PASIÓN
Preguntas sobre la Semana Santa de Zamora
Como la capital de esta provincia solo se reconoce ya en la Semana Santa, este año 2022 conocerá la vuelta a las procesiones con todo lo que ello conlleva, tras dos años suspendidas debido a la pandemia vírica. Zamora, pues, se quedó sin alma durante la pandemia. Personalmente, considero prematuro que los desfiles procesionales protagonicen la vida zamorana desde el Jueves de Dolores hasta el Domingo de Resurrección, porque el virus no ha desaparecido, sino que sigue agarrándose a la ciudadanía. Todos los días hay positivos. Por lo tanto, celebrar la Semana Santa como siempre, excepción hecha de los años 2020 y 2021, me parece un gravísimo riesgo. Lo medida más inteligente hubiera sido suspenderla por tercer año consecutivo. Pero esta ciudad, tan decadente, tan perdida, necesita su Pasión para demostrar que aún vive, que todavía no se ha dado la extremaunción a este cuerpo social y económico en agonía.
Confieso que la Semana Santa para un servidor, desde hace tiempo, se convirtió en motivo para ser estudiada desde la antropología, sociología y psicología. Se podrían haber realizado tesis doctorales sobre por qué esta ciudad, perdida en el oeste de la comunidad ahistórica de Castilla y León, vuelve a respirar, a sentirse, a renacer antes y durante la Pasión. Una urbe que se precipita hacia una nada económica y social se transforma en la antítesis de la vida cotidiana durante el resto del año, si exceptuamos los meses del verano.
Meses antes de la Semana Santa, desde que el personal recibe a los Reyes Magos, se trabaja, se piensa, hay alegría, una pizca de locura, una ilusión. Se arroja a la zahúrda de la historia la precariedad económica, las preocupaciones por los datos demográficos, que nos acercan al desierto demográfico. La gente se gasta lo que no tiene. No reza, pero come, sonríe y se divierte.
El 14 de octubre de 1931, en sesión parlamentaria donde se discutía la Carta Maga, Manuel Azaña, educado en un colegio religioso en el Escorial, pronunciaba el célebre aserto: “España ha dejado de ser católica”. El último presidente de la II República cayó en la cuenta de su error religioso a medida que la revolución de las tres izquierdas avanzaba. También escribe un servidor que la Semana Santa de Zamora ha dejado de ser católica. Quizá me equivoque. Seguro que las hermanas y hermanos creyentes, que acompañan a cristos, vírgenes y grupos escultóricos con auténtica e inquebrantable fe, católicos, apostólicos y romanos.
Siempre hay excepciones y existen almas pías que celebran la Pasión de Cristo con fe, con esperanza y hasta con caridad. Mis respetos. Pero la tradición se ha impuesto a la religión. Nuestra Semana Santa ya no es lo que fue. No tiene nada que ver con la de mis años jóvenes, con la de mi adolescencia. Solo permanecen los pasos y las túnicas y caperuces, pero los hermanos han perdido en este último medio siglo el espíritu religioso y fraternal con el mi generación procesionaba. No observo catolicismo en cofradías como la del Jesús Nazareno, ni el Santo Entierro, ni la Vera Cruz. Las grandes hermandades del barroco, fundadas por razones de verdadero cristianismo, cuando había necesidades esenciales. Ahora eso del fervor, de catolicismo, de la penitencia forma parte del márketing, de la propaganda, de la ucronía de la Pasión en Zamora, lo que fue, pero dejó de ser.
No obstante, quizá el triunfo de la tradición sobre la fe, con todo lo que ello conlleva, tuvo su génesis en el siglo XX, en la década de los 70. Verbigracia: el artículo editado en el auténtico El Correo de Zamora, no ese periódico de capital foráneo tan ajeno a la idiosincrasia zamorana, por el que fuera obispo de la Diócesis, Don Ramón Buxarrais Ventura, cura catalán, cristiano evangélico, persona ejemplar, escribió un artículo titulado “Luces y sombras de la Semana Santa”. Recuerdo, cuando yo era cofrade del Jesús Nazareno, un chaval de 16 años, verlo apoyado en un árbol en la avenida de las Tres Cruces. Nadie lo acompañaba. Después, al concluir la Pasión expresó su opinión sobre lo contemplado desde su perspectiva de pastor de la Iglesia Católica en Zamora.
En el especial de El Día de Zamora, con motivo de la Semana Santa de 2019, formulaba una serie de preguntas que, a mi juicio, siguen sin responderse. Voy a ello.
¿Es mentira que la asistencia a los actos de culto religiosos es prácticamente nula por parte de hermanos de fila, cargadores y presidentes de las cofradías y hermandades?
¿Es mentira, verbigracia, que no llegan al centenar de mujeres las que asisten al Quinario de la Soledad, cuando el Sábado Santo, a la puesta del sol, se dan cita cuatro mil damas en el pórtico sur de la iglesia de San Juan para acompañar a la Virgen de la Soledad?
¿Es mentira que en todos los actos religiosos que preceden a la Semana de Pasión el porcentaje de asistentes semanasanteros es bajísimo?
¿Es mentira que se ha sustituido la fe por la vanidad, el figuroneo por la sencillez, la religión por cualquier otra cosa, en la mayor parte de las cofradías y hermandades zamoranas?
¿Es mentira que la Semana Santa solo se vive de cara a la galería y no se busca una catarsis religiosa durante esos días?
¿Es mentira que cofrades de fila y cargadores acuden a las procesiones sin dedicar ni cinco minutos a la reflexión sobre lo que fue la Pasión y Muerte del Cristo?
¿Es mentira que son muy pocos los que, de verdad, intentan hacer de sus cofradías unas verdaderas hermandades cristianas, plenas de fraternidad?
¿Es mentira que alguien me comento, no ha mucho tiempo, que podría hacer un buen Pregón de Semana Santa y le respondí que “sería la primera vez en la historia de la Pasión de Zamora un ateo la pregonara; ahora bien, existe tanto surrealismo en esta tierra moribunda, desestructurada, entregada a la peor política, que todo es posible. Menos mal que Dios no me permite ser creyente?
Además, mi vanidad me impide largar tres horas de pregón dedicadas a tratar de mi ego y de mi familia y destrozar el castellano y confundiendo las metáforas. No me encontrará la Zamora pía entre sus pregoneros. Diría que, durante más de una década, escribí varios pregones en papel prensa sobre la Pasión en Zamora.
Eugenio-Jesús de Ávila
Como la capital de esta provincia solo se reconoce ya en la Semana Santa, este año 2022 conocerá la vuelta a las procesiones con todo lo que ello conlleva, tras dos años suspendidas debido a la pandemia vírica. Zamora, pues, se quedó sin alma durante la pandemia. Personalmente, considero prematuro que los desfiles procesionales protagonicen la vida zamorana desde el Jueves de Dolores hasta el Domingo de Resurrección, porque el virus no ha desaparecido, sino que sigue agarrándose a la ciudadanía. Todos los días hay positivos. Por lo tanto, celebrar la Semana Santa como siempre, excepción hecha de los años 2020 y 2021, me parece un gravísimo riesgo. Lo medida más inteligente hubiera sido suspenderla por tercer año consecutivo. Pero esta ciudad, tan decadente, tan perdida, necesita su Pasión para demostrar que aún vive, que todavía no se ha dado la extremaunción a este cuerpo social y económico en agonía.
Confieso que la Semana Santa para un servidor, desde hace tiempo, se convirtió en motivo para ser estudiada desde la antropología, sociología y psicología. Se podrían haber realizado tesis doctorales sobre por qué esta ciudad, perdida en el oeste de la comunidad ahistórica de Castilla y León, vuelve a respirar, a sentirse, a renacer antes y durante la Pasión. Una urbe que se precipita hacia una nada económica y social se transforma en la antítesis de la vida cotidiana durante el resto del año, si exceptuamos los meses del verano.
Meses antes de la Semana Santa, desde que el personal recibe a los Reyes Magos, se trabaja, se piensa, hay alegría, una pizca de locura, una ilusión. Se arroja a la zahúrda de la historia la precariedad económica, las preocupaciones por los datos demográficos, que nos acercan al desierto demográfico. La gente se gasta lo que no tiene. No reza, pero come, sonríe y se divierte.
El 14 de octubre de 1931, en sesión parlamentaria donde se discutía la Carta Maga, Manuel Azaña, educado en un colegio religioso en el Escorial, pronunciaba el célebre aserto: “España ha dejado de ser católica”. El último presidente de la II República cayó en la cuenta de su error religioso a medida que la revolución de las tres izquierdas avanzaba. También escribe un servidor que la Semana Santa de Zamora ha dejado de ser católica. Quizá me equivoque. Seguro que las hermanas y hermanos creyentes, que acompañan a cristos, vírgenes y grupos escultóricos con auténtica e inquebrantable fe, católicos, apostólicos y romanos.
Siempre hay excepciones y existen almas pías que celebran la Pasión de Cristo con fe, con esperanza y hasta con caridad. Mis respetos. Pero la tradición se ha impuesto a la religión. Nuestra Semana Santa ya no es lo que fue. No tiene nada que ver con la de mis años jóvenes, con la de mi adolescencia. Solo permanecen los pasos y las túnicas y caperuces, pero los hermanos han perdido en este último medio siglo el espíritu religioso y fraternal con el mi generación procesionaba. No observo catolicismo en cofradías como la del Jesús Nazareno, ni el Santo Entierro, ni la Vera Cruz. Las grandes hermandades del barroco, fundadas por razones de verdadero cristianismo, cuando había necesidades esenciales. Ahora eso del fervor, de catolicismo, de la penitencia forma parte del márketing, de la propaganda, de la ucronía de la Pasión en Zamora, lo que fue, pero dejó de ser.
No obstante, quizá el triunfo de la tradición sobre la fe, con todo lo que ello conlleva, tuvo su génesis en el siglo XX, en la década de los 70. Verbigracia: el artículo editado en el auténtico El Correo de Zamora, no ese periódico de capital foráneo tan ajeno a la idiosincrasia zamorana, por el que fuera obispo de la Diócesis, Don Ramón Buxarrais Ventura, cura catalán, cristiano evangélico, persona ejemplar, escribió un artículo titulado “Luces y sombras de la Semana Santa”. Recuerdo, cuando yo era cofrade del Jesús Nazareno, un chaval de 16 años, verlo apoyado en un árbol en la avenida de las Tres Cruces. Nadie lo acompañaba. Después, al concluir la Pasión expresó su opinión sobre lo contemplado desde su perspectiva de pastor de la Iglesia Católica en Zamora.
En el especial de El Día de Zamora, con motivo de la Semana Santa de 2019, formulaba una serie de preguntas que, a mi juicio, siguen sin responderse. Voy a ello.
¿Es mentira que la asistencia a los actos de culto religiosos es prácticamente nula por parte de hermanos de fila, cargadores y presidentes de las cofradías y hermandades?
¿Es mentira, verbigracia, que no llegan al centenar de mujeres las que asisten al Quinario de la Soledad, cuando el Sábado Santo, a la puesta del sol, se dan cita cuatro mil damas en el pórtico sur de la iglesia de San Juan para acompañar a la Virgen de la Soledad?
¿Es mentira que en todos los actos religiosos que preceden a la Semana de Pasión el porcentaje de asistentes semanasanteros es bajísimo?
¿Es mentira que se ha sustituido la fe por la vanidad, el figuroneo por la sencillez, la religión por cualquier otra cosa, en la mayor parte de las cofradías y hermandades zamoranas?
¿Es mentira que la Semana Santa solo se vive de cara a la galería y no se busca una catarsis religiosa durante esos días?
¿Es mentira que cofrades de fila y cargadores acuden a las procesiones sin dedicar ni cinco minutos a la reflexión sobre lo que fue la Pasión y Muerte del Cristo?
¿Es mentira que son muy pocos los que, de verdad, intentan hacer de sus cofradías unas verdaderas hermandades cristianas, plenas de fraternidad?
¿Es mentira que alguien me comento, no ha mucho tiempo, que podría hacer un buen Pregón de Semana Santa y le respondí que “sería la primera vez en la historia de la Pasión de Zamora un ateo la pregonara; ahora bien, existe tanto surrealismo en esta tierra moribunda, desestructurada, entregada a la peor política, que todo es posible. Menos mal que Dios no me permite ser creyente?
Además, mi vanidad me impide largar tres horas de pregón dedicadas a tratar de mi ego y de mi familia y destrozar el castellano y confundiendo las metáforas. No me encontrará la Zamora pía entre sus pregoneros. Diría que, durante más de una década, escribí varios pregones en papel prensa sobre la Pasión en Zamora.
Eugenio-Jesús de Ávila

















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