POSTALES DESDE EL FARO
El otro
Hace unos meses que no les escribo nada y temo haber perdido la práctica, o que ustedes ya se hayan acostumbrado a mi ausencia, o incluso a ambas cosas a la vez. La cosa es que aquí me tienen de nuevo sin tener muy claro qué contarles, porque aun habiendo asuntos para ponerse a escribir y no parar, están ustedes sobreinformados de los mismos y no me apetece ser reiterativo sobre las numerosas desgracias que, amenazantes, sobrevuelan nuestras cabezas.
Y hablando de cabezas… hace unos días, mientras me afeitaba, me pareció ver en el espejo una mirada que no era la mía, o que al menos no reconocí como mía. Era la de un extraño que vive dentro de mí y que se aprovecha de mis ojos para asomarse al exterior, de mis oídos para escuchar lo que sucede fuera e incluso de mi lengua y boca para hablar y comunicarse. A veces, incluso, detecto su presencia en pensamientos que no reconozco como propios pero que están ahí.
Es como cuando tienes una plaga dentro de tu casa, que sabes que existe porque la escuchas moverse entre los tabiques, porque ves que han roído algún mueble o porque te encuentras por los rincones sus pequeñas deposiciones. Sabes que está ahí, pero no la ves.
A diferencia de la plaga, con la que podemos acabar gracias a la intervención de un buen equipo de exterminadores, el ser que habita en nuestro interior es imposible de erradicar. Por mucha medicación que les proporcione su terapeuta, el tipo (o la tipa, vayan ustedes a saber) sigue ahí a la espera del menor descuido para apoderarse de cualquiera de nuestros sentidos, incluso de nuestro cerebro, para apreciar su entorno, comunicarse, pensar o tener, en los casos más extremos, libre albedrío.
Solo de esa manera podemos comprender el motivo de por qué, a veces, decimos cosas con las que no estamos de acuerdo o tenemos pensamientos sobre cuestiones en las que no habíamos reparado. Y así, pasan los días y nos acostumbramos a la presencia de ese otro ser que nos habita, que a veces desaparece por un tiempo cruzando el puente de plata ese que se le tiende a un enemigo que huye para descruzarlo poco más tarde. Llegan días de asueto, casi una semana. Dejen que el otro comande las operaciones y ustedes descansen sin ni siquiera asomarse por sus ojos. Total, para lo que hay que ver…
Patricio Cuadra Blanco
Hace unos meses que no les escribo nada y temo haber perdido la práctica, o que ustedes ya se hayan acostumbrado a mi ausencia, o incluso a ambas cosas a la vez. La cosa es que aquí me tienen de nuevo sin tener muy claro qué contarles, porque aun habiendo asuntos para ponerse a escribir y no parar, están ustedes sobreinformados de los mismos y no me apetece ser reiterativo sobre las numerosas desgracias que, amenazantes, sobrevuelan nuestras cabezas.
Y hablando de cabezas… hace unos días, mientras me afeitaba, me pareció ver en el espejo una mirada que no era la mía, o que al menos no reconocí como mía. Era la de un extraño que vive dentro de mí y que se aprovecha de mis ojos para asomarse al exterior, de mis oídos para escuchar lo que sucede fuera e incluso de mi lengua y boca para hablar y comunicarse. A veces, incluso, detecto su presencia en pensamientos que no reconozco como propios pero que están ahí.
Es como cuando tienes una plaga dentro de tu casa, que sabes que existe porque la escuchas moverse entre los tabiques, porque ves que han roído algún mueble o porque te encuentras por los rincones sus pequeñas deposiciones. Sabes que está ahí, pero no la ves.
A diferencia de la plaga, con la que podemos acabar gracias a la intervención de un buen equipo de exterminadores, el ser que habita en nuestro interior es imposible de erradicar. Por mucha medicación que les proporcione su terapeuta, el tipo (o la tipa, vayan ustedes a saber) sigue ahí a la espera del menor descuido para apoderarse de cualquiera de nuestros sentidos, incluso de nuestro cerebro, para apreciar su entorno, comunicarse, pensar o tener, en los casos más extremos, libre albedrío.
Solo de esa manera podemos comprender el motivo de por qué, a veces, decimos cosas con las que no estamos de acuerdo o tenemos pensamientos sobre cuestiones en las que no habíamos reparado. Y así, pasan los días y nos acostumbramos a la presencia de ese otro ser que nos habita, que a veces desaparece por un tiempo cruzando el puente de plata ese que se le tiende a un enemigo que huye para descruzarlo poco más tarde. Llegan días de asueto, casi una semana. Dejen que el otro comande las operaciones y ustedes descansen sin ni siquiera asomarse por sus ojos. Total, para lo que hay que ver…
Patricio Cuadra Blanco





















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