ÓPERA
El ocaso de los dioses, de Wagner, nueva ópera del Teatro Real de Madrid
Todo parece pender de un hilo; el mundo se desvanece a través del tiempo y de los siglos, pero ahí sigue, para mantenernos en vilo, como ocurre con el Ocaso de los dioses, en la ópera de Richard Wagner.
La historia se desarrolla en Alemania, junto al Rin, y está basada en el poema anónimo medieval Das Nibelungenliend y la escandinava Valsunga saga.
El ocaso de los dioses es la cuarta y última de las óperas del Anillo. Wagner plantea la ópera a partir de la muerte de Siegfried y de los intentos de Brunilda para salvar a los padres de él, pero también cuenta con el robo del oro del Rin y la propia creación del anillo.
La música, desde el primer momento, provoca en el espectador el deseo de cerrar los ojos y dejarse llevar. Disfrutar de un gran concierto de cuatro horas y quince minutos y salir del teatro completamente satisfecho.
Sin embargo, hay que atender al primer acto que se desarrolla en un escenario que se muestra como un descampado donde dos enamorados cantan y miran las estrellas. Tal vez la luz era escasa y el espectador no disfruta de lo que ve. Sn embargo, las voces de ambos cantantes cumplen y demuestran su gran profesionalidad.
La ópera consta de tres actos y narra la historia de cómo el anillo maldito, hecho con oro, era robado al Rin por el enano Alberich, que pertenece a la raza de los nibelungos y causa la muerte de Siegfried, pero también la destrucción de Waihala, la morada de los dioses donde moraba Wotan.
En el acto primero, el escenario se convierte en un espacio palaciego de grandes dimensiones de los guibichungos, que habitan a orillas del Rin. En torno a una gran mesa, Gunther, el Rey, su hermana Gutrune y su hermano Hagen conversan. Estos son hijos de la misma madre, pero de diferente padre.
Gunther ha heredado la primogenitura y le aconsejan que tome esposa y que, además, encuentre un marido para su hermana.
La elegida será Brunilda, pero ésta reside en una montaña rodeada de fuego y Gunter no puede franquearla. Sólo podrá hacerlo Siegfried.
Mientras todo esto ocurre, la orquesta interpreta el leitmotiv de los guibichungos y las caracterizaciones instrumentales de Hagen, Gunther y Gutrune.
El segundo acto comienza con un imponente y estruendoso acorde donde se muestran las iras del Nibelungo para decirnos que la tenebrosa labor del mar no descansa. Las aguas del Rin corren entre grandes rocas por donde aparecen altares consagrados. La imagen muestra la rudeza de los antiguos germanos. A partir de este segundo acto, ya se ha recuperado el ritmo y el interés del espectador va creciendo porque, al fin, ha conseguido entrar en la historia.
En el tercer acto, las doncellas, junto a las riberas del Rin, se lamentan por la pérdida del oro. Recuerdan el tesoro que custodiaban y ahora se muestran tristes. Podrían recuperar la alegría si alguien pudiera devolverles el oro.
Se oye el sonido del cuerno de un cazador que se aproxima. Se alejan entre la espesura del bosque y aparece Siegfried. Ellas[C1] le piden que devuelva el anillo al río para evitar la maldición, pero Siegfried no quiere deshacerse de la joya. La maldición se ha cumplido. Hagen hunde la espada en la espalda de Siegfried y éste, moribundo, recuerda a su amada Brunilda. Después, Hagen reclama el anillo de Siegfried, pero Gunther se lo discute y Hagen lo mata.
En medio de este caos, aparece Brunilda que anuncia su propio final. Enciende su propia pira y tras extraer el anillo del dedo de Siegfried se lanza al fuego.
El río, ya protagonista, ve llegar a las hijas del Rin y recuperan el anillo.
Esta ópera, entre la mitología y la realidad confunde al espectador por su complejidad y difícil comprensión, pero la música de Wagner hace milagros.
Ficha artística: El ocaso de los dioses, de Richard Wagner
Se estrenó en el Teatro Real el 7 de marzo de 1909
Director musical: Friedrich Suckel
Director de escena: Robert Carsen
Coro y orquesta titulares del Teatro Real
Fechas: 26 y 30 de enero
3.7.11,15,19,23 y 27 de febrero
Duración aproximada 5 horas y 15 minutos
Concha Pelayo
Todo parece pender de un hilo; el mundo se desvanece a través del tiempo y de los siglos, pero ahí sigue, para mantenernos en vilo, como ocurre con el Ocaso de los dioses, en la ópera de Richard Wagner.
La historia se desarrolla en Alemania, junto al Rin, y está basada en el poema anónimo medieval Das Nibelungenliend y la escandinava Valsunga saga.
El ocaso de los dioses es la cuarta y última de las óperas del Anillo. Wagner plantea la ópera a partir de la muerte de Siegfried y de los intentos de Brunilda para salvar a los padres de él, pero también cuenta con el robo del oro del Rin y la propia creación del anillo.
La música, desde el primer momento, provoca en el espectador el deseo de cerrar los ojos y dejarse llevar. Disfrutar de un gran concierto de cuatro horas y quince minutos y salir del teatro completamente satisfecho.
Sin embargo, hay que atender al primer acto que se desarrolla en un escenario que se muestra como un descampado donde dos enamorados cantan y miran las estrellas. Tal vez la luz era escasa y el espectador no disfruta de lo que ve. Sn embargo, las voces de ambos cantantes cumplen y demuestran su gran profesionalidad.
La ópera consta de tres actos y narra la historia de cómo el anillo maldito, hecho con oro, era robado al Rin por el enano Alberich, que pertenece a la raza de los nibelungos y causa la muerte de Siegfried, pero también la destrucción de Waihala, la morada de los dioses donde moraba Wotan.
En el acto primero, el escenario se convierte en un espacio palaciego de grandes dimensiones de los guibichungos, que habitan a orillas del Rin. En torno a una gran mesa, Gunther, el Rey, su hermana Gutrune y su hermano Hagen conversan. Estos son hijos de la misma madre, pero de diferente padre.
Gunther ha heredado la primogenitura y le aconsejan que tome esposa y que, además, encuentre un marido para su hermana.
La elegida será Brunilda, pero ésta reside en una montaña rodeada de fuego y Gunter no puede franquearla. Sólo podrá hacerlo Siegfried.
Mientras todo esto ocurre, la orquesta interpreta el leitmotiv de los guibichungos y las caracterizaciones instrumentales de Hagen, Gunther y Gutrune.
El segundo acto comienza con un imponente y estruendoso acorde donde se muestran las iras del Nibelungo para decirnos que la tenebrosa labor del mar no descansa. Las aguas del Rin corren entre grandes rocas por donde aparecen altares consagrados. La imagen muestra la rudeza de los antiguos germanos. A partir de este segundo acto, ya se ha recuperado el ritmo y el interés del espectador va creciendo porque, al fin, ha conseguido entrar en la historia.
En el tercer acto, las doncellas, junto a las riberas del Rin, se lamentan por la pérdida del oro. Recuerdan el tesoro que custodiaban y ahora se muestran tristes. Podrían recuperar la alegría si alguien pudiera devolverles el oro.
Se oye el sonido del cuerno de un cazador que se aproxima. Se alejan entre la espesura del bosque y aparece Siegfried. Ellas[C1] le piden que devuelva el anillo al río para evitar la maldición, pero Siegfried no quiere deshacerse de la joya. La maldición se ha cumplido. Hagen hunde la espada en la espalda de Siegfried y éste, moribundo, recuerda a su amada Brunilda. Después, Hagen reclama el anillo de Siegfried, pero Gunther se lo discute y Hagen lo mata.
En medio de este caos, aparece Brunilda que anuncia su propio final. Enciende su propia pira y tras extraer el anillo del dedo de Siegfried se lanza al fuego.
El río, ya protagonista, ve llegar a las hijas del Rin y recuperan el anillo.
Esta ópera, entre la mitología y la realidad confunde al espectador por su complejidad y difícil comprensión, pero la música de Wagner hace milagros.
Ficha artística: El ocaso de los dioses, de Richard Wagner
Se estrenó en el Teatro Real el 7 de marzo de 1909
Director musical: Friedrich Suckel
Director de escena: Robert Carsen
Coro y orquesta titulares del Teatro Real
Fechas: 26 y 30 de enero
3.7.11,15,19,23 y 27 de febrero
Duración aproximada 5 horas y 15 minutos
Concha Pelayo























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