PASIÓN POR ZAMORA
Zamora: prohibido conjugar el verbo pensar
“Siempre la claridad viene del cielo; es un don: no se halla entre las cosas sino muy por encima, y las ocupa haciendo de ello vida y labor propias”. Primeros versos de “El don de la ebriedad”, de nuestro Rimbaud zamorano. Aquí, en Zamora, no existe claridad intelectual, simplemente porque el intelectual no existe o, si vive, no se muestra, no critica, no analiza, no disecciona la realidad de nuestra ciudad y provincia. Tampoco el intelectual zamorano se da a la bebida, ni tan si quiera a la absenta. Nadie habla. Silencio. La prensa local no opina. Va de rueda de prensa a rueda de prensa, y asisto porque me toca para llenar informativos y páginas. Hay miedo. Reflexionar o pensar se han convertido dos verbos que duelen. No se saben conjugar. Un periodismo sin crítica al poder solo es un Boletín Oficial de cualquier institución pública. Una ciudad sin intelectuales que analicen la realidad no existe. Se trataría, en todo caso, de una comunidad sin vínculo, sin destino, sin objetivos.
Zamora, quizá por su pasividad antropológica, siempre se cuadró ante el poder político, como si jamás el franquismo hubiera muerto. A los políticos se les considera como semidioses, personajes intocables, incólumes. Se les critica en círculos familiares y de amigos, jamás se difunden públicamente. Temor al poder. Aquí se prefiere vivir de rodillas que morir de pie. Zamora se muere recostada sobre su cobardía, en el colchón de la indiferencia.
¡Qué sencillo les resulta a los partidos nacionales mofarse de Zamora, prometer y no dar, afirmar y negar, reír y llorar! No hay pueblo en España al que el poder ningunee más. Un chollo. Después, como ovejita lucera, el zamorano comulgará con el voto en la urna, creyendo que decide algo, que el poder se lo agradecerá con inversiones públicas que transformarán la provincia en tierra de porvenir.
Siempre la claridad viene del cielo. Aquí no. Aunque me disguste contrariar al gran Claudio. No obstante, me quedo con otros versos del divino poeta zamorano: “Todos llevamos una ciudad dentro, ciudad que nos alienta y no acusa. La ciudad del alma”. Yo acuso, como Zola, a los zamoranos pasivos, cobardes y entregados. Me queda poco. Pero espero morir con las botas puestas y mojadas por el agua del río Duradero.
Eugenio-Jesús de Ávila
“Siempre la claridad viene del cielo; es un don: no se halla entre las cosas sino muy por encima, y las ocupa haciendo de ello vida y labor propias”. Primeros versos de “El don de la ebriedad”, de nuestro Rimbaud zamorano. Aquí, en Zamora, no existe claridad intelectual, simplemente porque el intelectual no existe o, si vive, no se muestra, no critica, no analiza, no disecciona la realidad de nuestra ciudad y provincia. Tampoco el intelectual zamorano se da a la bebida, ni tan si quiera a la absenta. Nadie habla. Silencio. La prensa local no opina. Va de rueda de prensa a rueda de prensa, y asisto porque me toca para llenar informativos y páginas. Hay miedo. Reflexionar o pensar se han convertido dos verbos que duelen. No se saben conjugar. Un periodismo sin crítica al poder solo es un Boletín Oficial de cualquier institución pública. Una ciudad sin intelectuales que analicen la realidad no existe. Se trataría, en todo caso, de una comunidad sin vínculo, sin destino, sin objetivos.
Zamora, quizá por su pasividad antropológica, siempre se cuadró ante el poder político, como si jamás el franquismo hubiera muerto. A los políticos se les considera como semidioses, personajes intocables, incólumes. Se les critica en círculos familiares y de amigos, jamás se difunden públicamente. Temor al poder. Aquí se prefiere vivir de rodillas que morir de pie. Zamora se muere recostada sobre su cobardía, en el colchón de la indiferencia.
¡Qué sencillo les resulta a los partidos nacionales mofarse de Zamora, prometer y no dar, afirmar y negar, reír y llorar! No hay pueblo en España al que el poder ningunee más. Un chollo. Después, como ovejita lucera, el zamorano comulgará con el voto en la urna, creyendo que decide algo, que el poder se lo agradecerá con inversiones públicas que transformarán la provincia en tierra de porvenir.
Siempre la claridad viene del cielo. Aquí no. Aunque me disguste contrariar al gran Claudio. No obstante, me quedo con otros versos del divino poeta zamorano: “Todos llevamos una ciudad dentro, ciudad que nos alienta y no acusa. La ciudad del alma”. Yo acuso, como Zola, a los zamoranos pasivos, cobardes y entregados. Me queda poco. Pero espero morir con las botas puestas y mojadas por el agua del río Duradero.
Eugenio-Jesús de Ávila





























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