Miércoles, 19 de Noviembre de 2025

Nélida L. Del Estal Sastre
Miércoles, 09 de Marzo de 2022
CON LOS CINCO SENTIDOS

A la niña le faltan vitaminas

[Img #63288]Aquella tarde hice lo de siempre, merendé algo por obligación delante de mi madre, porque eso de tener apetito no es lo mío y así me va…y cogí la bici BH azul metalizado, la mía, más pequeña que la de mis hermanos, y me dispuse a llamar a Luis a su puerta para que cogiera su bici Orbea roja y nos fuéramos calle abajo como cada tarde. 

 

Resulta que nos había dado ese verano por bajar la cuesta que había tras los bloques y que acababa en un muro, con una inclinación de, aproximadamente, 45º, la cuesta, no el muro, sin frenar y con los pies encima del manillar, por ver qué pasaba más que nada y porque las tardes de verano son de un aburrido acojonante a la hora de la siesta y si tienes 12 años ya ni te cuento. 

 

      Luis se comió el bocadillo de pan con chocolate en un pis pas, pero me dio un par de onzas, siempre lo hacía. O me daba dos onzas o me hacía dar un buen mordisco a su bocadillo de Nocilla o de Pralim. Siempre me gustó el chocolate, el que se come, no el que se fuma…Y el pobre Luis detraía de su bocadillo una pequeña porción para ver si me hacía engordar algo, pero no había manera. Decía mi abuela que “eso serán los genes, ¿no ves que desde la tatarabuela Baltasara no ha habido mujer con carnes en esta familia?”.  

 

       Decían a escondidas que me llevarían al médico, que me hacían falta vitaminas y que estaba demasiado blanca para tener el pelo tan morenito. Vamos, como Cleopatra, sólo que ella, para mantener la blancura y tersura de su famosa piel, se bañaba en leche de burra (que ya tenían que ordeñar burras para que la señora tomase un baño ¿Dónde tienen las burras las ubres? En fin, que me desvío del tema. ¿Se llaman ubres los apéndices mamarios de las burras o es una burrada lo que acabo de decir? En fin, prosigo). 

- “¿De qué te lo ha hecho hoy tu madre?” Me preguntaba expectante Luis. 

- “De jamón de York con dos rodajas de tomate. También me he tenido que comer dos mandarinas. Casi vomito”. Respondía yo con cara de asquete. “Se ha levantado del sofá mientras roncaba mi padre para vigilarme en la cocina hasta que me lo comiera todo. La odio un poco y creo que me lo nota en la cara”, apostillaba. 

 

      Después de la obligada merienda, llegaba lo bueno de la tarde. No había nadie en la calle y hacía un calor sofocante, pero como Luis y yo no éramos de esa clase de personas flojas que necesitan echarse una siesta después de un cocido en verano, quedábamos todas las tardes para entrenar la bajada de la cuesta, hablar de nuestras cosas y llamar a los timbres de las casas para salir corriendo muertos de la risa. Que te llamen al timbre de casa a las 16.30 h. de la tarde, cuando estás “torrao” en el sofá viendo el Tour de Francia en una putada sin igual. Como lo era cambiar de canal para poner otra cosa, la que fuera, y tu padre, limpiándose la baba con el dorso de la mano, dijera a voz en grito y hasta enfadado “¡¡no lo quitéis, que lo estaba viendo!!” Caballero, usted no estaba viendo una mierda, estaba con Morfeo de vinos en un lupanar propiedad de Zeus…Haga el favor de seguir dormitando y no moleste. 

 

       Cuando ya habíamos tocado suficientes timbres y la señora Brígida nos tiraba la chancleta por el balcón mientras juraba en hebreo, nos sentíamos poderosos y con la adrenalina por las nubes para encarar el reto de la bajada mortal de la cuesta. Y a eso íbamos. Unos días volvíamos con raspones en las rodillas, otros con los codos reventados al taparnos la cara ante el posible impacto de nuestros cuerpos y nuestras bicis contra el muro. 

 

       Pero me acaba de venir a la cabeza una conversación que terminó mal estando yo con mi madre en el mercado una mañana. Resulta que la señora que nos lanzaba la chancleta, Doña Brígida, tenía una particular manera de vestir, muy a lo Señorita Rottenmeier de Heidi. Pues nada, una mañana de tantas, mientras mi madre compraba puerros y vainas en el puesto de Txomin, la señora Brígida se nos acercó y le explicó a mi madre la fea costumbre de los timbrazos a media siesta de su hija, esa que parece un chico, o sea, yo, estando yo delante; qué huevos toreros los de la señora “Frígida”. Total, que vi su vestido negro, en pleno mes de julio, y esas gafas gruesas como el culo de una garrafa de cinco litros, y le dije en toda su cara que vestía como una prostituta. Error. Lapsus linguae. No quise decir prostituta, sino institutriz, pero el cerebro me jugó una mala pasada con ambas palabras. Volvimos a casa con los puerros, las vainas, y mi cara con la palma de la mano de mi madre marcada a fuego en la mejilla. De esto ya no hablaré más. 

 

        Aquel día estival fue un poquito peor. Empezó Luis el descenso con su reluciente Orbea roja bermellón; a velocidad de vértigo pudo parar el impacto contra el muro tirándose de la bici en marcha. Listo el chaval. Me tocaba a mí, llevaba entrenando una semana enterita. Era mi gran momento. Me puse en la parte alta de la cuesta, con la pata de cabra echada. Puse las piernas sobre el manillar y Luis le dio una patadita a la pata de cabra para poner la bicicleta en movimiento, me empujó un poco y…segundos después, abriendo los ojos que había mantenido cerrados para darle más emoción al asunto, no calculé bien los segundos que faltaban para un posible impacto, y claro, impacté. A lo bestia. Diagnóstico: rodillas, codos y manos desolladas, bicicleta BH de niña con la rueda delantera torcida, manillar roto. Llegada a casa. Dos hostias como dos panes de pueblo, algunos juramentos en latín y, después de curar las heridas, sacrosanta ida a la cama sin cenar. Pues no fue tanta la penitencia. Aunque sí me hubiera comido un bocadillo de Nocilla. Soñé bien, hasta creo que me reí de la locura que había hecho.  

 

    “A la niña le hacen falta vitaminas o algo. Hace cosas que no son ni medio normales”. 

Nélida L. del Estal Sastre 

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