Sábado, 22 de Noviembre de 2025

Eugenio de Ávila
Jueves, 17 de Marzo de 2022
COSAS MÍAS

Los árboles sufren con las podas y los zamoranos, también

Esteban PedrosaMe comentan que un concejal del actual equipo de gobierno afirmó que los árboles sufren cuando los podan. Convencido estoy. Pinos, abetos, sauces llorones, olmos, fresnos son hombres que tienen por sangre,  savia, y la clorofila son sus  vitaminas y antioxidantes, lo que les da color a las epidermis de sus hojas. 

 

Hay hombres que sufren, porque les podan su talento, les cortan sus anhelos, les secan sus deseos. Hay árboles que son proletarios, los que nacieron en los bosques, y árboles burgueses, lo que trabajan en los jardines de los ricos, de los rojos burgueses y de los burgueses a secas. En Zamora, hay mucho árbol proletario en Valorio y las márgenes del Duero. En la ciudad, existen árboles funcionarios, que están ahí, y no saben por qué, que quisieron ser negrillos en el campo abierto, como los chopos y los olmos, y crecer hasta donde la lluvia y el sol juzgaron conveniente. Nadie los tala, ni los encarcela, ni tortura como si fueran bonsáis.

 

El árbol funcionario se aburre y sabe que, de vez en cuando, porque así lo decide un gerifalte, le corta las ramas, les arrancan las hojas y los dejan desnudos. Ya no podrán ceder sus casas verdes para que aniden los jilgueros ni los pardales.

 

Los hombres urbanitas tampoco somos libres. Creemos que vivimos mejor que los hombres del campo. Mentira. Que nos alimentamos muy bien. Trola. Que nos morimos más despacio. Embuste. Que somos más cultos. Falacia. En la ciudad, más si es reducida, junto a los árboles funcionarios, crece la envidia, la felonía, la cobardía, con las que se podan los troncos de la gente que destaca, que es distinta, diferente.

 

A mí, un olmo seco, me quisieron serrar. Me rebelé. Y me alimenté de lluvia y me perfumé con el aroma de las flores silvestres, del tomillo, de las violetas, de las azucenas, de anémonas. Escribí en los troncos de las encinas, de los pinos, de los álamos.

 

Zamora es como el olmo seco de Machado, pero sin el milagro de la primavera. Quizá, si el Gobierno de Sánchez cumpliera su palabra, le saldrían algunas hojas verdes que traerían un desarrollo económico, un freno al desierto demográfico y una forma de pensar que transformase una  mentalidad decimonónica, anacrónica, acobardada y servicial.

 

Los jardineros políticos de Zamora tampoco sueñan con hacer de nuestra ciudad un bosque libérrimo, que crezca, que reciba fauna silvestre, que los ruiseñores deleiten a los visitantes con sus bellos cánticos románicos, que los enamorados graben corazones en los troncos de ls chopos para quedarse a vivir entre sus sombras y escuchar los hojas secas del otoño.

 

Hay, es cierto, árboles que sufren, porque quisieron vivir en campos abiertos. Hay, por supuesto, hombres que sufren, porque los eucaliptos de la política y del caciquismo asfixiaron su inteligencia, sus ganas de progresar y su pasión por la libertad.

 

Yo, durante estos días, he recogido con el pañuelo de mis palabras, las lágrimas de los árboles de la Costanilla, mis viejos amigos, a los que han desnudado, vejado y humillado. Ya no canta las avecillas entre las ramas, ni las palomas sueñan con la paz junto al balcón de la oficina de El Día de Zamora. Se me murió mi can, Zorba, y ahora me han matado las ramas y las hojas que inspiraban mi vida. Mientras mi ciudad sufre una tremenda poda económica y demográfica.

Eugenio-Jesús de Ávila

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