que hervía cada mañana para llenar las bocas hambrientas de quienes llegábamos, los mayores del trabajo, los niños de la escuela o la calle.
La carne, en mi niñez y juventud, siempre fue un artículo de lujo y nunca estuvo, en tiempos pasados, al alcance de la mayoría. Una mayoría que, por otra parte, nos desarrollamos física y mentalmente, como correspondía, en ausencia de la proteína que ahora es tema de debate. Las declaraciones del ministro de consumo han puesto a la carne, más asequible, con diferencia, ahora que entonces, en la palestra de la crítica política, aunque sea un debate manipulado y sin fundamento.
Empezaré diciendo que el ministro Garzón, con quien coincidí en alguna manifestación de la Marea Verde en Madrid, y a quien he de agradecerle, que exhibiendo su acreditación de diputado nos salvara de algún alevoso “porrazo” de los antidisturbios de Cristina Cifuentes, no tiene, precisamente, el don de la comunicación ni de la oportunidad y se ha equivocado en sus declaraciones sobre el tema, no en el contenido, sino en la forma, ni explicadas adecuadamente, tanto las de hace unas semanas a medios españoles, como ahora al diario “The Guardian” inglés.
Que el exceso de consumo de carne es poco saludable, es algo que aseveraría cualquier dietista del mundo que se precie, incluso si hablamos de carne de la mejor calidad y sin ningún tratamiento “raro”. No entiendo, por tanto, el porqué del vapuleo que se le dio por hablar de las bondades de consumir menos carne.
Ahora sale de nuevo a la palestra por condenar, como haría cualquier persona objetiva sobre el tema, el abuso de un tipo de ganadería, el intensivo, que sólo hace ricos a los propietarios de esas explotaciones, pero son perjudiciales para todos los demás, incluidos los habitantes de esos pueblos de la España vaciada donde se instalan esas macrogranjas, por ser más barato el terreno, así como donde su inspección puede ser más flexible y hacer más la “vista gorda” respecto a normas y contaminación. Instalaciones que destruyen el ecosistema y que, lejos de crear puestos de trabajo, al estar todo el proceso demasiado automatizado, colocan, en cambio, en muchas casas el cartel de “SE VENDE”.
La ganadería intensiva convierte, digan lo que digan, la vida rural en la sensación de habitar junto a una pocilga, por el mal olor dominante de sus purines, el estiércol que producen y la contaminación continuada de todos los acuíferos locales, todo lo cual provoca más despoblación.
La calidad de vida de los animales sobreexplotados no es la mejor, encerrados sin moverse día y noche y limitada su vida, por su clausura permanente, a comer, dormir, engordar y ser sacrificados. Todos hemos visto reportajes de las granjas de gallinas ponedoras, de cerdos amontonados unos encima de otros o vacas que no se mueven por el escaso espacio disponible. Tan es así que la primera tarea del día en algunas granjas, de pollos sobre todo, es… retirar “las bajas”. Interesa sólo, a cualquier precio, que aumenten de peso y dispongan de más kilos de carne para vender.
Antiguamente, cuando se iba a vender una ternera o un cebón, se le añadía a su dieta, el día antes, sal para que bebiera mucha agua y se le daba mucho de comer, pues así daría más kilos en bascula, consiguiendo vender agua y pienso a precio de carne de primera. Una estrategia fraudulenta pero no dañina más que para el bolsillo del comprador. Desde hace un tiempo, desgraciadamente, con la aparición de ciertos tratamientos veterinarios, aparte del engaño económico, nuestros hijos y nosotros mismos, empezamos a ser sensibles a ciertos medicamentos que nunca hemos tomado, pero hemos asimilado por vía alimenticia al ser utilizada en el engorde artificial de los animales que comemos.
Alguna parte de culpa tenemos nosotros. Hace bastantes años ya, me contaba un ganadero de esta provincia que hubo de empezar a hormonar sus terneras, cosa que nunca había hecho, porque al venderlas, obtenía muchos menos beneficios porque, con la misma edad, sus terneras no tratadas, pesaban menos y, además, su carne, más pálida, no era tan apreciada por el consumidor en el mostrador de la carnicería como la tratada, mucho más roja de aspecto.
El grado de libertad del animal a consumir, sea gallina, cerdo o ternera, además de su alimentación, influye en la calidad de su carne una vez sacrificado. Los huevos mejores salen de las gallinas en libertad, los mejores jamones son de los cerdos sueltos en dehesas de encinas y la mejor carne de ternera es la de aquellas que han pastado los prados moviéndose libremente. Así que no nos vendan la moto, la carne procedente de la ganadería intensiva es de peor calidad, aunque no lo dijera el ministro de consumo.
Alberto Garzón tiene razón en lo manifestado sobre la carne, aunque sea incómodo para su gobierno, inoportunas en el tiempo e insuficientemente explicadas. La ganadería intensiva es un desastre en todos los sentidos. Produce carne más barata, pero a un precio medioambiental demasiado alto y quizás, en nuestra cocina, por el bien de todos, sea mejor cocinar más calidad que cantidad, en lo que respecta a la carne. La carne de las macrogranjas, aunque enfade la afirmación, es de peor calidad y, puesta en la sartén, a diferencia de la de Aliste, Sayago, Sanabria u otras zonas de nuestra Zamora, no se fríe sino que se cuece en un exceso de agua que no debía contener.
No sólo Garzón, diversos pueblos de esta España vaciada y, en concreto, de Zamora, se han manifestado en contra de la instalación de las macrogranjas en sus municipios, por sus escasos beneficios y por la mucha mierda que producen a cambio de… NADA.
Sí a la Ganadería extensiva, pero un NO rotundo a otra burbuja especulativa, la de las macrogranjas.
Marino Carazo Martín






















Maria | Sábado, 08 de Enero de 2022 a las 14:46:44 horas
Es curioso, ayer escribí un comentario para rebatir las inexactitudes, medias verdades y, directamente, mentiras integrales que contiene este artículo y no lo veo publicado. Fue un comentario muy crítico (es que no es fácil encontrar publicaciones tan faltas de rigor y de conocimiento), pero correcto, no creo haber vulnerado en ningún momento sus normas de participación. Es verdad que me quedó un poco largo, y eso que se me pasaron por comentar cosas como lo de la tontería del "exceso de agua que no debe contener un filete" o eso de ser "sensibles a ciertos medicamentos". Ay madre, eso de oír campanas y no saber dónde...
En fin, me hubiese gustado ver mi comentario aquí. A ver si con éste hay más suerte.
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