Semana Santa en la ciudad del alma

Regresan las procesiones después de dos años de ausencias de inciensos, velas, tambores, cornetas y marchas. El virus acecha aún. Pero la sociedad ya sabe cómo y cuándo tiene que obedecer a los gobiernos, que, durante este tiempo del confinamiento, utilizaron el miedo para convertir al pueblo en rebaño.

Zamora, sin Semana Santa, parece una ciudad sin carnet de identidad, una urbe expósita. Porque la Pasión aquí no significa otra cosa que buscar en el pasado su presente, su razón de existir. Las capitales provincianas, todavía subdesarrolladas, con escasa o nula industrialización, miran siempre hacia atrás para encontrarse. Les da miedo acelerar porque se encontrarían con un futuro que no existe. Prefieren recordar, viajar en el tiempo, asir el pretérito cuando fueron algo.

La Zamora de antaño fue algo en la España que ya no existe. La democracia o este régimen que padecemos nos robó, nos adelgazó de Estado. El PSOE felipista nos redujo a capital de provincia sin pulso, sin latido. Nos lo quitó todo, sin darnos nada; nos cobró por respirar. El PP nos miró por encima del hombro. ¡Para qué sembrar en tierra yerma!

Ahora, con el regreso de las procesiones, de los grupos escultóricos, de vírgenes y cristos por las rúas y calles, los zamoranos jóvenes buscan su primer beso; los abuelos cuentan cuentos a sus nietos; los novios y las novias celebran la primavera ofreciendo néctar y perfumes, y los que ya perdimos la fe en todo sin tener nada que ocultar escribimos para olvidarnos de una mujer que amamos, de unos amigos que murieron y de un tiempo sin reloj de cadena.

Y en este Viernes de Dolores, El Día de Zamora alcanzó su 400 edición, todo una marca en la historia del periodismo local. El barquito de papel navega hacia su duodécimo aniversario. El periódico envejece como su editor. Y yo, como esta ciudad del alma, la que nos alienta y nos acusa, la que llevamos dentro, necesito recordar para sentir, para asirme a la vida.

Eugenio-Jesús de Ávila