HABLEMOS
Entre omicrones y diluvios
Carlos Domínguez
Contra el fino dictamen de los climaticastros, profetillas de la calamidad, llueve como hizo desde tiempos de No-é, o bien del Arca con mascotillas guarras antes que bestias salvajes, vista la fauna urbana que nos asola. Y nueva sobre nueva, que ya se necesita por el lado siquiera de un modesto mejorar, la verdad es que el maldito ómicron, oximorón, ostrakón o nuevo ostión para entendernos, ello al alimón con la enésima co-chinada de esta plaga amarilla tirando al limón por tez y colorín, parece remitir, aunque vaya usted a saber, en su amenaza del Harmagedon por fascículos, del I al y sin acabar, pues andamos en olas por la VI o la VII, acompañadas en forma de mutación de su propio cántico y trompetería.
Para el simple mortal, poco ducho en el augurio con ómicron, clima o catástrofe añadida, la cosa resulta oscura, verdaderamente oscura, dadas las pocas luces que lo alumbran. Por eso, a efectos de ilustrar sobre desastres venideros: contagios, mutaciones, incidencias, hospitalizaciones y demás, quizá convendría que los expertos tipo papa negro o paletico el maño dejaran paso a quien, desde un ascendiente verdaderamente sacro y, en consecuencia, con visos infinitos de certeza, supiera desvelar clave y pestiño del asunto, digo del ómicron. Respecto a lo cual no estaría de más acudir al preclaro beato lebaniego, aunque sus restos no darían hoy ni para criar malvas pergaminas, circunstancia que tampoco debe llamar al desánimo. Porque si de oráculos, parlas, orates y vates va el negocio, nunca faltaron en nuestra tradición copistas y amanuenses a lo tamariense o cagariense, dispuestos a desentrañar misterios y novísimos de cualquier omicrónica calamidad, viniendo a conjurar mitos, profecías y, por lo mismo, efluvios extáticos. Pues, para éxtasis con tales miasmas por no decir babas, nada mejor que el fluxus, la dana, la tormenta, riada y rambla, o sea, río, río, río, río… y más río, incluso cuencas enteras, por donde desaguar la sublime y salvífica neología del lenguaje.
Metidos en harina apocalíptica, el remedio a co-chinadas tan pertinaces como el oca a oca del parchís: de la I a la VI o la que toque, se halla en la dana, tormenta, diluvio, riada o regatera, por donde rebosa la inagotable excremencia del idioma, para hundir, embarrar, colmatar toda realidad incómoda gracias a la feraz escorrentía de cualquier ilustre lebaniego, tabariense, o simplemente cagalurritano. Personajes acaso providenciales, capaces de remendar en original versión autóctona el diccionario entero de la RAE, irrumpiendo y anegando con mayestática verbosidad. Porque en semejante aquelarre neológico, con diluvio, riada, río, río y río y más río de ocurrencias y novismos, lo políticamente correcto desvela llave y ganzúa del negocio, poniendo los puntos sobre las íes en la cosa ésta del nuevo nomenclátor, a bien ser paritario e inclusivo. Importa lo publicitado y cuanto más mejor, en lugar de lo hecho y debidamente explicado. Cierto que siempre quedarán vocablos trans, tales que ella, elle, ello, ellu y epicenos varios, efluvios dia-rraicos/as que demandan mucha corrección y exactitud. Cuando ocurra algo así, y aun bajo índex o anatema de ortodoxia progresista, quizá debiera acudirse a alguna que otra entrada RAE, clásica por suficientemente conocida. Y déjense a un lado sinonimias mal traídas no menos que rijosas, aptas sólo para colmatar laya y ralea de la, cuando menos por la rima, diluvial, anegante y fluvial rioMicrona. M.f, decimoquinta letra….; y con la a,…
Contra el fino dictamen de los climaticastros, profetillas de la calamidad, llueve como hizo desde tiempos de No-é, o bien del Arca con mascotillas guarras antes que bestias salvajes, vista la fauna urbana que nos asola. Y nueva sobre nueva, que ya se necesita por el lado siquiera de un modesto mejorar, la verdad es que el maldito ómicron, oximorón, ostrakón o nuevo ostión para entendernos, ello al alimón con la enésima co-chinada de esta plaga amarilla tirando al limón por tez y colorín, parece remitir, aunque vaya usted a saber, en su amenaza del Harmagedon por fascículos, del I al y sin acabar, pues andamos en olas por la VI o la VII, acompañadas en forma de mutación de su propio cántico y trompetería.
Para el simple mortal, poco ducho en el augurio con ómicron, clima o catástrofe añadida, la cosa resulta oscura, verdaderamente oscura, dadas las pocas luces que lo alumbran. Por eso, a efectos de ilustrar sobre desastres venideros: contagios, mutaciones, incidencias, hospitalizaciones y demás, quizá convendría que los expertos tipo papa negro o paletico el maño dejaran paso a quien, desde un ascendiente verdaderamente sacro y, en consecuencia, con visos infinitos de certeza, supiera desvelar clave y pestiño del asunto, digo del ómicron. Respecto a lo cual no estaría de más acudir al preclaro beato lebaniego, aunque sus restos no darían hoy ni para criar malvas pergaminas, circunstancia que tampoco debe llamar al desánimo. Porque si de oráculos, parlas, orates y vates va el negocio, nunca faltaron en nuestra tradición copistas y amanuenses a lo tamariense o cagariense, dispuestos a desentrañar misterios y novísimos de cualquier omicrónica calamidad, viniendo a conjurar mitos, profecías y, por lo mismo, efluvios extáticos. Pues, para éxtasis con tales miasmas por no decir babas, nada mejor que el fluxus, la dana, la tormenta, riada y rambla, o sea, río, río, río, río… y más río, incluso cuencas enteras, por donde desaguar la sublime y salvífica neología del lenguaje.
Metidos en harina apocalíptica, el remedio a co-chinadas tan pertinaces como el oca a oca del parchís: de la I a la VI o la que toque, se halla en la dana, tormenta, diluvio, riada o regatera, por donde rebosa la inagotable excremencia del idioma, para hundir, embarrar, colmatar toda realidad incómoda gracias a la feraz escorrentía de cualquier ilustre lebaniego, tabariense, o simplemente cagalurritano. Personajes acaso providenciales, capaces de remendar en original versión autóctona el diccionario entero de la RAE, irrumpiendo y anegando con mayestática verbosidad. Porque en semejante aquelarre neológico, con diluvio, riada, río, río y río y más río de ocurrencias y novismos, lo políticamente correcto desvela llave y ganzúa del negocio, poniendo los puntos sobre las íes en la cosa ésta del nuevo nomenclátor, a bien ser paritario e inclusivo. Importa lo publicitado y cuanto más mejor, en lugar de lo hecho y debidamente explicado. Cierto que siempre quedarán vocablos trans, tales que ella, elle, ello, ellu y epicenos varios, efluvios dia-rraicos/as que demandan mucha corrección y exactitud. Cuando ocurra algo así, y aun bajo índex o anatema de ortodoxia progresista, quizá debiera acudirse a alguna que otra entrada RAE, clásica por suficientemente conocida. Y déjense a un lado sinonimias mal traídas no menos que rijosas, aptas sólo para colmatar laya y ralea de la, cuando menos por la rima, diluvial, anegante y fluvial rioMicrona. M.f, decimoquinta letra….; y con la a,…





















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