Elecciones y masoquismo

Yo soy del Athletic Club de Bilbao y de la Hermandad del Jesús Yacente, aunque no me lo impide mi ateísmo. Y no tengo más devociones ni sagradas ni paganas. No se me pida, pues, festejar a partido político alguno. Como no soy hincha del PP ni del PSOE ni de Unidas Podemos o Vox, contemplo sus combates electorales con absoluta libertad.

Analizo los resultados con objetividad. Con tal premisa, confieso que -como no soy el sectario Tezanos- los resultados del 13F no me sorprendieron. Lógico que ganara el PP, pero por estrecho margen; que el PSOE se dejase siete procuradores, que Vox triunfase y que Cs desapareciese en toda la birregión, excepto en Pucela. Ahora bien, el éxito de Soria Ya, de lo que me alegré, lo juzgo como esclarecedor. Y, como he escrito en otros artículos, envidio a los sorianos, que han batido a los grandes partidos nacionales en toda regla. La tierra castellana de la que se enamoró Antonio Machado, por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, despierta en mi alma una sana envidia. Me provocó idéntica euforia a la que recibo cuando el Athletic Club elimina o gana al Real Madrid y al Barcelona.

Zamora, tierra olvidada, habitada por personas conformistas más que conservadoras, parece la reserva espiritual de no solo Castilla y León, sino también de España. Aquí se reza mucho y se vota sin querer, porque toca, pero sin fe. Paradoja que en una provincia creyente se carezca de fidelidad política. Almas pías que acuden a las urnas como a dar el pésame a la viuda del vecino, sin alegría, pero con un rictus de hipocresía en el rostro y un par de lágrimas negras que se deslizan por unas mejillas de mármol. Pero los zamoranos, pusilánimes, con su apatía antropológica, eligen a quienes los engañan legislatura tras legislatura, en Valladolid o Madrid. Quizá seamos masoquistas

Eugenio-Jesús de Ávila