LA PASIÓN EN ZAMORA
Fe, tradición e...indiferencia
Una parte de Zamora, importante, piensa, se ilusiona y conspira en torno a la Semana Santa. Esta ciudad, sin su Pasión, quizá fuera más triste, más tediosa aún, aburrida. Paradojas de la religión que, 2.000 años después, una tragedia se haya convertido en alegría, en fiesta, en hedonismo.
Convengamos que, en nuestra Semana Santa, el placer se impone a la penitencia, más sonrisas que lágrimas. Lo he escrito con reiteración siempre que se acercan estos días de procesiones y lo repito: la Semana Santa de Zamora, la importante, la que nos ha dado fama, surge después de la Guerra Civil.
Antes, además de las procesiones clásicas, propias de otras geografías, Vera Cruz, Jesús Nazareno, Santo Entierro, Nuestra Madre, más las que abrían y cerraban la Pasión, y el Silencio (1925), el punto de inflexión, la fama, el turismo, el gentío aconteció con hermandades como Jesús Yacente, Tercera Caída, Jesús del Vía Crucis y Damas de la Soledad, que se fundaron cuando el luto por los muertos de la Guerra Civil todavía teñía las almas. Después, en los 50, se inventaron una hermandad que marcó un hito en todas las semanas santas de Zamora, la de Penitencia (capas pardas); la Esperanza (1961) y, a finales de los 60, Las Siete Palabras, y, poco a poco, aparecieron Espíritu Santo, Buena Muerte y Luz y Vida. Incluso la creación de estas cofradías de nuevo cuño obligó a las clásicas, a las barrocas, a transformarse.
Encuentro también diferencias esenciales entre las procesiones de la tarde y las de las noches, como si estas contuvieran más fe, más pasión, más penitencia. La gente, además, desarrolla otro tipo de sentimientos cuando contempla al Cristo del Vía Crucis o la Esperanza, que al Yacente o el Crucificado de Olivares. Pienso, en definitiva, que hay tantas semanas santas en nuestra ciudad como zamoranos. Unos la viven desde la fe y otros desde la tradición o la indiferencia.
Eugenio-Jesús de Ávila
Una parte de Zamora, importante, piensa, se ilusiona y conspira en torno a la Semana Santa. Esta ciudad, sin su Pasión, quizá fuera más triste, más tediosa aún, aburrida. Paradojas de la religión que, 2.000 años después, una tragedia se haya convertido en alegría, en fiesta, en hedonismo.
Convengamos que, en nuestra Semana Santa, el placer se impone a la penitencia, más sonrisas que lágrimas. Lo he escrito con reiteración siempre que se acercan estos días de procesiones y lo repito: la Semana Santa de Zamora, la importante, la que nos ha dado fama, surge después de la Guerra Civil.
Antes, además de las procesiones clásicas, propias de otras geografías, Vera Cruz, Jesús Nazareno, Santo Entierro, Nuestra Madre, más las que abrían y cerraban la Pasión, y el Silencio (1925), el punto de inflexión, la fama, el turismo, el gentío aconteció con hermandades como Jesús Yacente, Tercera Caída, Jesús del Vía Crucis y Damas de la Soledad, que se fundaron cuando el luto por los muertos de la Guerra Civil todavía teñía las almas. Después, en los 50, se inventaron una hermandad que marcó un hito en todas las semanas santas de Zamora, la de Penitencia (capas pardas); la Esperanza (1961) y, a finales de los 60, Las Siete Palabras, y, poco a poco, aparecieron Espíritu Santo, Buena Muerte y Luz y Vida. Incluso la creación de estas cofradías de nuevo cuño obligó a las clásicas, a las barrocas, a transformarse.
Encuentro también diferencias esenciales entre las procesiones de la tarde y las de las noches, como si estas contuvieran más fe, más pasión, más penitencia. La gente, además, desarrolla otro tipo de sentimientos cuando contempla al Cristo del Vía Crucis o la Esperanza, que al Yacente o el Crucificado de Olivares. Pienso, en definitiva, que hay tantas semanas santas en nuestra ciudad como zamoranos. Unos la viven desde la fe y otros desde la tradición o la indiferencia.
Eugenio-Jesús de Ávila






















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