Viernes, 05 de Diciembre de 2025

Nelida L. Del Estal Sastre
Lunes, 11 de Abril de 2022
CON LOS CINCO SENTIDOS

Vida sexual sana

[Img #64599]El libro del mismo nombre, esto es, “Vida sexual sana” de Hornstein,  Faller  y Streng, estaba en la biblioteca de mi padre. Lo recuerdo de niña. Ese libro con los símbolos masculino y femenino en la cubierta y en el lomo, edición del año 1955, Daimon, formaba parte de la primera balda de una mueble librería del salón, junto a la biblia. Paradojas. 

      Ese libro me descubrió, a escondidas, porque, aun estando a la vista de todos, yo lo leía a escondidas, la anatomía sexual masculina y femenina. La función de cada órgano, el nombre de cada rincón de los oscuros trozos de carne que se podían adivinar bajo braguitas y calzoncillos. Lo leía con fruición, precisamente porque esos “temas” parece que no debían de ser tratados con normalidad en una familia numerosa, de clase media y con piano en el salón. Pero yo es que leía todo, de todo, para todo y para nada; con utilidad manifiesta o inutilidad demostrable. Todo. Así tengo yo la vista en la medianía de mi edad, hecha un escombro hipermétrope. Los oftalmólogos lo llaman “vista cansada”, pero coño, si estuviera cansada sería susceptible de, tras un descanso, recuperarse, pero es que no… Ya voy por cinco dioptrías en cada ojo, más casi tres de astigmatismo. Así que, cuando me quito mis maravillosas lentillas progresivas (genial invento) veo más o menos como Rompetechos, borroso y mal, pero como después de quitarme las lentillas voy al lecho, pues ni falta que me hace ver bien o mal.    

     Es curioso cómo, con el transcurso de los años, se empiezan a agarrar a tu memoria recuerdos que antes podían pasar totalmente inadvertidos. Nuestro cerebro lo guarda todo, pero lo suelta cuando le da la real gana, venga o no a cuento. Ahora, hay días en los que recuerdo con excepcional clarividencia, momentos vividos de niña o adolescente. No sé, me vienen a la cabeza sin una relación causal o casual. Vienen, sin más. Veo a mis hermanos estudiando, a mi madre tejiendo o leyendo un libro, a mi padre tocando el piano… y parece que fue ayer. A veces, cosas acontecidas hace días, no se quedan en las entretelas de mi memoria, pero me asaltan recuerdos de antaño constantemente. Domingos con olor a churros de lazo, recién traídos en una vara de junco verde por mi padre, para mojarlos en un chocolate caliente mientras en la segunda cadena de Televisión Española, ponían la Santa Misa. Misa que no escuchábamos porque era más acompañamiento que otra cosa. Después, mientras mi hacendosa madre preparaba la paella dominical y algún aperitivo, mis hermanos y yo jugábamos a policías y ladrones con el hilo musical de lo que salía de las teclas del piano que tocaba mi padre: Bach, Schubert, Mozart.  

     Cuando se ponía la mesa, a mí me tocaba el sitio frente a uno de mis hermanos y, por encima de su cabeza, yo veía el libro “Vida sexual sana”, mientras pelaba una gamba, tomaba la ensalada del centro y le contaba a mi padre lo mucho que me costaba levantar la jarra del agua con mis muñecas escuálidas, o lo bien que lo pasé el día anterior en solfeo. A solas, cuando mi madre no estaba delante, le contaba a mi padre que me saltaba las clases de costura de martes y jueves; que no me gustaba coser porque me pinchaba toda y pasaba esas tardes paseando por los alrededores de mi casa, leyendo libros que cogía de la estantería, para no aburrirme en la espera. Mi padre sonreía y me guardaba el secreto. Sabía que no había nacido yo para coser ni bien ni mal, que cosas importantes haría, pero no esa por muy mujercita que fuera, que en el futuro encontraría algo muy grande en lo que sería una maravilla.  Gran hombre y mejor ser humano. 

  Aún sigo esperando saber qué era lo que me esperaba… 

Nélida L. del Estal Sastre 

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