LUNES SANTO: JESÚS EN SU TERCERA CAÍDA
Existe una Ley de la Gravedad, la del egoísmo, que nos empuja, que nos hace caer
La vida es una caída, una aceleración constante. La luz se muestra al nacer, al alba de la existencia humana. La Ley de la Gravedad. Los objetos con masa son atraídos entre sí. El alma no pesa. No cae. No se precipita.
Quizá, el hermano de Jesús en su Tercera Caída reflexione sobre metafísica; así, durante la procesión, desde el ocaso, en San Lázaro, hasta la media noche del Lunes Santo, piense sobre el misterio de la vida, haga memoria del futuro, olvide el tiempo pretérito y recuerde si aquel niño que aprendió sus primeras letras y sus sumas y restas en la escuela es el mismo ser que ahora es padre de familia, hombre de provecho, ciudadano, o algo fue cambiando en su interior, pues quizá el alma también crece, se arruga, engordar, se cansa, como si fuera carne, músculo, hueso. Blanco y negro, colores de las túnicas de esta hermandad, oscuridad y luz para perderte en el laberinto de la vida.
El hombre, como acuñó Sartre, es una pasión inútil. Pensar duele. Rezad. Mientras, después de 77 años de caídas y dos de pandemia, esta cofradía sigue levantándose cada primavera desde 1942, desde el barrio de mis ancestros, San Lázaro, para asir el cogollo de la ciudad.
La pequeña historia de nuestra ciudad del alma se escribe siempre en Semana Santa.
Eugenio-Jesús de Ávila
La vida es una caída, una aceleración constante. La luz se muestra al nacer, al alba de la existencia humana. La Ley de la Gravedad. Los objetos con masa son atraídos entre sí. El alma no pesa. No cae. No se precipita.
Quizá, el hermano de Jesús en su Tercera Caída reflexione sobre metafísica; así, durante la procesión, desde el ocaso, en San Lázaro, hasta la media noche del Lunes Santo, piense sobre el misterio de la vida, haga memoria del futuro, olvide el tiempo pretérito y recuerde si aquel niño que aprendió sus primeras letras y sus sumas y restas en la escuela es el mismo ser que ahora es padre de familia, hombre de provecho, ciudadano, o algo fue cambiando en su interior, pues quizá el alma también crece, se arruga, engordar, se cansa, como si fuera carne, músculo, hueso. Blanco y negro, colores de las túnicas de esta hermandad, oscuridad y luz para perderte en el laberinto de la vida.
El hombre, como acuñó Sartre, es una pasión inútil. Pensar duele. Rezad. Mientras, después de 77 años de caídas y dos de pandemia, esta cofradía sigue levantándose cada primavera desde 1942, desde el barrio de mis ancestros, San Lázaro, para asir el cogollo de la ciudad.
La pequeña historia de nuestra ciudad del alma se escribe siempre en Semana Santa.
Eugenio-Jesús de Ávila

















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